El viaje soñado
Viajar
es sentirse poeta,
escribir
una carta,
es
querer abrazar.
Abrazar
al llegar a una puerta
añorando
la calma
es
dejarse besar.
(García
Márquez)
España
hasta hace cuatro días como aquel que dice ha sido para los europeos
un país exótico, un país misterioso y atrayente, especialmente
propicio para aventuras arriesgadas. Los escasos viajeros que
osaban penetrar por los Pirineos y
recorrerlo sorteando nuestra complicada orografía eran
unos héroes. O cuanto menos individuos muy audaces.
Nuestras
relaciones extrafronterizas con el resto de Europa han sido muy
escasas a lo largo de la historia reciente. Tan solo a principios del
siglo XX, con la ampliación de la red de ferrocarriles y
mejoras de las carreteras se fue normalizando. Y es
que ésa cadena montañosa que nos separan de Francia ha sido siempre
una barrera casi infranqueable.
La Europa
occidental, es decir la más desarrollada, donde se ubican los
países tan punteros como Francia, Alemania, Holanda etc.
es una zona muy llana y prácticamente no hay fronteras naturales
insalvables. Cualquier viajero, bien fuera por motivos
laborales, aventureros o simplemente de exilio político
o religioso, podía pasar de un país a otro sin menoscabo de su salud física o económica por la facilidad en poder hacerlo.
Toda relación de cualquier naturaleza entre esas naciones han
sido siempre muy fecundas. Esto hizo que el nivel de vida y
desarrollo o de costumbres y hábitos fuera muy parecido entre
estos países. Sin embargo visitar España era
harina de otro costal.
Nuestro
país a ojos de foráneos, bien por lo aislado del resto
de Europa o por nuestras propias costumbres,
estaba considerado como un territorio semisalvaje más cercano al
continente africano que al europeo. Acordémonos de aquello de: ”Europa empieza en los Pirineos” y que los franceses,
tan fraternales ellos, siempre nos lo han echado en cara a las
primeras de cambio.
No
sé si existirá el libro definitivo que recopile la visión tan
particular de cada uno de los viajeros que han recorrido nuestro país
a lo largo de los siglos pero si existiera prometería ser
interesantísimo. A mí me complace airear el hecho de
haber leído varios libros escritos por este tipo de viajeros, muchos
de ellos con ideas románticas propias de la época. Confieso haberme
deleitado con las impresiones que de nosotros se llevaban estos
intrépidos literatos, periodistas o aventureros, porque de
todo había.
Uno
de los pioneros en iniciar y fomentar la leyenda
del exotismo español que vino después fue, Richard
Ford, que viajó por España durante los
años 1830 y 1833 (tiempos de Larra y Fernando VII) y
acompañó sus escritos con numerosos dibujos de los paisajes
patrios. Fue tal el éxito que tuvo el libro que escribió al volver
a Inglaterra basado en sus experiencias que se
hicieron numerosas ediciones. Su lectura animó a multitud de
escritores y artistas a querer visitarnos.
Ford aventó
a los cuatros vientos a través de sus crónicas nuestra
similitud con oriente en cuanto a los monumentos, nuestras salvajes
corridas de toros y las andanzas de los bandoleros generosos
andaluces; esto creó una leyenda que aún perdura. Y es
que cuando algo horada y penetra de ésa forma en el
subconsciente de la gente y se idealiza, es imposible sacarlo por
mucho que insistamos. Pasó igual con la leyenda negra de la
inquisición dos siglos antes. La crearon los ingleses para
denigrarnos, y les funcionó, aun la padecemos.
Otro
romántico impenitente, parisino para más señas, fue Teófilo
Gautier. Recorrió éste España de mayo a octubre de
1840, tiempos de Isabel II, de liberales y conservadores,
es decir de Narváez, O´Donnell y Espartero. En
ésta época nuestro país ya sufría un retraso considerable en
relación a la Europa occidental. Allí ya estaban en plena
revolución industrial, aquí, ni estaba ni se le esperaba.
Éste
buen escritor, prendado de las costumbres y gentes de España,
se llevó durante el transcurso de su viaje muchas sorpresas. Él
creía que las mujeres españolas eran todas poco más o
menos que una mezcla de gitanas y moras, y al verlas, algunas
rubias y con ojos azules, se sorprendía gratamente, incluso, llegó a
escribir que eran mucho más atractivas y guapas que las francesas.
En
lo tocante a la tauromaquia, Gautier, hizo un símil
de las corridas de toros y las comparó con los espectáculos
del circo romano con sus gladiadores y muerte de fieras. Se
sorprendió mucho (también yo cuando lo leí) que en Madrid había
toros todos los lunes del año, mañana y tarde. La plaza –escribe--
estaba siempre llena hasta la bandera y doce mil personas se
desgañitaban gritando emocionadas a los toreros. A una
corrida a la que asistió se mataron ocho toros, y murieron
catorce caballos. Imagino su asombro, como espectador y neófito
de la fiesta ante tamaña exhibición sangrienta.
Otros
viajeros por España que dejaron su impronta y
colaboraron a agrandar nuestros mitos como: las corridas
de toros, los bandoleros de Sierra Morena, las manolas o
los garbosos gitanos fueron: Víctor Hugo, (el
autor de Los Miserables) Lord Byron, Alejandro
Dumas, (el creador de La dama de las camelias o el
Conde de Montecristo) Próspero Merimée, (el de la
ópera Carmen) George Sand, (estupenda escritora de
libros inolvidables y amante de tipos como Merimée o
Chopin). Y otros muchos..
También el
norteamericano Washington Irving, (el
de cuentos de la Alhambra), o el pedante Hans
Christian Andersen, (el de La Sirenita o El Patito feo) que
volvió disgustado a su Dinamarca natal porque aquí
en España nadie le reconocía. Para ser sincero y
en honor a la verdad, él ya era muy famoso en
toda Europa, sin embargo aquí pasó desapercibido. Y es que…
Spain was different… Lo era, y lo sigue siendo.
Dicho
queda...
Joaquín
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