jueves, 17 de noviembre de 2016

El viaje soñado





Viajar es sentirse poeta,
escribir una carta,
es querer abrazar.
Abrazar al llegar a una puerta
añorando la calma
es dejarse besar.
(García Márquez)

España hasta hace cuatro días como aquel que dice ha sido para los europeos un país exótico, un país misterioso y atrayente, especialmente propicio para aventuras arriesgadas. Los escasos viajeros que osaban penetrar por los Pirineos y recorrerlo sorteando nuestra complicada orografía eran unos héroes. O cuanto menos individuos muy audaces.
Nuestras  relaciones extrafronterizas con el resto de Europa han sido muy escasas a lo largo de la historia reciente. Tan solo a principios del siglo XX,  con la ampliación de la red de ferrocarriles y mejoras de las carreteras se fue normalizando. Y es que ésa cadena montañosa que nos separan de Francia ha sido siempre una barrera casi infranqueable.
La Europa occidental, es decir la más desarrollada, donde se ubican los países tan punteros como Francia, Alemania, Holanda etc. es una zona muy llana y prácticamente no hay fronteras naturales insalvables. Cualquier  viajero, bien fuera por motivos laborales, aventureros  o  simplemente de exilio político o religioso, podía pasar de un país a otro sin menoscabo de su salud física o económica por la facilidad en poder hacerlo. Toda relación de cualquier naturaleza entre esas naciones han sido siempre muy fecundas. Esto hizo que el nivel de vida y desarrollo o de costumbres y hábitos fuera  muy parecido entre estos países. Sin embargo visitar España  era harina de otro costal.
Nuestro país a ojos de  foráneos, bien por lo aislado del resto de Europa  o por nuestras propias costumbres, estaba considerado como un territorio semisalvaje más cercano al continente africano que al europeo. Acordémonos  de aquello de: ”Europa empieza en los Pirineos” y que los franceses, tan fraternales ellos, siempre nos lo han echado en cara a las primeras de cambio.
No sé si existirá el libro definitivo que recopile la visión tan particular de cada uno de los viajeros que han recorrido nuestro país a lo largo de los siglos pero si existiera prometería ser interesantísimo. A mí me complace airear el hecho de haber leído varios libros escritos por este tipo de viajeros, muchos de ellos con ideas románticas propias de la época. Confieso haberme deleitado con las impresiones que de nosotros se llevaban estos intrépidos literatos, periodistas o aventureros, porque de todo había.
Uno de los pioneros en iniciar y fomentar la leyenda del exotismo español que vino después  fue, Richard Ford, que viajó por España durante los años 1830 y 1833 (tiempos de Larra y Fernando VII) y acompañó sus escritos con numerosos  dibujos de los paisajes patrios. Fue tal el éxito que tuvo el libro que escribió al volver a Inglaterra basado en sus experiencias que se hicieron numerosas ediciones. Su lectura animó a multitud de escritores y artistas a querer visitarnos.
Ford aventó  a los cuatros vientos a través de sus crónicas nuestra similitud con oriente en cuanto a los monumentos, nuestras salvajes corridas de toros  y las andanzas de los bandoleros  generosos  andaluces; esto creó una leyenda  que aún perdura. Y es que  cuando algo horada y penetra de ésa forma en el subconsciente de la gente y se idealiza, es imposible sacarlo por mucho que insistamos. Pasó igual con la leyenda negra de la inquisición dos siglos antes. La crearon los ingleses para denigrarnos,  y les funcionó, aun la padecemos.
Otro romántico impenitente, parisino para más señas, fue Teófilo Gautier.  Recorrió éste España de mayo a octubre de 1840, tiempos de Isabel II,  de liberales y conservadores, es decir de Narváez, O´Donnell  y Espartero. En ésta época nuestro país ya sufría un retraso considerable en relación a la Europa occidental. Allí ya estaban en plena revolución industrial, aquí, ni estaba ni se le esperaba.
Éste buen escritor, prendado de las costumbres y gentes de España, se llevó durante el transcurso de su viaje muchas sorpresas. Él creía que las mujeres españolas  eran todas poco más o menos que una mezcla de gitanas y moras, y al verlas, algunas rubias y con ojos azules, se sorprendía gratamente, incluso, llegó a escribir que eran mucho más atractivas y guapas que las francesas.
En lo tocante a la tauromaquia, Gautierhizo un símil  de las corridas de toros  y las comparó con los espectáculos del circo romano con sus gladiadores y muerte de  fieras. Se sorprendió mucho (también yo cuando lo leí) que en Madrid había toros todos los lunes del año, mañana y tarde. La plaza  –escribe-- estaba siempre llena hasta la bandera y doce mil personas se desgañitaban gritando emocionadas  a los toreros. A una corrida a la que asistió se mataron ocho toros,  y murieron catorce caballos. Imagino su asombro, como espectador y neófito  de la fiesta ante tamaña exhibición sangrienta.
Otros viajeros por España que dejaron su impronta y colaboraron a agrandar nuestros  mitos  como: las corridas  de  toros, los bandoleros de Sierra Morena, las manolas o los garbosos  gitanos fueron: Víctor Hugo, (el autor de Los Miserables)  Lord ByronAlejandro Dumas, (el creador de La dama de las camelias o el Conde de Montecristo) Próspero Merimée, (el de la ópera Carmen) George Sand, (estupenda escritora de libros inolvidables y amante de tipos como Merimée o Chopin). Y otros muchos..
También el norteamericano Washington Irving, (el de cuentos de la Alhambra), o el pedante Hans Christian Andersen, (el de La Sirenita o El Patito feo) que volvió disgustado a su Dinamarca natal porque aquí en España nadie le reconocía. Para ser sincero y en honor a la verdad, él ya era muy famoso en toda Europa, sin embargo aquí pasó desapercibido. Y es que… Spain was different… Lo era,  y lo sigue siendo.
Dicho queda...


                                                                                   Joaquín 


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