martes, 1 de noviembre de 2016

Secretos inconfesables...





Llegó un punto en el que la mera proximidad con ella se traducía en casi un dolor físico.


Supongo que todos pasamos en la vida por etapas de incontenible sinceridad. Momentos en donde uno se planta y piensa. ¿Por qué no?  ¿Por qué no contar algunas intimidades de mi pasado más remoto?. Sí, experiencias muy personales pero suficientemente nobles y casi confesables como para compartir con los lectores su transcendencia.. En fin.. Ahí van...

Julia era una mujer de bandera. Pero entended que es la percepción de un joven en plena pubertad entonces, como era mi caso (os hablo de hace más de cuarenta y cinco años).. Estaba ya casada cuando entró en mi vida. Incluso ya era madre; tenía dos vástagos y no tan pequeños. Acababa de llegar a la calle y de comprar una casa a dos pasos de la nuestra

Agradezco infinitamente al azar que me dio la oportunidad de conocerla a fondo. Ella fue mi primera experiencia. Os puedo adelantar para abrir boca que era bastante más joven que mi madre, pero eso no impidió que se hicieran muy buenas amigas. 

Julia era muy abierta y buscaba cualquier excusa para aparecer por casa y ganarse nuestra confianza. Con catorce años y ya talludito como era, a mi no me pasaban desapercibidas éstas historias ni su guapa protagonista. Tened en cuenta que comenzaba mi adolescencia, con todo lo que eso conllevaba, incluidos, ¡cómo no!, los ardores propios de ese conflictivo periodo.

Me doblaba la edad, es cierto, pero, ¡claro!, supone esto que ella cumplía los treinta y pocos, justo la edad en la que una mujer exhibe su máximo esplendor carnal. Sobre todo ante los impertinentes ojos de un procaz mozalbete como era mi caso. 

Confieso, en su descargo, que ella apenas fue consciente de mis tórridas fantasías eróticas que luego especificaré, por lo menos al principio. Aunque a veces hiciera gestos o posturitas, digamos inapropiadas de cara a mi lujuriosa obscenidad.

Estos episodios que pretendo relatar comenzaron ya desde el primer año de su estancia entre nosotros. Lo recuerdo nítidamente, fue aquel cálido verano del setenta y tres.. Me sorprendía cuando, ligerita de ropa, aparecía por casa y se sentaba en el umbral. Luego, confiada y tal vez segura de su intimidad, se acomodaba sin ningún pudor soliviantando ¡y de qué manera!, mi efervescente adrenalina. 

Otras veces se repantingaba en mi viejo sillón playero y se enfrascada en alguna conversación con mi madre sin yuxtaponer debidamente sus bonitas piernas dejando entrever sus blancos y obscenos muslos. Perdonad mi atrevimiento, pero os aseguro que para mí se convertía en el mayor espectáculo del mundo.

Recuerdo una ocasión en la que acudí, alentado por mí madre, en su auxilio para blanquear una pared del patio de su casa porque ella no alcanzaba la cima. Ingenua e inconsciente de mis ya perniciosos catorce años me hizo sujetar la escalera para que no se moviera, mientras ella subida unos peldaños más arriba y, digamos que con el atuendo menos idóneo para ese tipo de faena, se estiraba con la intención de alcanzar a brochazos el máximo perímetro de la pared. Yo como era de esperar miraba extasiado hacia arriba con los ojos como plato contemplando, in situ, lo visible del interior de su falda mientras fantaseaba barbaridades sobre la parte invisible de la misma.

El paroxismo de mi felicidad llegó un maravilloso día de ése inolvidable verano. Andaba yo cándidamente entreteniendo a sus hijos en su casa, cuando ¡de pronto la vi salir desnuda de la ducha en busca de su toalla!. ¡Qué visión, Dios mío!... Os cuento..

Yo me hallaba muy cerca del cuarto de baño. De manera indiscreta o indiferente a mi picardía había dejado la puerta abierta y, ¡claro!, mis hormonas, granujas ellas, me impidieron mirar para otro lado. Es más, yo diría que las muy ladinas me impusieron quedarme petrificado y con la mirada fija en el horizonte. Aunque éste horizonte no alcanzaba más allá que la sonrosada tez de sus esplendorosas nalgas y gran parte de su excitante vello púbico..

Ella me miró, y comprendió.. El resto me lo callo para no levantar pasiones. Solo os confesaré que a los niños le buscamos un conveniente entretenimiento de algo más de media hora..

Y el verano pasó y llegaron otros, pero no se repitió la aventura. Yo permanecí allí ojo avizor esperando cualquier señal que me permitiera dar rienda suelta a mis instintos más primarios. Ésta nunca más llegó y mí ansiada segunda experiencia sexual quedó inédita hasta que, años más tarde en otras circunstancias y con otros personajes, logré satisfacer plenamente mis apetencias. 

En fin, ha pasado ya mucho tiempo.. Algunos sabéis donde vivo, pero me reservo el verdadero nombre de Julia para no dar pistas. Por cierto, con los años he llegado a dudar de su ingenuidad..

Joaquín 


                                   


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