jueves, 7 de junio de 2018

El Collar de la Paloma






El clavel de tus labios

brindaba miel de besos

y fue mi boca ardiente

abejas de sus pétalos.


Me abrasaban tus ojos

me quemaba tu aliento

y apagó las palabras

el rumor de los besos

--E. de Mesa--


¿Y qué me decís del fastuoso palacio de Medina Azahara (ciudad resplandeciente) mandado a construir por el más grande de los califas cordobeses? Pues que tenía nada menos que tres kilómetros de extensión y lo sostenían 4.320 columnas de mármol. Los cuentos de las mil y una noche se quedan cortos aquí. Según algunos historiadores y arqueólogos, la Alhambra de Granada sería "pecata minuta" al lado de Medina Azahara.
Los árabes entraron en España en el 711, año mítico en nuestra historia y por Andalucía apareció unos años más tarde un tipo que se decía príncipe omeya superviviente de la matanza de toda su familia perpetrada por otro grupo musulmán, los abbasíes de Bagdad. Éste príncipe logró huir de Damasco, donde gobernaban, y después de pasar muchas penalidades recaló en las costas de Granada y de ahí a Córdoba, desde donde unió a todos y se proclamó Emir, su nombre Abd-Rahman Ibn Mu´awiya Ibn Hisham, pero todos lo conocemos como Abderramán I.
Abderramán I, alto, enjuto, tuerto y rubio, nada mas tomar el poder puso el patio en orden e hizo de Córdoba la capital de España. Una de sus primeras obras fue iniciar la construcción de la Gran Mezquita. Erigida sobre la antigua iglesia visigoda de San Vicente; en el año 785 puso la primera piedra. Sobre ella se pueden contar muchas y apetecibles curiosidades, como que la construyó orientada al sur en vez de al sureste mirando a La Meca como están todas las de occidente, y es que nunca olvidó su Damasco natal, y allí si están todas mirando al sur.
A propósito de la Mezquita (considerado el mejor monumento árabe en España) cuando la terminó Abderramán I, acogía a 5.500 fieles; doscientos años después y con Almanzor, que fue el que la agrandó por última vez, ya entraban en ella más de 50.000.
En poco tiempo Córdoba creció como ninguna otra. Tal es sí que doscientos años después de hacerla capital y ya con el califa Abderraman III, la ciudad llegó a tener, según las crónicas, un millón de habitantes. Y miren que barbaridades: llegó a poseer: 80.500 tiendas y talleres, 60.200 casas señoriales o más de tres mil pequeñas mezquitas.
Lo dicho, Córdoba era la joya de las ciudades del momento, envidiada por todos, refinada y culta. Hagan una comparación: la biblioteca del Monasterio de Ripoll, en Gerona, tenía 192 libros y manuscritos y era la más respetada de la cristiandad hispana; la de Al-Hakan II en Córdoba albergaba la friolera de cuatrocientos mil volúmenes.
Con los primeros emires y califas empezaron a llegar a la ciudad los más granado de la intelectualidad de oriente. El poeta Ziryaba, introdujo refinadisimas costumbres, como la pasta dentífrica, los vestidos claros para el verano, o el orden de los banquetes: (primero la sopa, después la carne y de postre pasteles), y todo servidos en copas de cristal y no en cubiletes de metal como se hacia hasta entonces.
Mientras los dirigentes cristianos eran, en esos tumultuosos tiempos: los salvajes, los rudos, los sucios, que vivían en ásperos y umbrosos castillos de piedra pelada y zampando con los dedos, los cortesanos musulmanes residían en suntuosos palacios envueltos en lujos y placeres, se bañaban en los numerosos baños públicos y se perfumaban con almizcle. 
Pero nada es eterno, todo en la vida tiene un final, y ésta gente, bordeando el temido año mil, se relajaron en lo militar y se hicieron sibaritas; acabaron a la postre sucumbiendo ante el feroz empuje cristiano convencidos como estaban de unificar de nuevo España por un mandato divino. Miren como se lamentaba del declive de la ciudad, el poeta cordobés Ibn Hazm, autor del famoso libro de poemas “El Collar de la Paloma”...

La ruina lo ha trastocado todo. 
La prosperidad se ha cambiado en estéril desierto,
la sociedad, en espantosa soledad; 
la belleza, en desparramados escombros;
la tranquilidad, en aterradoras encrucijadas. 
Ahora son asilo de los lobos,
juguete de los ogros, diversión de los genios, 
y cubil de las fieras.
La noche dejó caer su velo jurando que no acabaría, 
y lo ha cumplido.

 

Joaquin 
                                                                             


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