Con lento paso me
acerqué a la puerta
oprimiendo mi
frente enardecida:
sobre su lecho
cándido tendida
la prenda de mi
amor estaba muerta.
De cuatro cirios a
la llama incierta
aquel espectro vi
que era mi vida,
aun cerca de la
almohada hallé caída
la hermosa
rosa que la di entreabierta.
Me pareció que de
sus negros ojos
una celeste
claridad brotaba,
que otra vez
animados sus despojos
para decirme
--tuya-- me llamaba.
Besé sus labios,
se tornaron rojos...
¡Era el beso
primero que la daba!
(Manuel del Palacio)
Apuesto que nadie lo
creería, pero el hecho de que yo esté haciendo este escrito y que
algunos, aunque pocos, puedan leerlo, se debe a los buenos oficios de
la gente de un pueblo ya desaparecido pero que fue muy importante
hace tres mil quinientos años, los fenicios... Y es que estos
tíos inventaron la escritura.
Hasta que se inventó
tal y como hoy la conocemos los pocos que podían comunicarse a
través de medios escritos lo hacían a base de
figuritas, jeroglíficos o cualquier otro lenguaje
de signos; y algunos tenían más de setecientos caracteres,
imagínense qué complicación.
Los fenicios vagaban
errantes por el Mediterráneo en busca de mercados
donde poder trapichear con sus muchos y variados productos. Pero
antes de convertirse en los “gitanos del
mar” vivían felices en su tierra (en la actual Líbano,
cerca de Siria e Israel) sólo que tuvieron la desgracia de tener
como vecino a un tipo tan soberbio y terrible como el rey de los
asirios Asurbanipal, que se empeñó en hacerles la
puñeta y conquistarlos. Tuvieron que huir y buscarse nuevos
apaños...
Fenicia constaba de
unas cuantas ciudades importantes, entre
ellas Tiro, Sidón o Biblos, en
donde vivían la mayoría de la población. El país es la tierra de
los cedros, ese árbol tan bonito y del que los despabilados fenicios
extraían su preciada madera; entre otras cosas para hacer sus
famosos barcos que tanto renombre les dio en la antigüedad.
De la noche a la
mañana se convirtieron en los más expertos y afanados marineros de
aquellos tiempos. Viajaban siempre de noche sin alejarse demasiado de
la costa y guiándose por las estrellas. Cuando llegaban a las playas
de los diferentes territorios ribereños del Mediterráneo
desplegaban sus tiendas con sus productos (igual que los manteros de
nuestras ciudades) y allí acudían en masa los indígenas de la zona
a comprar los cachivaches más estrafalarios que se
puedan imaginar, y que hacia, por cierto, las delicias de los
lugareños. Su producto estrella era la púrpura (lo
extraían de un molusco) sólo ellos la conocían, y con ella teñían
vestidos que volvían locas a las damiselas de todo el contorno.
Tengan en cuenta que en aquellos tiempos aun no existían productos
para colorear la ropa.
España les gustó
tanto que llegaron a fundar unas cuantas ciudades; las más
importantes, Cádiz, Málaga o algunas en Baleares.
En África también colonizaron un montón, de ellas, Cartago, (cerca
de Túnez) fue la más importante; y todas le servían de punto de
avituallamiento para sus correrías. Llegaron hasta la
actual Inglaterra en busca de estaño y se cree que
recorrieron todo el contorno de África, aunque no hay datos que lo
corroboren.
El rey fenicio más
conocido fue Hiram, que construyó un descomunal templo en Tiro que
sirvió de modelo al rey judío, Salomón, para
hacer el suyo en Jerusalén. Y es que éste pueblo era muy religioso
(como todos en aquella época). Adoraban al dios Melec, que, parece
ser, les requería grandes sacrificios, sobre todo de niños. A estas
pobres criaturas los arrojaban a enormes braseros con leña
hirviendo. Los ricos, como siempre, cuando no querían sacrificar a
los suyos les compraban niños a los pobres y los lanzaban a
ése averno para aplacar las iras de ese terrible
Dios. ¡Tontos no eran!
Y miren si los
fenicios eran tan grandes mercaderes y negociantes que su nombre
(fenicio) aún después de 3.500 años se nos ha quedado en el
lenguaje como sinónimos de comerciantes y hábiles negociantes.. A
los catalanes de ocho apellidos se les denomina muchas veces así..
¿Por qué será?...
Decía el griego,
Constantino Cavafis dirigiéndose a Ulises, que navegaba
errante por los mares en busca de su Ítaca...
Cuando retornes a
Ítaca,
procura que tu
camino sea largo,
rico en aventuras,
en experiencias.
No temas a los
lestrigones, a los cíclopes
ni a la cólera de
Neptuno.
No hallarás tales
seres en tu ruta
si alto es tu
pensamiento
Y añade...
Procura que tu
camino sea largo,
que muchas sean
las mañanas de estío
en las que, ¡con
qué delicia!,
arribarás por vez
primera
a puertos que
nunca has visto.
Detente en sus
mercados fenicios,
compra bellos
productos:
nácar y coral,
ámbar y ébano,
voluptuosos y
delicados perfumes.
Joaquín
Yerga
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