El sexto sentido
No son las cosas reales las que nos asustan, sino lo que imaginamos de ellas.
No
es mi intención asustar a nadie. Créanme, sólo pretendo aliviar mi ánimo. Es más, necesito contar lo que pasó porque, seguramente, haciéndoles participes de los
hechos se diluya mi congoja y se me aquiete el alma. Ustedes juzgarán
cuando lean mi historia. Pero no se la tomen a la ligera, por favor; de
alguna manera, para bien o para mal, ha marcado mi vida.. Todo empezó una oscura tarde de otoño..
Os
aseguro que había bajado cientos de veces a mi garaje y jamás vi nada parecido
a lo de aquel día. Sepan que hace la friolera de veinte años
que lo utilizo para meter mi pequeño coche, con lo que no pueden
pensar, siquiera, que aquello fue debido a la novedad de un primer
día. Y les prometo por lo que más quiero en este mundo que iba tan
sobrio como nunca antes lo había estado.
Es
verdad que era ya tarde cuando decidí ir a Madrid aquel día. Soy de Fuente de Cantos, pero vivo
en una ciudad de esas que llaman dormitorios que circundan la capital. Los sábados aprovechamos un par de viejos amigos y yo nos vamos a cenar al centro. Es una costumbre de muchos años atrás, de cuando solteros.. Después solemos acabar la
velada en algún cine viendo alguna película de estreno o en un bar de moda tomando unas copas hasta altas horas de la madrugada..
Fue
el otoño pasado y, a pesar de que no serian más de las siete y media de la tarde, había
ya oscurecido cuando bajé al aparcamiento y abrí el coche. He de
reconocer sus escasas dimensiones; apenas ocho o
diez vehículos y no muy grandes caben en él.
Predispuesto a pasar una noche agradable y tan ajeno a lo que
vino después estaba, que ya tenia ajustado el cinturón de seguridad y
accionado la llave de arranque, cuando...
De repente se apagaron las luces
y el garaje se queda a oscuras.. Apenas una tenue luz natural
procedente de una desvencijada ventana que daba a un callejón
lateral era mi única guía. Juro que estaba tranquilo y
perfectamente lúcido hasta el momento en que, al intentar mover el
coche y entre un inquietante juegos de sombras, la vi!!...¡Sí, la vi!. ¡Os juro que allí estaba!..
Tendida en el suelo, justo delante de las ruedas delanteras de mi coche, contemplé, estupefacto, el cuerpo menudo de una niña. Incluso os puedo describir
la terrible mueca de dolor en su pequeño rostro. No tardé ni dos
segundos aún conmocionado como estaba por la inesperada visión en
abrir la puerta y salir del auto a toda prisa con la intención de
auxiliarla, pero...
Nada
más pisar con mis zapatos las sucias baldosas del aparcamiento volvió
la luz de golpe; cegadora, inmisericorde, y la escueta estancia se
iluminó de repente. Me restregué con fuerza los ojos deslumbrados y aturdidos
todavía por la impresión y me dirigí a donde estaba el cuerpo de
la niña pero... ¡no hizo falta avanzar demasiado! ¡Miré con premura,
y allí no había nada! ¡Había desaparecido!.¡Dios mio!..
Recuerdo
la incredulidad de mi ánimo; aunque no niego la alegría que me
invadió de súbito pues, estarán conmigo que mejor quedar como un iluso visionario que
contemplar realmente el cadáver de una niña tirada en el suelo...
Haciéndome
mil preguntas acerca de mi salud mental volví a entrar en el coche, quité el freno de mano y salí desconcertado y a toda pastilla del
garaje. Ni tan siquiera pensaba contarle a mis amigos el incidente,
se reirían de mi o me tildarían de loco o borracho; aunque ya dije
antes que no había probado ni una gota de alcohol.
A
medida que me acercaba a Madrid y a pocos kilómetros ya de la
Castellana noté una rara afluencia de coches, poco habitual para esas
horas de la tarde. Incluso llegó a formarse una gran retención. Después
de unos largos y tediosos minutos de espera, poco a poco fuimos
avanzando hasta llegar al lugar que parecía ser el que había
generado el atasco. ¡Un accidente de trafico!...¡Vaya tarde!-- me lamenté en silencio..
Según
llego a la altura de los coches accidentados y empujado por esa
curiosidad insana que a menudo sufrimos los humanos, vi a
través de la ventanilla algo inaudito: rodeado por coches de
policías y ambulancias yacía en el arcén de la autopista el cuerpo sin vida de una niña semi-cubierta por el plástico amarillo que suelen
colocar a los cadáveres después de una repentina muerte. No vi su
rostro, preferí no hacerlo, pero sí a unas cuantas personas,
posiblemente sus padres, desconsoladas dando gritos de horror y
desesperación, sujetas y abrazadas fuertemente por voluntarios de Protección Civil...
Imaginen
mi conmoción; enseguida vinculé los sucesos del garaje con los de
la carretera. Pero no quise saber nada más del terrible accidente
aquel. Me negué incluso a ver los telediarios por unos días. Era
tal la congoja que sentí durante un largo tiempo que apenas
utilizaba el coche para no bajar al garaje. No obstante..
Poco a poco
se me fue pasando la angustia y al final me convencí de que todo fue
consecuencia de una pura coincidencia; la tétrica visión del cuerpo
de la niña, quizás producto del juego de sombras en un viejo garaje; y el accidente, muy real, pero que sucede por desgracia demasiado a
menudo; los dos hechos se confabularon para hacerme, casi, enloquecer aquel día.
A
fuerza del paso de los días he vuelto a ser el mismo de siempre.. Sólo que hace unos días, siete meses después de los macabros sucesos
que os he relatado he vuelto a bajar al garaje.. ¡Y se ha vuelto a ir
la luz!... ¡Y he vuelto a ver la niña...!! Apenas he titubeado,
he salido corriendo a pie del garaje y no he vuelto a coger el coche... me
niego en redondo a ver los telediarios.
¡Os
juro que no he probado ni una gota de alcohol!...
Joaquín
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