Desde
que te fuiste creo que el infierno está vacío, todos los
demonios están aquí, conmigo.
Cuando Pedro enviudó
quedó desolado, y con él sus dos hijas adolescentes. Acababa de
cumplir cuarenta y cinco años.
Tanto
tiempo junto a su mujer y dedicado en lo afectivo solo a ella, le
marcó para siempre. Le hizo habituarse a su manera de ser y de
vivir. De tal forma fue su relación con ella que después del mal trance
pasado todos le auguraban un futuro incierto, o cuanto
menos de mucho sufrimiento.
Algunos
amigos y conocidos (incluso sus hijas) con insistencia le
animaron a salir y divertirse al verlo tan decaído y apático
en cuanto pasó un tiempo prudencial del deceso. Sin embargo él se resistía pretextando el mucho amor que le
profesó a su extinta compañera. Siempre le pareció de alguna
manera una falta de respeto hacia ella. Pero ante la obstinación de
sus allegados, preocupados por su infelicidad, de las
primeras negativas por su parte siguieron las dudas, y a
éstas la aceptación de los consejos al respecto que le daban
por doquier. Al final, casi sin proponérselo se animó, y poco
más de un año después comenzó a hacer algunas salidas
para distraerse.
Junto
con un par de conocidos del barrio (un viudo y un solterón)
que le habían sugerido como compañeros de diversión, poco a poco se vio envuelto en
salidas nocturnas. Volvió a entrar, por cierto, en un
entorno social que no había vuelto a vivir desde hacía décadas. Y
comenzó a frecuentar con cierta asiduidad algún que otro
garito y discoteca para maduritos... Y con esto llegó también lo
inevitable, conoció a otra mujer.
Lucia era
divorciada y con un hijo ya mozalbete de quince años. Ella le
manifestó, y él así lo constató más tarde que solo buscaba un
poco de entretenimiento; evadirse de los problemas cotidianos al
menos un par de veces al mes, sin más pretensiones.
Rubita
teñida, cuarenta y dos años bien llevados, regordeta y no muy alta,
pero bien proporcionada, esas eran sus armas. Además muy simpática,
con lo que se daba todos los condicionantes para que Pedro acabara
sucumbiendo a sus encantos en cuanto se conocieron.
El
azar, caprichoso, quiso que la ocasión para su primer encuentro se
diera en una concurrida sala de baile de un pueblo cercano.
La excusa, la necesidad ineludible de pareja para bailotear una
salsa… Bailaron, hablaron y se gustaron, que no fue poco para
empezar.
-¿Qué
tal?. ¿Te atreves a bailar esta salsa?. -Le dijo él acercándose a
su lado y esforzándose en mostrar una sonrisa la primera vez que le
habló.
-Sí,
vamos, pero no esperes mucho apenas se dar unos pases. –Le
contestó ella sonriendo y de manera escueta mientras se levantaba
dirigiéndose a la pista de baile.
El ya
se había fijado en ella al poco de entrar en la discoteca. La vio
contoneándose al ritmo de una pegadiza rumba y luego no la perdió
de vista hasta que se atrevió a invitarla a bailar. Lucia no
estaba sola, le acompañaba una amiga visiblemente mayor que ella y
poco agraciada por cierto. Iba ésta imbuida en un vestido rojo
chillón muy largo y pasado de moda.
Terminó
la salsa, y aunque no destacaron precisamente por su bien bailar, se
atrevieron después con un par de pasodobles más pausados que
repusieron y que les permitió hablar de cosas más íntimas
y conocerse mejor.
Dos
o tres meses bastaron para hacerse imprescindibles el uno al otro. De
verse un par de veces a la semana llegaron a la necesidad perentoria
de vivir juntos.
Al
hijo adolescente de Lucia la idea de ver a su madre con un
nuevo novio no le supuso ningún quebradero de cabeza. De
hecho su padre había vuelto a casarse por segunda vez al poco de
divorciarse de Lucia, su madre. Cosa bien distinta fue la actitud de
las hijas de Pedro… Éstas se negaron a considerar a Lucia
como algo sustancial en la vida de su padre.
En un principio las hijas sobrellevaron la nueva relación con indiferencia, pensaron que todo
sería flor de un día. Después, a pesar de ser ellas las que más
estimularon a su padre a divertirse y conocer gente, cuando
advirtieron que la cosa iba en serio no facilitaron en absoluto la
convivencia en la nueva familia, más bien al contrario.
Lucia y Pedro se
amaron apasionadamente durante un corto espacio de tiempo. Vivieron
juntos, los dos y los hijos de ambos bajo un mismo techo. Pero las
relaciones se tornaron imposibles. La hija mayor, testaruda y
debidamente hostigada por la hermana de su fallecida
madre, amenazó a su padre con todo tipo de chantajes y
ultimátum más o menos soterrados si continuaba el
idilio. Al final consiguió enrarecer la convivencia.
Lucia,
desolada, y su hijo, ante el clima hostil creado acabó
abandonando el nuevo hogar dejando atrás escasos aunque maravillosos
momentos de felicidad, pero sobre todo mucha frustración en el amor…
A Pedro la cosa le fue aun peor.
En
un principio (por remordimientos y un insufrible complejo de
culpa) transigió con los deseos de sus hijas.. Hizo las
paces con ellas muy a su pesar y a costa de su felicidad. Pero
pasado un tiempo y poco a poco se fue dando cuenta que el
amor que sentía por Lucia era más fuerte de lo que pensaba… No
solo no la olvidó, sino que la extrañaba más cada día.
No obstante ya era tarde, demasiado tarde, llegó a sentir,
consternado, que tal vez había cometido el error más grande de su
vida.
Sus
hijas no tardaron demasiado en emanciparse. La mayor (la más
intransigente) se fue a vivir fuera del país. La otra encontró
pareja y se instaló en un pisito en otro barrio, con lo que Pedro,
solo en casa, y sin ánimo de nuevas aventuras se fue
sumiendo paulatinamente en una notable melancolía.
Un
día se despertó más animado que de costumbre y decidió,
desprendiéndose de altivez y del escaso orgullo que le quedaba,
ir en busca de Lucia. Se presentó en su antiguo
domicilio con la intención de pedirle perdón y volver a decirle
cuánto la amaba. No la encontró, unas vecinas suyas le informaron
que había estado muy enferma pero que recuperada cambió de
ciudad al encontrar una nueva pareja. Devastado por la desgraciada
información se refugió ensimismado en su amargura hasta el punto de
estar al borde de la locura... Locura de amor de la que le costó
salir, por cierto, meses, mucho sufrimiento, y mucha valentía.
Hace
unos días, en uno de los pocos contactos que mantiene aun con su
hija primogénita, recibió un mensaje de ésta en su Wassap… En
él le instaba a
salir, distraerse
y conocer gente….
Pedro, tumbado en su sillón favorito, segundos después de recibirlo y de
manera indolente gesticuló una mueca sarcástica al visualizar en
la pantalla de su móvil el "instructivo"
consejo de su hija mayor. Instantes después haciendo un esfuerzo se
incorporó del sillón, sujetó el teléfono con la mano
izquierda y con la derecha pulsó impetuosamente las teclas de
borrado hasta que vio desaparecer nítidamente y de manera
definitiva el que sería, el último consejo al respecto de sus hijas.
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