lunes, 18 de junio de 2018

La gran mentira...





Un ciego resplandor

invadirá los ámbitos

y desde los abismos

una voz clamará rayando las alturas:

Amigo, te esperaba.

--Rafael Alberti--



Montado en su caballo, cabizbajo y mohíno, cabalgaba Boabdil, el último rey moro de Granada camino del exilio. Exhausto, hizo parar la comitiva en el último cerro desde donde aún se divisaba su ciudad. 

Los tempranos rayos de sol de la mañana reflejaban luminosos destellos sobre los dorados botones de su vestimenta. La numerosa guardia personal que lo escoltaba formaban dos hileras perfectas de apesadumbrados guardianes bereberes sabedores de la desgraciada historia que les tocó vivir.

Subió con su caballo a lo más alto de la colina, echó la vista atrás, y un desconsolado llanto acompañado de trágicos lamentos, dicen que se le oyó mascullar. Su madre, la gran sultana Axa, mujer de armas tomar, que le acompañaba al destierro, montada en su magnifica jaca árabe enjaezada con negras vestimentas le miró de soslayo y con un desdén de absoluto desprecio le endilgó.. “¡Llora, hijo, llora como mujer lo que no has sabido defender como un hombre!”.

Pero resulta que Boabdil nunca pronunció esos lamentos ni su madre jamás le recriminó esas palabras, la historia es otra....

La vida de Boabdil es muy triste, lo corrobora un apelativo por el que fue conocido “El infortunado”.  Y eso que Boabdil, aunque de mediana estatura, era rubio, guapo y con los ojos claros como el azul de un cielo en verano. Dicen que enamoraba con su sola presencia a todas las mujeres que tuvieran la suerte de cruzarse en su camino; daba igual que fueran cortesanas, esclavas, moras o cristianas..

Un tarde de primavera sus penetrantes y azules ojos se fijaron en los grandes y negros azabache de Moraima, joven musulmana de origen noble y muy hermosa, que miraba las tropas pasar por un pueblo de Granada, y comenzó el romance..

El flechazo entre Boaddil y Moraima fue mutuo.. totalElla quedó prendada de él para siempre. Él la amó hasta el final de sus días. 

Todo parecía sonreír a la pareja, se casaron y tuvieron hijos, pero una serie de infortunios se confabularon para hacerles sufrir lo indecible. Las guerras contra su padre, las intrigas de su madre (Axa) y el empuje conquistador de los Reyes Católicos, amargaron la existencia de los amantes.  

Moraima apenas veía a su amado Boabdil; las guerras, las intrigas y traiciones asolaban al Reino y ocupaba su tiempo. Cuentan las crónicas que un día agarrada al cuello de su marido que partía para la guerra y desconsolada por el llanto, repetía una y otra vez... 

--¡Por qué tantas desgracias! ¡Por qué no llega a mi la muerte, amado mío!...

Y no, Boabdil, no lloró por última vez en la cima del puerto, llamado ahora, Suspiro del Moro al volver la vista atrás y contemplar su hermosa Granada, Boabdil lloró por última vez ante la tumba de su adorada Moraima.

Fue el suyo un amor desdichado, Enterró el cuerpo de su amada, (la mujer que sufrió en silencio a su lado sin pedir nada a cambio) en el pueblo granadino de Mondujar, y allí siguen sus restos, a tan solo treinta kilómetros de su añorada Alhambra.

Boabdil fue exiliado a las Alpujarras cuando perdió Granada. Al morir su mujer, Moraima (lo que más quería en el mundo), con el escaso séquito de cortesanos y servidores que le permitieron Isabel y Fernando (los Reyes Católicos) le dio sepultura con el mejor protocolo a su alcance, la lloró con amargura infinita y regresó al norte de África. Nunca más regresó... Jamás volvió a tocar la piel de mujer alguna..

Joaquín

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