Desespero y no puedo.
Insisto y desisto..
A Dios demando.
Al Cielo invoco.
A la Fortuna clamo.
A los Hados pido.
Al Destino suplico.
A la Suerte ruego.
Del Azar espero,
un soplo de afecto
de tu corazón.
Una palabra tuya
de amor en tus labios
que me haga feliz.
--Joaquin--
Y vino al mundo, Arquímedes.. Sí, ése, el de
¡¡Eureka!! que por cierto no significa otra cosa que
¡¡Lo encontré!! Esto de Eureka le
salió del alma. Dicen las crónicas que lo dijo mientras corría
calle abajo a toda pastilla, y agitando efusivamente los brazos y las
manos. Y es que, acababa de descubrir el principio del porqué
flotan los objetos en el agua. Yo, y perdónenme la ignorancia, aun
me estoy preguntando cómo pueden flotar esos inmensos
trasatlánticos que pululan por los océanos..
Cuenta la leyenda que
Arquímedes se rompió la cabeza pensándolo después de que el
rey, Hieron II de Siracusa, le encargarse
descubrir si había trampa en una corona de oro puro que había
ordenado fabricar a un orfebre de poco fiar. El monarca quería saber
si el orfebre trincó algo de su oro para asuntos propios y lo camufló con cobre. El sabio Arquímedes, listo
él como nadie, y conociendo el peso de los
metales, después de descubrir su famoso principio, mientras se
bañaba en una bañera, lo averiguó.
En su conocidísimo principio nos
dice este sabio que: cualquier cuerpo sumergido en un líquido
recibe un empuje hacia arriba igual al peso del volumen del
líquido que desaloja. Aplicándolo, Arquímedes, pilló
al orfebre mentiroso y fue recompensado por ello por su amigo el
rey Hieron II. Y es que se coge antes a un mentiroso que a un
cojo..
¿Quién no se acuerda
también de la frase aquella?... Dadme un punto de apoyo
y moveré el mundo. Pues la dijo el bueno de Arquímedes, al
percatarse del poder de la palanca.
Éste docto científico vivió en
tiempos revueltos. Su mundo, el griego, estaba de capa caída, y
los romanos pisaban fuerte.
Cuenta otra leyenda que
con unas enormes lupas, y la ayuda de los rayos del sol, quemó las
velas de los barcos romanos que estaban fondeados en el puerto de su
ciudad, prestos a tomarla.
Y luego está su manera de
morir. Acaeció de una lanzada que le propinó un legionario
romano que no le reconoció, a pesar de que era ya muy famoso. El jefe
militar de la campaña al enterarse del triste final del famoso
sabio, montó en cólera. Y posiblemente abroncó de manera
contundente a su subordinado.
En fin..
Joaquín
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