Vivo por un sueño imposible.
Sueño que me ves pasar y me llamas;
tienes que contarme algo.
Yo, que estoy loco por hablarte y decirte
que eres el amor de mi vida,
balbuceo unas palabras inconexas, sin sentido..
Tú sonríes y me das un beso.
La sangre vuelve a circular por mis venas.
Soy el hombre más feliz del mundo.
Pero el sueño acaba, tu imagen se desvanece
y yo vuelvo a mis insustanciales quehaceres.
--Joaquín--
Gobernantes que están como chotas no es exclusivo de algunos y de estos tiempos ¡que va! Mirad: hubo una vez un
emperador romano que gobernó Roma entre los años 218 y 222 que estaba como una cabra.. Tenía
sólo 14 años cuando fue coronado; quizás eso lo explique.. El tipo se llamaba Marco Aurelio
Antonino, pero fue más conocido como Heliogábalo. Está considerado uno (quizás el que más) de los emperadores más
estrafalarios y nefastos de todos los que durante cuatrocientos años
gobernaron el inmenso Imperio Romano.
Éste pájaro, nada más empezar su reinado y para
celebrar su llegada al trono, asombró a los ciudadanos con su
ocurrencia. Fijaros lo que hizo: Entró en la ciudad subido a un lujoso
carro tirado por mujeres completamente desnudas. Contaban, además, que era tan
afeminado que se vestía frecuentemente con ropas de mujer, o que a
veces simulaba casarse con gladiadores..
Lo más curioso de
éste imberbe era que él mismo creó un grupo de cronistas para que
fueran recopilando y anotando todas sus andanzas. Sus desvaríos
fueron sonados, así como las desmesuradas bacanales que organizaba
el menda.. En uno de estos pantagruélicos banquetes invitó a ocho jorobados, ocho cojos, ocho gordos, ocho
esqueléticos, ocho negros, y ocho albinos; ignoro el porqué de este
disparate, pero así era el mozo...
Otra de las
impertinencias de Heliogábalo era gastar bromas pesadas o crueles a
sus súbditos y camarilla más cercana. Una de ellas la hizo durante la
celebración de una fastuosa cena con muchos invitados. Al terminar
los postres hizo cerrar todas las puertas y ventanas del comedor, e
inmediatamente mandó soltar una manada de tigres y leones hambrientos...
Imaginaros a los desgraciados comensales huyendo despavoridos como alma que
lleva el diablo por todo el recinto sin saber dónde meterse. Luego
resultó que a las fieras les habían arrancado las garras y dientes,
y las pobres nada podían hacer, solo asustar. Pero ¡claro!
figúrense el sobresalto tan atroz que se llevaron. Nada dicen las
crónicas de cuántos murieron; no por las fieras, que ellas,
desdentadas, sólo harían cosquillas, sino por los infartos y la
posterior deshidratación debido a las cagaleras que muchos sufrirían
para el resto de sus vidas.
Pero
dice el refrán que quien a hierro mata a hierro muere y vean el
final tan poco honroso que tuvo el tipo; murió asfixiado. ¡Si, ya lo
sé, morir asfixiado en aquellos tiempos era casi normal! Pero es que
a esté pájaro le taparon la boca hasta morir con la esponja de
limpiarse el culo.. Recuerdo para el que no lo sepa que en aquellos
lejanos tiempos aún no estaba inventado el papel higiénico ni los
periódicos, ni tan siquiera aquel papel de estraza tan duro de color
marrón que usábamos para ese indecoroso menester en nuestra más
tierna infancia.
Bien, pues estaba el tipo tan tranquilo haciendo sus mas
perentorias necesidades en el retrete cuando, ¡¡de repente unos guardias
irrumpen en la estancia, le sujetan las manos, y con la esponja
que usaban los romanos para asearse semejante parte le asfixian!!. Se
ignora si el bueno de Heliogábalo había hecho buen uso de ella
justo antes de que se la metieran en la boca... En fin, hasta para
morir hay que tener suerte, y decoro..
Joaquín
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