lunes, 9 de julio de 2018

El sexto sentido





No son las cosas reales las que nos asustan, sino lo que imaginamos de ellas.

No es mi intención asustar a nadie. Créanme, sólo pretendo aliviar mi ánimo. Es más, necesito contar lo que pasó porque, seguramente, haciéndoles participes de los hechos se diluya mi congoja y se me aquiete el alma. Ustedes juzgarán cuando lean mi historia. Pero no se la tomen a la ligera, por favor; de alguna manera, para bien o para mal,  ha marcado mi vida.. Todo empezó una oscura tarde de otoño..
Os aseguro que había bajado cientos de veces a mi garaje y jamás vi nada parecido a lo de aquel día. Sepan que hace la friolera de veinte años que lo utilizo para meter mi pequeño coche, con lo que no pueden pensar, siquiera, que aquello fue debido a la novedad de un primer día. Y les prometo por lo que más quiero en este mundo que iba tan sobrio como nunca antes lo había estado.
Es verdad que era ya tarde cuando decidí ir a Madrid aquel día. Soy de Fuente de Cantos, pero vivo en una ciudad de esas que llaman dormitorios que circundan la capital. Los sábados aprovechamos un par de viejos amigos y yo nos vamos a cenar al centro. Es una costumbre de muchos años atrás, de cuando solteros.. Después solemos acabar la velada en algún cine viendo alguna película de estreno o en un bar de moda tomando unas copas hasta altas horas de la madrugada..
Fue el otoño pasado y, a pesar de que no serian más de las siete y media de la tarde, había ya oscurecido cuando bajé al aparcamiento y abrí el coche. He de reconocer sus escasas dimensiones; apenas ocho o diez vehículos y no muy grandes caben en él.
Predispuesto a pasar una noche agradable y tan ajeno a lo que vino después estaba, que ya tenia ajustado el cinturón de seguridad y accionado la llave de arranque, cuando... 
De repente se apagaron las luces y el garaje se queda a oscuras.. Apenas una tenue luz natural procedente de una desvencijada ventana que daba a un callejón lateral era mi única guía. Juro que estaba tranquilo y perfectamente lúcido hasta el momento en que, al intentar mover el coche y entre un inquietante juegos de sombras, la vi!!...¡Sí, la vi!. ¡Os juro que allí estaba!..
Tendida en el suelo, justo delante de las ruedas delanteras de mi coche, contemplé, estupefacto, el cuerpo menudo de una niña. Incluso os puedo describir la terrible mueca de dolor en su pequeño rostro. No tardé ni dos segundos aún conmocionado como estaba por la inesperada visión en abrir la puerta y salir del auto a toda prisa con la intención de auxiliarla, pero...
Nada más pisar con mis zapatos las sucias baldosas del aparcamiento volvió la luz de golpe; cegadora, inmisericorde, y la escueta estancia se iluminó de repente. Me restregué con fuerza los ojos deslumbrados y aturdidos todavía por la impresión y me dirigí a donde estaba el cuerpo de la niña pero... ¡no hizo falta avanzar demasiado! ¡Miré con premura, y allí no había nada! ¡Había desaparecido!.¡Dios mio!..
Recuerdo la incredulidad de mi ánimo; aunque no niego la alegría que me invadió de súbito pues, estarán conmigo que mejor quedar como un iluso visionario que contemplar realmente el cadáver de una niña tirada en el suelo...
Haciéndome mil preguntas acerca de mi salud mental volví a entrar en el coche, quité el freno de mano y salí desconcertado y a toda pastilla del garaje. Ni tan siquiera pensaba contarle a mis amigos el incidente, se reirían de mi o me tildarían de loco o borracho; aunque ya dije antes que no había probado ni una gota de alcohol.
A medida que me acercaba a Madrid y a pocos kilómetros ya de la Castellana noté una rara afluencia de coches, poco habitual para esas horas de la tarde. Incluso llegó a formarse una gran retención. Después de unos largos y tediosos minutos de espera, poco a poco fuimos avanzando hasta llegar al lugar que parecía ser el que había generado el atasco. ¡Un accidente de trafico!...¡Vaya tarde!-- me lamenté en silencio..
Según llego a la altura de los coches accidentados y empujado por esa curiosidad insana que a menudo sufrimos los humanos, vi a través de la ventanilla algo inaudito: rodeado por coches de policías y ambulancias yacía en el arcén de la autopista el cuerpo sin vida de una niña semi-cubierta por el plástico amarillo que suelen colocar a los cadáveres después de una repentina muerte. No vi su rostro, preferí no hacerlo, pero sí a unas cuantas personas, posiblemente sus padres, desconsoladas dando gritos de horror y desesperación, sujetas y abrazadas fuertemente por voluntarios de Protección Civil...
Imaginen mi conmoción; enseguida vinculé los sucesos del garaje con los de la carretera. Pero no quise saber nada más del terrible accidente aquel. Me negué incluso a ver los telediarios por unos días. Era tal la congoja que sentí durante un largo tiempo que apenas utilizaba el coche para no bajar al garaje. No obstante..
Poco a poco se me fue pasando la angustia y al final me convencí de que todo fue consecuencia de una pura coincidencia; la tétrica visión del cuerpo de la niña, quizás producto del juego de sombras en un viejo garaje; y el accidente, muy real, pero que sucede por desgracia demasiado a menudo; los dos hechos se confabularon para hacerme, casi, enloquecer aquel día.
A fuerza del paso de los días he vuelto a ser el mismo de siempre.. Sólo que hace unos días, siete meses después de los macabros sucesos que os he relatado he vuelto a bajar al garaje.. ¡Y se ha vuelto a ir la luz!... ¡Y he vuelto a ver la niña...!! Apenas he titubeado, he salido corriendo a pie del garaje y no he vuelto a coger el coche... me niego en redondo a ver los telediarios.
¡Os juro que no he probado ni una gota de alcohol!...

                                                                             Joaquín 

No hay comentarios:

Publicar un comentario