Buenos
amigos, buenos libros y una consciencia adormecida: esa es la vida
real.
(Mark
Twain)
Hay
un librito de oraciones en la Biblioteca Nacional que se
guarda como “oro en paño”. Es del siglo IX y perteneció a la
infanta Doña Urraca, hermana del rey Alfonso VI de León. El libro
se llama “Libro de Horas” y lo utilizaba esta mujer para
sus oraciones y penitencias. Además de ser una auténtica reliquia
por su antigüedad, contiene unas anotaciones hechas a mano por su confesor de las que se desprenden unas conclusiones
cuanto menos sorprendentes...
Según
los historiadores la
tal, Doña Urraca, era una señora de armas tomar. Desde
siempre había tenido una insana predilección por su hermano Alfonso
con el que tuvo amores incestuosos. Y no sólo eso, ideó el crimen de su
otro hermano, Sancho II, para favorecerlo.
Una
de las épocas más apasionantes de la historia de España se
dio bordeando el mítico año mil. Estaba entonces el país dividido
a partes iguales entre cristianos y musulmanes; exactamente de Madrid
para abajo aun era mora y de ahí para arriba se habían formalizado
ya los diferentes reinos cristianos, que serían después el origen
de las diferentes regiones actuales..
Muerto
Fernando I de León, que aglutinaba gran parte de esos reinos,
dividió su territorio entre sus cinco hijos (tres machos y dos
hembras). El primogénito Sancho II, sacó la mejor tajada al tocarle
Castilla, al segundo Alfonso VI, el reino de León y al
tercero de los varones, Galícia. En cuanto a las hembras se llevaron
las migajas, Urraca, la mayor, se tuvo que apañar con el condado de
Zamora y Elvira con el de Toro.
Así
veía las cosas su padre, pero sus retoños no quedaron conformes con
el reparto. Sancho, quizás el más ambicioso, pensaba que al ser el
mayor le correspondía casi todo, y no tardó en pelear contra su
hermano Alfonso para arrebatarle su parte. La hermana mayor, Urraca,
ojito derecho, y más, (ya lo contaremos luego) de Alfonso)
intercedió y llegaron a un acuerdo amistoso. Sin embargo, pronto
volvieron a la carga y Sancho hizo preso a Alfonso
desterrandolo a Toledo, en poder entonces de los moros. Aprovechando la ausencia de su hermano siguió con sus apetencias de
apoderase de todo.
En
una escaramuza, mientras intentaba ganarse Zamora, Sancho fue
asesinado, pero su forma de morir ha dado mucha carnaza a la literatura española. Estaba el
hombre agachado haciendo sus necesidades más perentorias a las
afueras de la ciudad cuando un tal Bellido
Dolfos le atravesó el pecho con una lanza. Ése tal Bellido
era amigo y protegido de Urraca, con lo que no hacía falta hacer
muchas conjeturas acerca de la verdadera instigadora del asesinato.
Urraca en
cuanto supo de la muerte de su hermano Sancho, dio recado urgente a
su otro hermano, Alfonso para que volviera, pues ya tenía el camino
libre. Y Alfonso, efectivamente, volvió de Toledo y además con ganas de gresca. Enseguida tomó posesión de su reino y del de su hermano
asesinado. Y no solo eso, fue a Galicia, encerró sin compasión y
con grilletes en una mazmorra de por vida a su otro hermano, García, y de paso metió en un
convento a sus dos hermanas para quedarse con todo lo suyo, ¡Después
de todo lo que Urraca había hecho por él!... Pero, en fin, así se las
gastaban en aquella época.
Alfonso,
apodado el VI, se convirtió en uno de los reyes más importantes de
la Edad Media, ganó batallas a los moros pero también perdió
algunas. Una de las cuestiones por las que fue más conocido era por
la relación de amor y odio que mantuvo con el Cid toda su
vida.
Rodrigo
Díaz de Vivar “El Cid Campeador” fue el lugarteniente del
rey Sancho II, además de un tipo poderoso y con ejercito propio. Al
morir asesinado Sancho y recaer las sospechas en su hermano Alfonso,
tuvo la osadía de exigirle a éste antes de prometerle obediencia y
fidelidad, que jurara no haber tenido nada que ver con el asesinato
de su hermano, es decir, la famosa “Jura de Santa Gadea”,
(por la iglesia de Burgos en donde se realizó el acto). Alfonso juró
su inocencia pero ése gesto nunca se lo perdonó al Cid y se lo
hizo pagar caro toda su vida.
Otro
de los muchos episodios que caracterizó la vida del conflictivo, Alfonso VI,
fue su negativa a conquistar Toledo a los moros hasta que su rey no
muriera. Éste rey moro, Al-Mamún se portó muy bien con él cuando
estuvo ahí desterrado por su hermano. Fue un gesto muy loable por su
parte porque nada mas estirar la pata el bueno de Al-Mamún
apenas tardó nada en apropiarse de la capital castellana.
En
la vida amorosa de Alfonso tampoco faltó de nada. Se casó cinco veces
pero tuvo muchas amantes de larga duración, e infinidad de ellas
de un sólo día. Tal vez la más famosa de todas sea la mora Zaida,
hija del rey moro de Sevilla y con la que tuvo, por cierto, dos hijos ilegítimos.
No
obstante, a pesar de sus aciertos y desaciertos, que hubo muchos,
quizás su fallo más grande fue ceder (a su muerte) a su yerno
francés (casado con su hija mayor) el condado de Oporto. Esto
motivó, con el tiempo, la independencia de Portugal del
condado de Castilla, ¡Para que vean de dónde viene la cosa!..
Dicho
queda...
Joaquín
Yerga
05/06/2018
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