Hojas repletas de versos.
Poesías de amor en ellas
a ti dedicadas.
Estériles suspiros por un amor
perdido.
Ensueños de mundos imposibles
y mil besos por dar;
Amiga, mi libro eras tú..
--Joaquin--
Cuentan las crónicas, y perfectamente pudiera entrar dentro de lo
plausible, que en una época de su vida, Constantino, emperador del
Imperio Romano, sufrió de lepra (la enfermedad maldita de la antigüedad). Para
combatirla unos sabios y curanderos le aconsejaron bañarse en un recipiente
lleno con la sangre fresca de varios niños previamente descuartizados. Todo estaba dispuesto ya para
cumplimentar esa acción cuando en un momento dado el llanto desconsolado de las
madres de los niños a sacrificar le hizo desistir. Se libraron los pequeños de
chiripa. Así se las gastaban en aquellos tiempos ya tan lejanos.
El emperador romano Constantino, llamado el Grande, vivió entre los años
de nuestro señor del 270 a 337. Era hijo de otro emperador,
Constancio, y de su concubina Elena. Nació para la
humanidad en lo que ahora es la antigua Serbia pues allí estaría su padre, acantonado en
algún campamento al mando de algunas de sus legiones. Y por allí moraba
también, en algún harén de su propiedad su madre, Elena, ansiosa por ser la
favorita.
En tiempos de Constantino el Imperio Romano estaba ya a punto de
fenecer, le quedaban poco más de cien años de vida. Los bárbaros asediaban
ya las fronteras y las legiones se veían impotentes para impedirles el paso.
Éste emperador no se portó mal del todo, fue, visto lo visto, un buen dirigente
pues recompuso el imperio que estaba destrozado y lo mantuvo en pie unas
cuantas décadas más. Aunque eso no quita que él, particularmente, fuera un
cafre.
Constantino, (todos lo recordaremos de la escuela) fue el emperador que
terminó con las sangrientas persecuciones contra los cristianos. Para eso promulgó
el famoso Edicto de Milán del año 313, según el cual se permitiría libertad de
culto en todo el Imperio. Que conste que poco después, al hacerse oficial el
cristianismo, muchos de los antaño perseguidos cristianos se convirtieron en
fanáticos perseguidores de los paganos de toda la vida. Algunos recordarán
episodios relacionados con esto último si ha visto la película de
Amenábar, Ágora, y lo mal que lo pasó gente como Hypatia
de Alejandría, perseguida, acosada y asesinada por ser pagana.
Se cree que su madre, Elena, (más tarde santificada como Santa Elena),
fue la que descubrió el sepulcro de Jesucristo y restos de la
conocidísima Vera Cruz (la cruz donde fue crucificado Jesús). Para organizar su
búsqueda fue ella personalmente a Jerusalén, que entonces formaba parte del
Imperio romano. Hay que tener en cuenta que aún no había pasado demasiado
tiempo de la muerte de Jesús, tan solo trescientos años, y a los musulmanes
(todavía no existían) le faltaban trescientos cincuenta años para invadir la
Ciudad Santa y destrozar todo lo relacionado con el cristianismo.
Cuando murió su padre, Constancio, dejó éste al imperio con cuatro
co-emperadores, dos en la zona occidental y otros dos en la oriental para que
lo administraran mejor al ser tan extenso, pero Constantino, (uno de ellos)
fue liquidando a sus tres compañeros y se quedó él solito. Es muy
conocido el episodio que vivió luchando contra uno de ellos, Majencio, en la
famosa batalla, llamada de Puente Milvio, a las afueras de Roma.
Antes de la batalla se le apareció en el cielo una gran cruz que le hizo
recapacitar de sus ideas paganas. Gracias a esa visión, según la leyenda, ganó
la contienda y fue el principio de su conversión. Para la Iglesia fue ésta
la primera gran victoria del cristianismo.
Otro de los grandes hechos que se le atribuyen a Constantino, (en éste
caso verídico) fue la fundación de Constantinopla, la actual Estambul de los
turcos. Como la zona de mayor influencia del Imperio se fue desplazando,
en esa época, hacia oriente, (más rico y próspero) pues fundó por allí la nueva
capital, y dejó Roma a la iglesia. Uno de los grandes enigmas de la antigüedad
y que llegó, por cierto, su repercusión hasta el final de Edad Media, fue sin
duda la llamada, Donación de Constantino, según la cual, éste antes
de abandonar Roma, donó lo que ahora es el Vaticano y la propia ciudad de Roma
a la iglesia. Desde entonces tenemos ahí la gran sede que fue, y lo sigue
siendo, de la cristiandad. Por cierto, ésta donación resultó ser falsa, está
archidemostrado, pero santa Rita rita, lo que se da….
En la nueva capital, Constantinopla, (La joya de la
antigüedad tardía, con una historia a sus espaldas apabullante) se esmeró todo
lo que pudo y más, el amigo Constantino. Para eso, y para hacer de ella la más
bella, saqueó a todas las ciudades griegas y se llevó allí todas
las piezas con algún valor artístico que pudo. Acertó en la idea pues llegó a ser la más espectacular urbe cristiana durante más de mil años.
En asuntos religiosos y sus dogmas éste emperador fue muy decisivo en
el nacimiento y formación del cristianismo. Convocó el primer concilio de la
historia, el llamado concilio de Nicea (por celebrarse en esa
ciudad, ahora también turca). Acudieron a ella todos los obispos, patriarcas
etc. de la nueva fe. Discutieron durante varias semanas todo lo que pudieron y
más, y al final decidieron y adoptaron las que serían las bases y los
cimientos del cristianismo. Y que se han mantenido hasta nuestros días. El
credo viene desde entonces y estamos hablando del año 325 d.c. ¡Ya ha
llovido!..
Lo que son las cosas, cuando rezamos
en la intimidad, o nos damos golpes de pecho expiando algún pecadillo mientras
entonamos esa cantinela o estribillo tan cotidiano y habitual como es el
Padrenuestro o el Credo, que se sepa que estamos repitiendo frases y deseos que
decidieron unos obispos y prelados, allá en Nicea, hace la friolera de
1700 años. En fin..
Joaquín Yerga
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