Donde habite el olvido,
en los vastos jardines sin aurora;
donde yo sólo sea
memoria de una piedra sepultada entre ortigas
sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
--Luis Cernuda--
Estaba recién llegado al barrio. Había comprado un piso justo debajo del mío y andaba el hombre como loco recabando información. Alguna vez me lo encuentro en la escalera, y se deshace en amabilidad. Es verdad que es un poco pesado, pero, bueno, tampoco es plan de no informarle. La otra mañana me preguntó:
--¿Fue muy amigo tuyo, Joaquin?.
Se refería a Luis, el hombre que había vivido en su casa antes de que él la comprara y que desapareció hace ahora dos años.
--No exactamente---le contesté---yo lo conocía del bloque, de entrar y salir. Era un tipo corriente que le tocó vivir una triste historia. Perteneció a ese grupo de personas arrastradas y despues olvidadas por el marasmo de la vida, que sigue su curso sin reparar en los perdedores.
--Me han hablado mucho de él, y casi todos coinciden en que era buena persona---afirmó mi nuevo vecino
--Pues mira---le dije---creo que fue precisamente a mitad del mes diciembre, cuando lo del virus. Tuvo mala suerte, el hombre, se le juntó lo del divorcio y el cierre de la empresa donde había trabajado toda su vida.
--¡Vaya!, pero tendría mas familia, ¿no?---reiteró ansioso por conocer detalles
--No tenía hijos---le respondí---sus padres, muy mayores, residían en el pueblo, creo que con una hermana. Al divorciarse tuvieron que malvender el piso y como tenían media hipoteca por pagar, apenas le quedó nada.
--O sea que se quedó en el paro---insistió un pelín pesao.
--Bueno, eran tiempos duros aquellos, ya lo sabes---respondí---él apenas sabía hacer otra cosa, aunque todos sabíamos que en lo suyo era el mejor. A partir de entonces con casi cincuenta años a las espaldas se sintió perdido. Se vino abajo. Además lo del divorcio fue el mazazo definitivo, no se lo esperaba---concluí.
--¡Qué pena!. ¿Y qué le pasó?---me preguntó volviendo a la carga.
--Deambuló durante días, quizás semanas sin rumbo fijo, como un autómata por la ciudad. Era incapaz de estar en casa. En su cara se reflejaba inquietud y tristeza, pero nadie se acercó lo suficiente para ver su desesperación. Una mañana dos amigos lo vieron sentado en un banco del parque, triste y con la mirada perdida. Uno de ellos nos contó que le dijo adiós, pero que no obtuvo respuesta.
--¿Preguntasteis a sus padres o a su hermana?---siguió con la matraca mi vecino.
--Si, claro. Dejó de ir a visitarlos y quedaron muy preocupados---le expliqué--- los días, las semanas y los meses se fueron sucediendo uno tras otro, y dejamos de verlo por el barrio. Todos pensábamos los mismo, en los últimos días creímos ver en él un extraordinario deterioro físico---ultimé esperando acabar.
--Uffff que triste panorama, Joaquín. Me hubiera gustado conocerle. Sé que esto pasa a veces,. Gente que no supera estos contratiempos.
--Así es---repliqué---han pasado ya dos años y nadie a vuelto a saber de él. Tal vez las luces extraordinarias en las calles y plazas de esa desgraciada Navidad deslumbraron sus entendederas. O quizás tropezara con el bulto sucio de algún mendigo en la calle, a la intemperie y al verlos acurrucados bajo cartones en las aceras le hicieran meditar hasta el punto de atisbar su negro futuro y ahora es uno de ellos. O prefirió acabar.. ¡Vete a saber!--le dije ya con prisas.
Mi vecino, por fin, se dio por satisfecho y nos despedimos, pero sé que en cuanto nos volvamos a ver me volverá a preguntar.
Por cierto, no le he dicho nada al pesado de mi vecino, pero he sabido hace poco de la muerte de los padres de Luis, allá en el pueblo. No pudieron soportar por más tiempo lo de su hijo.
Joaquin
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