jueves, 29 de diciembre de 2016

Mentiras arriesgadas..





Desespero y no puedo.
Insisto y desisto..
A Dios demando.
Al Cielo invoco.
A la Fortuna clamo.
A los Hados pido.
Al Destino suplico.
A la Suerte ruego.
Del Azar espero,
un soplo de afecto
de tu corazón.
Una palabra tuya
de amor en tus labios
que me haga feliz.
--Joaquin--


Y vino al mundo, Arquímedes.. Sí, ése, el de ¡¡Eureka!! que por cierto no significa otra cosa que  ¡¡Lo encontré!! Esto de Eureka le salió del alma. Dicen las crónicas que lo dijo mientras corría calle abajo a toda pastilla, y agitando efusivamente los brazos y las manos. Y es que, acababa de descubrir el principio del porqué flotan los objetos en el agua. Yo, y perdónenme la ignorancia, aun me estoy preguntando cómo pueden flotar esos inmensos trasatlánticos que pululan por los océanos..
Cuenta la leyenda que Arquímedes se rompió la cabeza pensándolo después de que el rey, Hieron II de Siracusa, le encargarse descubrir si había trampa en una corona de oro puro que había ordenado fabricar a un orfebre de poco fiar. El monarca quería saber si el orfebre trincó algo de su oro para asuntos propios y lo camufló con cobre. El sabio Arquímedes, listo él como nadie, y conociendo el peso de los metales, después de descubrir su famoso principio, mientras se bañaba en una bañera, lo averiguó.
En su conocidísimo principio nos dice este sabio que: cualquier cuerpo sumergido en un líquido recibe un empuje hacia arriba igual al peso del volumen del líquido que desaloja. Aplicándolo, Arquímedes, pilló al orfebre mentiroso y fue recompensado por ello por su amigo el rey Hieron II.  Y es que se coge antes a un mentiroso que a un cojo..
¿Quién no se acuerda también de la frase aquella?... Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo. Pues la dijo el bueno de Arquímedes, al percatarse del poder de la palanca.
Éste docto científico vivió en tiempos revueltos. Su mundo, el griego, estaba de capa caída, y los romanos pisaban fuerte.
Cuenta otra leyenda que con unas enormes lupas, y la ayuda de los rayos del sol, quemó las velas de los barcos romanos que estaban fondeados en el puerto de su ciudad, prestos a tomarla. 
Y luego está su manera de morir. Acaeció de una lanzada que le propinó un legionario romano que no le reconoció, a pesar de que era ya muy famoso. El jefe militar de la campaña al enterarse del triste final del famoso sabio, montó en cólera. Y posiblemente abroncó de manera contundente a su subordinado.
En fin..

Joaquín 


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