Reina por sorpresa.
Las
princesas también se cansan de tanto cuento.
La
vida a veces engendra unas paradojas difíciles de
imaginar, aunque a lo largo de ella algunas podemos llegar a conocer y considerar. Antes de hablar de una de estas paradojas, sin
duda interesantísima, debo contarles unos antecedentes
imprescindibles para que se entienda a la perfección. Quiero
resumirlos todo lo que pueda para no extenderme en prolegómenos
innecesarios e ir cuanto antes al meollo de la cuestión.
Empecemos
diciendo que la reina Victoria de Inglaterra fue una
de las monarcas que más tiempo se mantuvo en el poder. Y lo hizo
prácticamente casi todo el siglo XIX. Aunque hoy una de sus
herederas, Isabel II, ya la ha superado en permanencia,
lleva la “tía” sesenta y ocho años en la poltrona.
La
reina Victoria marcó toda un época. Se puede decir que el siglo XIX
al completo está impregnado de ella. Incluso creó un estilo propio
de vida remilgado y puritano en costumbres al que se le
denominó “Estilo Victoriano”. Muchos libros y
películas reflejan esa manera de pensar y de vivir. Acuérdense:
toda la obra de Dickens, de Sherlock Holmes, de la Revolución
Industrial, de Jack el Destripador, del parlamento ingles, de las
exposiciones universales, de Ana Karenina y también de esos niños
pobres buscándose la vida por los barrios humildes y neblinosos del
Londres aquel, al estilo David Copperfield.
Ésta
reina dejó un reguero de hijos y nietos por todas las casas reales
de Europa. Es difícil concebir hoy en día algún apuesto heredero o
guapa princesa que no descienda directamente de la Reina Victoria.
Sin ir mas lejos, nuestro rey actual tiene sangre victoriana por dos
partes. Su padre el rey Juan Carlos es bisnieto de
una hija de ésa prolífica reina inglesa y su madre, la
reina Sofía, también es nieta de otra nieta de la reina
Victoria.
Bien, pues el hijo mayor de Victoria, Eduardo VII, cuando aun era
Príncipe de Gales le llamaban, (en ambientes reservados
¡claro!) Bertie el Acariciador. Este curioso apelativo,
apuesto, que se lo pondría algún chistoso amiguete conocedor de sus
hazañas. Éstas eran, casi todas, de carácter
amatorio. En fin, y para no andarnos con rodeos, le llamaban así
porque era un putero redomado. Para que se hagan una idea se calcula
que llegó a disfrutar de tres o cuatro amantes diferentes por mes
durante su larga y esplendorosa vida. Calculen, pues, cuántas
pasaron por su lecho al final de ésta. Su garito de juergas
preferido era un club libertino de París, en donde era
muy conocido por sus extravagancias sexuales. Una de las mas
conocidas era chapotear (o lo que fuese menester) en una gran bañera
llena de champán y acompañado de tres o cuatro meretrices, cuando
no amantes.
Entre
las queridas que tuvo éste desaforado y orondo Eduardo VII de
Inglaterra, (bisabuelo de la actual reina Isabel) las había de todo
tipo y condición. Entre las más famosas de ellas estaba la madre
del mismísimo Winston Churchill, (ya saben el famoso primer
ministro). Sin embargo, la que mas le duró fue Alice Keppel,
una chica que tenia entonces veintitantas primaveras al
conocer a Eduardo, mientras que éste rondaba unos cincuenta
y seis bien disfrutados años.
Alice
era una joven casada, encantadora y ligerita de cascos, y muy moderna
para la época. Tanto lo era que tuvo hijos de tres hombres
diferentes. Resulta que una de ésas hijas todo el mundo sospechaba,
(con fundamento) que era de Eduardo. Pasado el tiempo, y muchos
revolcones sexuales después, vino al mundo una bisnieta de Alice; le
pusieron de nombre, pásmense: Camilla (Parker-Bowles)
Curiosamente,
y esta es una de las paradojas de las que hablaba la principio,
resulta que el actual Príncipe de Gales, Carlos de
Inglaterra (el de las orejas infinitas) tuvo el mismo
bisabuelo que su actual querida esposa Camilla, Eduardo VII,
Ciento
cincuenta años después se repite la historia. En 1885, Eduardo VII,
Príncipe de Gales, (apodado el Acariciador) conoce a su amante mas
experimentada, a la inteligente y bella Alice Kepper. En 1970, otro
Príncipe de Gales, Carlos (el orejudo) bisnieto de Eduardo, conoce a
su querida mas avezada y lista, (que no bella) Camilla Parker-Bowles,
bisnieta de Eduardo y de su amante Alice, ¡Menudo sandwich!.
Camilla
conoció al tímido e inexperto Carlos al terminar éste un partido
de polo del que es muy aficionado. Estaba sudoroso y cansado. Camilla
buscó la excusa perfecta para saludarlo y contarle lo de sus
antepasados comunes. Por supuesto, Carlos, se quedó prendado de su
osadía e inteligencia. A partir de entonces quedó rendido a sus
píes. No obstante, Camilla estaba muy enamorada del capitán Andrew
Parker-Bowles. Se dice que ésta tonteó con Carlos para darle
celos a Andrew. Seguro que hay mucho de cierto en todo esto.
Carlos
y Camilla se hicieron amantes, pero tuvieron que verse a escondidas,
pues ella a ojos de la puritana sociedad inglesa era plebeya.
Acordaron dos bodas, Carlos con la supuesta bobalicona Lady
Dí, y Camilla con el capitán Andrew. Parece ser que Carlos lo
pasó muy mal con el bodorrio de ella, señal de su enamoramiento.
Aun así jamás dejaron de verse y de llamarse tres o cuatro veces al
día por teléfono. Después del accidente y muerte de Lady Dí,
(que todos conocemos al dedillo) la cosa, por fin, se les puso a
huevo a la pareja. Y ya sabemos del desenlace final.
Camilla
ha tenido una vida sexual activa y prolífica con lo que es una
experimentada amante. Asunto, por cierto, que le ha venido bien al
tontorrón de Carlos que era un poco pacato en estos menesteres. El
episodio se repite con aquellos antepasados de la época victoriana,
pero los personajes, a pesar de ser parientes, no son comparables. El
bisabuelo de Carlos, Eduardo VII, era un consumado fornicador. No así
su bisnieto Carlos que es más bien timorato en estos verdes asuntos.
Tan solo Camilla ha heredado la soltura amatoria de su bisabuela, la
bella y avispada Alice Kepper.
Dicho
queda…
Joaquin
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