Oigo, patria, tu aflicción...
Ninguna
nación grande jamás ha sido conquistada sin antes haberse destruido
así misma.
(
W.Durant)
A
día de hoy y
en
plenas facultades físicas
y
mentales,
me creo en condiciones de manifestar que los españoles por el mero
hecho de serlo, tenemos buena suerte pues
nacimos
con la fortuna
de
pertenecer a un gran país. Aunque me
temo que no seamos
conscientes de ello.
Bien
es cierto que unas cuantas naciones en el mundo son más grandes que
nosotros; otras están más pobladas y las hay más ricas, pero
teniendo en cuenta que son casi doscientas las que hay en el globo,
resulta que no estamos mal situados.
Hay
siete u ocho tipos de ciudadanos en el mundo a los que
deberíamos envidiar: franceses, ingleses,
alemanes, norteamericanos, y poco más. Han
tenido éstos la fortuna de nacer en unos lugares realmente
sobresalientes, pues
además
de ser potentes en población lo son también en bienestar y riqueza.
Son
ellos los que deciden en la tierra. Los gobiernos de estos estados
son fuertes y consolidadas sus democracias, poseen poderosos
ejércitos y son respetados y admirados por el resto.
Probablemente
cualquier individuo consciente se
cambiaría de nacionalidad sin pensarlo dos veces para convertirse en
súbditos de cualquiera de sus banderas. Por supuesto, sus habitantes
están orgullosos y satisfechos de pertenecer a sus respectivas
naciones.
Después
existe otro grupo de países, que aun siendo más ricos
proporcionalmente (renta
per cápita)
que
nosotros, también son más pequeños demográficamente. Éstos,
Dinamarca, Holanda, Austria etc. (la
mayoría europeos)
tienen
un nivel de bienestar extraordinario, conseguido gracias a la
excelente cultura de sus ciudadanos. Viven muy bien, poseen unos
servicios de sanidad, educación etc. magníficos, y con buena renta
que les permiten tener hogares más que dignos y disfrutar de altas
pensiones. No
obstante, cuentan con cierta desventaja respecto a los del primer
grupo, están poco poblados, y por este motivo no cuentan
demasiado en el organigrama decisorio mundial.
Los
españoles estamos a medio camino de los dos grupos mencionados.
Por
una parte somos un país mediano en tamaño y población y por otro,
disponemos de una renta aceptable, pero algo lejos de los países de
la segunda tanda… Si en algo destacamos, eso sí, por encima de
nuestra dimensión y riqueza es por el idioma castellano, verdadero
tesoro cultural y hasta económico que nos legaron nuestros
antepasados, sobre todo los que llevaron nuestro habla tan
lejos, allende el atlántico.
La
lengua de Cervantes la utilizan en el mundo más de quinientos
cuarenta millones de personas y
ya somos el segundo idioma que más se estudia en el globo, y
subiendo. En
los Estados Unidos supera al francés como segunda lengua. Si no
fuera por el castellano seríamos un país mucho más mediocre de lo
que somos realmente.
Los
residentes en éste extravagante país
nuestro que llamamos España, somos unos seres realmente
privilegiados, porque estar entre los primeros de una lista tan
amplia en el mundo, (en
bienestar y desarrollo)
no
es baladí. Para tratar de entender el excelente lugar que ocupamos
en ese registro universal hay que tener en cuenta varias
circunstancias. Me
explico…
Nuestra
situación geográfica tiene pros y contras. Por
la latitud espacial de nuestra posición en la tierra y la
generosidad del clima mediterráneo que predomina en nuestro entorno
ya somos especialmente beneficiados en relación al resto de Europa.
Otra
excelencia: somos acomodo y anhelo vacacional para millones de
sufridos norteuropeos que sueñan con tener una casita en donde
reposar sus veranos y concluir felizmente su aterida existencia en un
país desarrollado y seguro. Ésto
es una satisfacción que pocos países del mundo tienen. Sin embargo,
estar a caballo entre África y Europa, también nos proporciona
algunos quebraderos de cabeza, desafortunadamente, todos sabemos
cuáles.
Qué
duda cabe que pertenecer a la unión europea y ser miembro de todos
sus organismos sociales y económicos nos ofrece unas ventajas que no
todo el mundo tiene, y nos brinda un espacio de seguridad cultural,
jurídico y económico envidiable. Gracias a esto, y a pesar de
nuestras veleidades bananeras recurrentes estamos protegidos dentro
del espacio más desarrollado y avanzado del planeta, que falta nos
hace. Imaginemos por un momento qué sería de nosotros si en vez de
estar en el sur de Europa estuviésemos situados en Sudamérica.
Los
españoles medramos en una perpetua
contradicción:
ambicionamos imitar en
sueldos y haberes a
los muy productivos y pragmáticos europeos de religión protestante,
pero tenemos mentalidad de los conformistas y pasivos mediterráneos
católicos…Y es que por una parte somos incapaces de situarnos al
mismo nivel de desarrollo y riqueza de los primeros, porque tampoco
hacemos el esfuerzo necesario para ello,
preferimos
la seguridad de un estado protector que nos proporcione las básicas
prestaciones a aventurarnos a mejorar económicamente si
para ello hay que exponer capital e incertidumbre.
Y
por la otra, nuestra manera de ser tiene también, aunque no lo
parezca su lado positivo. Es
conocido y aceptado que el modo mediterráneo de vivir conlleva
menos estrés, mejor y más sana comida, y relaciones sociales más
intensas, las cuales nos hacen menos propensos a la soledad y la
depresión, males muy extendidos últimamente.
En
el cómputo final creo, que por nuestra idiosincrasia
cultural y nivel de vida que atesoramos, somos unos
afortunados, todas las variables así lo corroboran.
Otro
dato esencial para medir el grado de desarrollo de un país es la
edad media de supervivencia de su gente. Afortunadamente
estamos entre los dos o tres países más longevos de la tierra.
incluso,
en bienestar social y por las prestaciones asistenciales que nos
damos tampoco salimos mal parados. Los
hay mejores, por supuesto, pero démonos por satisfechos, aunque
siempre podemos exigirnos más.
Por
otra parte también pesa sobre nuestras cabezas y dignidad como
ciudadanos losas inaceptables como es el alto nivel de paro que
hace que suba la media de personas que sobreviven por debajo de la
renta mínima permitida.
Es
obvio constatar que no a todos nuestros compatriotas satisface este
grado de optimismo que exhibo, pues a pesar de ser uno de los países
mejores del mundo para vivir, con un buen nivel de bienestar, unos
servicios sociales aceptables, un clima propicio, una naturaleza
rica y variada, una historia pródiga (aunque
no siempre razonable)
y
un idioma universal, hay gente que reniega pertenecer a esta
antiquísima nación. Otros
prefieren resaltar solo lo negativo, pero ¡Claro!,
allá cada uno y sus conciencias.
Pese
a nuestro
carácter latino, que realza lo tribal y repudia lo colectivo,
(aunque
esto vaya en detrimento de un mayor desarrollo)
algo estaremos
haciendo bien últimamente para que muchos
habitantes del planeta sientan una sana envidia de la suerte de
los españoles.
Por
terminar con este merecido elogio a nuestra tierra, y ahora que
lo pienso, es posible que exagere un poco., perdóneseme el
atrevimiento, tal vez me pierda el inmenso cariño que le tengo
a este viejo país… a pesar de sus imperfecciones.
Dicho
queda…
Joaquín
Yerga
06/11/2016
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