lunes, 11 de junio de 2018

Un viaje a lo desconocido






Con lento paso me acerqué a la puerta 
oprimiendo mi frente enardecida: 
sobre su lecho cándido tendida 
la prenda de mi amor estaba muerta. 

De cuatro cirios a la llama incierta 
aquel espectro vi que era mi vida, 
aun cerca de la almohada hallé caída 
 la hermosa rosa que la di entreabierta. 

Me pareció que de sus negros ojos 
una celeste claridad brotaba, 
que otra vez animados sus despojos 
para decirme --tuya-- me llamaba. 

Besé sus labios, se tornaron rojos... 
¡Era el beso primero que la daba! 
(Manuel del Palacio)

Apuesto que nadie lo creería, pero el hecho de que yo esté haciendo este escrito y que algunos, aunque pocos, puedan leerlo, se debe a los buenos oficios de la gente de un pueblo ya desaparecido pero que fue muy importante hace tres mil quinientos años, los fenicios... Y es que estos tíos inventaron la escritura.
Hasta que se inventó tal y como hoy la conocemos los pocos que podían comunicarse a través de medios escritos lo hacían a base de figuritas, jeroglíficos o cualquier otro lenguaje de signos; y algunos tenían más de setecientos caracteres, imagínense qué complicación.
Los fenicios vagaban errantes por el Mediterráneo en busca de mercados donde poder trapichear con sus muchos y variados productos. Pero antes de convertirse en los “gitanos del mar” vivían felices en su tierra (en la actual Líbano, cerca de Siria e Israel) sólo que tuvieron la desgracia de tener como vecino a un tipo tan soberbio y terrible como el rey de los asirios Asurbanipal, que se empeñó en hacerles la puñeta y conquistarlos. Tuvieron que huir y buscarse nuevos apaños...
Fenicia constaba de unas cuantas ciudades importantes, entre ellas TiroSidón o Biblos, en donde vivían la mayoría de la población. El país es la tierra de los cedros, ese árbol tan bonito y del que los despabilados fenicios extraían su preciada madera; entre otras cosas para hacer sus famosos barcos que tanto renombre les dio en la antigüedad.
De la noche a la mañana se convirtieron en los más expertos y afanados marineros de aquellos tiempos. Viajaban siempre de noche sin alejarse demasiado de la costa y guiándose por las estrellas. Cuando llegaban a las playas de los diferentes territorios ribereños del Mediterráneo desplegaban sus tiendas con sus productos (igual que los manteros de nuestras ciudades) y allí acudían en masa los indígenas de la zona a comprar los cachivaches más estrafalarios que se puedan imaginar, y que hacia, por cierto, las delicias de los lugareños. Su producto estrella era la púrpura (lo extraían de un molusco) sólo ellos la conocían, y con ella teñían vestidos que volvían locas a las damiselas de todo el contorno. Tengan en cuenta que en aquellos tiempos aun no existían productos para colorear la ropa.
España les gustó tanto que llegaron a fundar unas cuantas ciudades; las más importantes, Cádiz, Málaga o algunas en Baleares. En África también colonizaron un montón, de ellas, Cartago, (cerca de Túnez) fue la más importante; y todas le servían de punto de avituallamiento para sus correrías. Llegaron hasta la actual Inglaterra en busca de estaño y se cree que recorrieron todo el contorno de África, aunque no hay datos que lo corroboren.
El rey fenicio más conocido fue Hiram, que construyó un descomunal templo en Tiro que sirvió de modelo al rey judío, Salomón, para hacer el suyo en Jerusalén. Y es que éste pueblo era muy religioso (como todos en aquella época). Adoraban al dios Melec, que, parece ser, les requería grandes sacrificios, sobre todo de niños. A estas pobres criaturas los arrojaban a enormes braseros con leña hirviendo. Los ricos, como siempre, cuando no querían sacrificar a los suyos les compraban niños a los pobres y los lanzaban a ése averno para aplacar las iras de ese terrible Dios. ¡Tontos no eran!
Y miren si los fenicios eran tan grandes mercaderes y negociantes que su nombre (fenicio) aún después de 3.500 años se nos ha quedado en el lenguaje como sinónimos de comerciantes y hábiles negociantes.. A los catalanes de ocho apellidos se les denomina muchas veces así.. ¿Por qué será?...
Decía el griego, Constantino Cavafis dirigiéndose a Ulises, que navegaba errante por los mares en busca de su Ítaca...

Cuando retornes a Ítaca,
procura que tu camino sea largo,
rico en aventuras, en experiencias.
No temas a los lestrigones, a los cíclopes
ni a la cólera de Neptuno.
No hallarás tales seres en tu ruta
si alto es tu pensamiento
Y añade...
Procura que tu camino sea largo,
que muchas sean las mañanas de estío
en las que, ¡con qué delicia!,
arribarás por vez primera
a puertos que nunca has visto.
Detente en sus mercados fenicios,
compra bellos productos:
nácar y coral, ámbar y ébano,
voluptuosos y delicados perfumes.


Joaquín Yerga


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