Mirar
tus ojos tristes es como mirar el cielo
en
una noche sin luna y sin estrellas.
--Anónimo--
Iba
absorto mirando los escaparates de la calle más bonita de la pequeña
ciudad. De repente una chica se detiene frente a mi, y me pregunta:
--Perdón,
¿conoces esta zona?
Al
mirarla creí reconocerla, pero en ese momento no supe de qué. Le
contesté enseguida, ansioso por ayudarla.
--Mas
o menos ¿Qué buscas?--le dije
Vestía
de manera elegante pero sin estridencias: gafas de sol de marca,
falda tableada oscura y blusa ajustada gris claro. Calzaba unos
bonitos zapatos marrones de tacón bajo. No debía tener más de 35
años.
--Busco
una gestoría que me han dicho que está cerca, en la Plaza Grande,
pero no doy con ella---me respondió de manera precipitada bajándose
las gafas y mirándome por encima de los cristales.
Conozco
la ciudad de Zafra de sobra y más esa zona, así que me dispuse a
indicarle, mientras me esforzaba por reconocer a la chica.
--Mira-–le
indiqué-–sigue ésta misma calle para abajo y en unos pocos metros encontrarás la Plaza..
Era
verano y hacía calor. Yo venía paseando por la calle Sevilla, sin
prisas. La chica me dio las gracias y se dispuso a seguir mis
indicaciones. De pronto recordé de qué la conocía, era Ángela, una
antigua compañera de trabajo a la que hacía por lo menos siete u
ocho años que no la veía.. Trabajamos un tiempo juntos en el
Carrefour. Ella era administrativa, muy joven entonces. Yo programaba
los ordenadores.
--¡Ángela!---le
grité casi a voces---¿No sabes quién soy? ¿No me conoces?.
Se
dio la vuelta y me miró sorprendida. Me contestó:
--Eres Joaquín,
¿no?. Te había reconocido antes cuando te pregunté, pero no me
atreví a decirte nada; no estaba segura del todo.
Me
acerqué a ella y nos dimos dos besos.
--Sigues
igual que siempre ¿Qué haces por aquí?---le interrogué gratamente
sorprendido. Aunque le
mentía de manera descarada, había cambiado mucho.
--Tú
también estas igual, aunque con menos pelo---me confesó
con una sonrisa que percibí triste.
--Ha
pasado mucho tiempo ¿Ocho, diez años? ¿Sigues aún en
Carrefour?---me interesé.
--Hace
un mes me despidieron de la empresa---respondió--- ya sabes, después de tanto
tiempo. Han pasado muchas cosas y no todas buenas precisamente. Pero,
bueno, es una historia larga de contar.
En
esa última frase noté cierta melancolía. Estábamos conversando
en mitad de la calle y, aunque no era la hora del mayor bullicio, ya
se estaba llenando de gente e impedíamos el trasiego normal de los
transeúntes. Así que me animé y le sugerí tomar unas
cervezas en una cafetería cercana, un poco más arriba, y seguir
hablando.
--De
acuerdo, aunque no puedo parar mucho tiempo---me dijo--vengo a esa
gestoría que me han recomendado por aquí cerca y creo que cierran a
las nueve.
Miré
el reloj. Eran las siete y cuarto. La cogí suavemente por la cintura
y caminamos hacia arriba, en dirección a la cafetería. Durante
el trayecto me fui interesando por los antiguos compañeros de
trabajo y por temas relacionados con el mismo.
Ella
me fue hablando de todos con cierta excitación hasta que le mencioné
a Carlos, el director del centro comercial. Cambió el
semblante de su cara al oír su nombre; una visible tristeza se
apoderó de sus aún hermosos ojos negros. Me miró pero no dijo
nada.
Carlos era
entonces un joven de unos treinta y pocos años, recién licenciado
en empresariales, pero con mucho don de gente, ambicioso y con un
futuro prometedor. Alto y bien parecido, era "vox populi" en
toda la empresa de cómo lo miraban las chicas y el éxito que
tenia con ellas.
Después
de apreciar el cambio de expresión en el rostro de Ángela, intuí
algo sombrío entre ellos. No obstante seguimos andando y no quise
preguntarle más.
Llegamos
a la cafetería y conseguimos una mesa en un apartado rincón. Desde
allí contemplábamos perfectamente la gente pasar por la acera pero,
con las puertas y ventanas cerradas para mantener el aire
acondicionado, tan solo un rumor lejano de voces llegaba a nuestros
oídos.
Mientras
saboreábamos unas cervezas frías y por motu propio, ella recuperó
el asunto de Carlos. Se sinceró conmigo:
--Joaquín no
estoy pasando un buen momento---me dijo---recuerdo que tú eras un
buen chico y te apreciaba. De hecho, te sigo estimando, por eso
no me importa desahogarme contigo si no te aburro demasiado. No he
hablado de esto de Carlos con nadie, ni si quiera
con mi madre. Está delicada de salud y no quiero preocuparle.
Me
vino a la memoria que ella era hija única. Su padre murió en
aquellos tiempos que trabajamos juntos.
--Faltaría
más Ángela---le contesté---puedes contar conmigo para lo que
quieras, siempre me caíste bien. Acuérdate de las charlas tan
interesantes que teníamos durante las comidas.
--Me
alegro mucho haberte encontrado aquí. Para serte sincera llevaba
horas deambulando sin rumbo fijo, solo quería andar y ver gente,
necesito olvidar---esto último lo dijo con un par de lágrimas en
los ojos.
--Qué
te pasa Ángela, cuéntame---casi le supliqué
Arrimó su silla un poco más a la mía y ya un poco más tranquila casi me susurró:
.--Después
de irte tú del Carrefour, al poco tiempo me enamoré
de Carlos. Aunque creo que siempre lo estuve. Hemos
estado juntos más de cinco años, pero sin convivir en pareja. Él
está casado y tiene dos niños. Alquilamos un pequeño apartamento
en Mérida donde nos veíamos dos veces por semana
Las
palabras le salían una tras otra de manera precipitada. No quise interrumpirla, sólo le pregunté:
--¿Y
qué os ha pasado?
--Me
ha dejado, se ha aburrido de mí---me respondió dolida---y no sólo eso, sino que a
instancia suyas me echaron también del trabajo. Se ve que no quiere
problemas en la empresa, aunque todos saben allí de lo nuestro.
Según me iba contando, yo iba descubriendo una tragedia en ciernes. La vi muy afectada. Prosiguió:
--Mira Joaquín, estuve con él en lo bueno y en lo malo, aunque realmente para mí
siempre ha sido malo. Hemos estado viéndonos a escondidas, pero
él, parece ser, mintiéndome de manera descarada durante todos estos
años. Continuamente me prometía separarse de su mujer, cosa que por
supuesto no hizo. Reconozco que la culpa es mía, ya soy mayorcita
para saber lo que hago. Pero todo lo hice por amor, por quererle
demasiado. Al final, ya ves como ha acabado todo.
Terminó.
Sacó un pañuelo del bolso y se secó la comisura de los
ojos, estaban llenas de lágrimas.
--No
sé qué decirte Ángela, lo siento mucho---le dije
solidarizándome con ella.
--Gracias Joaquín,
ya lo sé, es la vida. He tenido la mala suerte de que se cruzara en
mi camino, y yo tonta de mí enamorarme como nunca lo había hecho
antes
Esto
último lo expresó con mucha amargura.
--A
pesar de todo---continuó---creo que no merezco lo que me ha
hecho. Y lo peor de todo es que aún le quiero. Hace un mes que no sé
nada de él, no quiere verme. Se busca excusas tontas para no hacerlo
y estoy desesperada.
Seguimos
hablando un buen rato hasta casi las ocho y cuarto. Me recordó que
tenía prisa pues le cerraban la gestoría a la que iba para tratar
cuestiones sobre su despido..
Antes
de irse me había contado con detalles todo sobre su relación
con Carlos, y también otros temas de la empresa.
Evidentemente estaba tocada, y muy enamorada aún. Reconozco
que me sorprendió su perniciosa atracción por él.
Al despedimos
nos abrazamos y noté como temblaba su cuerpo. Me quedé muy
preocupado. Se fue con los ojos húmedos y la mirada ausente. Nos
dimos el teléfono y prometí llamarla en un par de días.
Debido
a diversos problemas personales míos no volví a saber de ella hasta
bastantes días después...
Una
mañana ojeando en Internet vi aparecer una nota publicitaria de
Carrefour (la empresa francesa donde trabajé con Ángela), y la
recordé de súbito, y su amargura. Sin pensarlo dos veces cogí el
móvil y la cartera donde aun guardaba la nota con su número de
teléfono y la llamé. Habían pasado casi dos semanas desde que
nos encontramos en la calle Sevilla.
La contestación
de su madre me dejó helado. Ángela murió atropellada el
día 28 de julio pasada las diez de la noche en el Paseo de la
Estación y, ¡Dios mío!---exclamé para mis adentros---¡¡Eso fue
justo el día que estuvimos juntos!!!...
Tardé
unos instantes en reponerme del shock. Cuando lo conseguí pude
escuchar el resto de las explicaciones de su afligida madre. Un coche
se la llevó por delante y se dio a la fuga. Atravesaba la avenida
por un lugar indebido. La muerte fue instantánea dijeron los de
protección civil...
Entre
sollozos, su madre me comentó que no se explicaba lo sucedido,
aunque sabía lo mal que lo estaba pasando su hija después
de aquello.
Yo
le hablé de mi encuentro con ella esa tarde y le conté toda nuestra
dilatada conversación, y su secreto. Los dos adivinamos los graves
motivos que alentaron su atropello. Pero no nos dijimos nada, sólo
un emotivo y esclarecedor silencio fue cómplice de nuestra
tristeza...
Joaquín..