viernes, 25 de noviembre de 2016

Sé lo que hiciste...




Hojas repletas de versos.
Poesías de amor en ellas
a ti dedicadas.
Estériles suspiros por un amor perdido.
Ensueños de mundos imposibles
y mil besos por dar;
Amiga, mi libro eras tú..

--Joaquin--


Cuentan las crónicas, y perfectamente pudiera entrar dentro de lo plausible, que en una época de su vida, Constantino, emperador del Imperio Romano, sufrió de lepra (la enfermedad maldita de la antigüedad). Para combatirla unos sabios y curanderos le aconsejaron bañarse en un recipiente lleno con la sangre fresca de varios niños previamente descuartizados. Todo estaba dispuesto ya para cumplimentar esa acción cuando en un momento dado el llanto desconsolado de las madres de los niños a sacrificar le hizo desistir. Se libraron los pequeños de chiripa. Así se las gastaban en aquellos tiempos ya tan lejanos. 
El emperador romano Constantino, llamado el Grande, vivió entre los años de nuestro señor  del  270 a  337. Era hijo de otro emperador, Constancio,  y de su concubina  Elena. Nació para la humanidad en lo que ahora es la antigua Serbia pues allí estaría su padre, acantonado en algún campamento al mando de algunas de sus  legiones. Y por allí moraba también, en algún harén de su propiedad su madre, Elena, ansiosa por ser la favorita. 
En tiempos de Constantino el Imperio Romano estaba ya a punto de fenecer, le quedaban poco más de cien años de vida. Los bárbaros asediaban ya las fronteras y las legiones se veían impotentes para impedirles el paso. Éste emperador no se portó mal del todo, fue, visto lo visto, un buen dirigente pues recompuso el imperio que estaba  destrozado y lo mantuvo en pie unas cuantas décadas más. Aunque eso no quita que él, particularmente, fuera un cafre. 
Constantino, (todos lo recordaremos de la escuela) fue el emperador que terminó con las sangrientas persecuciones contra los cristianos. Para eso promulgó el famoso Edicto de Milán del año 313, según el cual se permitiría libertad de culto en todo el Imperio. Que conste que poco después, al hacerse oficial el cristianismo, muchos de los antaño perseguidos cristianos se convirtieron en fanáticos perseguidores de los paganos de toda la vida. Algunos recordarán episodios relacionados con esto último si ha visto la película de Amenábar, Ágora, y lo mal que lo pasó gente como Hypatia de Alejandría, perseguida, acosada y asesinada por ser pagana. 
Se cree que su madre, Elena, (más tarde santificada como Santa Elena), fue la que descubrió el sepulcro de Jesucristo y restos de la conocidísima Vera Cruz (la cruz donde fue crucificado Jesús). Para organizar su búsqueda fue ella personalmente a Jerusalén, que entonces formaba parte del Imperio romano. Hay que tener en cuenta que aún no había pasado demasiado tiempo de la muerte de Jesús, tan solo trescientos años, y a los musulmanes (todavía no existían) le faltaban trescientos cincuenta años para invadir la Ciudad Santa y destrozar todo lo relacionado con el cristianismo. 
Cuando murió su padre, Constancio, dejó éste al imperio con cuatro co-emperadores, dos en la zona occidental y otros dos en la oriental para que lo administraran mejor al ser tan extenso, pero Constantino, (uno de ellos) fue liquidando a sus  tres compañeros y se quedó él solito. Es muy conocido el episodio que vivió luchando contra uno de ellos, Majencio, en la famosa batalla, llamada de Puente Milvio, a las afueras de Roma. Antes de la batalla se le apareció en el cielo una gran cruz que le hizo recapacitar de sus ideas paganas. Gracias a esa visión, según la leyenda, ganó la contienda y fue el principio de su conversión. Para la Iglesia fue ésta la primera gran victoria del cristianismo. 
Otro de los grandes hechos que se le atribuyen a Constantino, (en éste caso verídico) fue la fundación de Constantinopla, la actual Estambul de los turcos. Como la zona de mayor influencia del Imperio se fue desplazando, en esa época, hacia oriente, (más rico y próspero) pues fundó por allí la nueva capital, y dejó Roma a la iglesia. Uno de los grandes enigmas de la antigüedad y que llegó, por cierto, su repercusión hasta el final de Edad Media, fue sin duda la llamada, Donación de Constantino, según la cual, éste antes de abandonar Roma, donó lo que ahora es el Vaticano y la propia ciudad de Roma a la iglesia. Desde entonces tenemos ahí la gran sede que fue, y lo sigue siendo, de la cristiandad. Por cierto, ésta donación resultó ser falsa, está archidemostrado, pero santa Rita rita, lo que se da…. 
En la nueva capital, Constantinopla, (La joya de la antigüedad tardía, con una historia a sus espaldas apabullante) se esmeró todo lo que pudo y más, el amigo Constantino. Para eso, y para hacer de ella la más bella, saqueó a todas las ciudades griegas y se llevó  allí  todas las piezas con algún valor artístico que pudo. Acertó en la idea pues llegó a ser la más espectacular urbe cristiana durante más de mil años.
En asuntos religiosos y sus dogmas éste emperador fue muy decisivo en el nacimiento y formación del cristianismo. Convocó el primer concilio de la historia, el llamado concilio de Nicea (por celebrarse en esa ciudad, ahora también turca). Acudieron a ella todos los obispos, patriarcas etc. de la nueva fe. Discutieron durante varias semanas todo lo que pudieron y más, y al final decidieron y adoptaron las que serían las bases y los cimientos del cristianismo. Y que se han mantenido hasta nuestros días. El credo viene desde entonces y estamos hablando del año 325 d.c. ¡Ya ha llovido!.. 
Lo que son las cosas, cuando rezamos en la intimidad, o nos damos golpes de pecho expiando algún pecadillo mientras entonamos esa cantinela o estribillo tan cotidiano y habitual como es el Padrenuestro o el Credo, que se sepa que estamos repitiendo frases y deseos que decidieron unos obispos y prelados, allá en Nicea, hace la friolera de 1700 años. En fin..

                                                   Joaquín Yerga



                                            

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