De como fuentecanteños, dependiendo de a qué sitio del país hayamos emigrado, acabamos abrazando unos particulares sentimientos del lugar de destino; sentimientos políticos, sociales, incluso deportivos y territoriales, y es lógico, uno se hace allá a donde va y permanece. Sin embargo entiendo que algo superior nos une a todos por encima del resto de sentimientos; nuestra niñez y nuestro pasado.
Muchos de los que ya peinamos canas y fuimos niños durante el final de la dictadura de Franco crecimos imbuidos de ciertos valores, porque nos los hicieron meter a machamartillo. Después, pasado el tiempo, cada uno de nosotros, bien a través de lecturas o de propias vivencias, elegimos el camino más acorde con nuestros intereses y creencias. Pero si nos ciñéramos a esa conocida cita que dice: “La patria de uno es su infancia”, entonces deberíamos hacer titánicos esfuerzos si quisiéramos desprendernos de esos valores antes citados.
A todos los que rondamos los sesenta o hemos pasado por poco los cincuenta, o incluso bordeamos los setenta, a todos nos une, insisto, una manera peculiar de entender la vida, pues hemos nacido y crecido en una época especialmente singular.
Nosotros, los niños de entonces, podremos discrepar (y lo hacemos) en la manera de entender la política. Cada uno según la educación recibida o los factores externos estará en su derecho de tener sus propias ideas, aunque estoy seguro que al comparar aquellos tiempos (aunque nostálgicos) con los actuales, todos sabemos valorar las jugosas diferencias.
Nos habremos dispersados por toda la península y territorios de nuestra España, o más allá, y precisamente por convivir con gente distinta, que nos acogieron en sus regiones con complacencia (Cataluña, Madrid, Asturias o Sevilla) hemos asimilado sus tradiciones y hasta sus banderas de medio pelo. Incluso voy mas lejos, sus peculiares maneras de entender nuestra nación, pero el sentimiento de español de siempre, con nuestra historia y usanzas; eso, me temo, perdurará para siempre en nuestros corazones.
El haber deambulado, a mi entender, entre dos vidas tan distintas, la del ayer tan pobre y la de hoy tan abundante, nos ha fortalecido y formado como seres muy especiales. Sí, créanselo, con el regusto aún amargo de los últimos coletazos de la penuria económica, o el haber oído contar a nuestros mayores de sus miserias en carne propia por tantas cosas, nos ha robustecido hasta el punto de saber apreciar en su justa medida las bondades del presente.
Nos une tantas cosas (a los de nuestra generación) que podríamos decir de manera rotunda que nuestro pasado es nuestra estirpe y linaje. Porque ahora, en un mundo tan globalizado, en donde la comunicación a tiempo real entre la gente del planeta es cosa habitual y las modas no se circunscribe sólo a un país o zona, sino que abarca al mundo entero; a nosotros (los fuentecanteños de entonces) siempre nos quedará ésa pequeña parcela sentimental que compartir, que no se repetirá jamás y que nos concierne exclusivamente a nosotros.
A pesar de tantas cosas; de la distancia, del olvido, de las naciones ficticias o de lenguas discordantes, nos une y para siempre nuestra niñez. Y eso, estoy convencido, será así mientras nos quede un hálito de vida. Será así aunque de puertas afuera muchos no se atrevan a propagarlo por ser incorrecto políticamente hablando. Pero que nadie dude que nuestros vínculos son más fuertes que las modas, que nuestras divisiones y las estupideces bien-pensantes. Siempre nos quedará para añorarnos nuestra memoria o nuestras carencias de entonces. Y sobre todo, nunca se extinguirá del todo, nuestra inocencia..
Joaquín
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