miércoles, 5 de abril de 2017

En el nombre del Padre








El hombre no es hombre mientras no oye su nombre de labios de una mujer
(A. Machado)

Comprendo que la actualidad y la moda arrasen entre los más jóvenes. Y entiendo que pocos padres ignoren la corriente de modernidad que a través de los nuevos medios de información nos invade, pero en ciertas cuestiones, creo, tendríamos que respetar nuestras viejas tradiciones.
Deduzco que los ciudadanos de cualquier país que se precie deberían sentirse orgullosos de sus costumbres o de su historia, incluso de sus leyendas más creíbles; también de sus antepasados, teniendo en cuenta que somos lo que somos gracias a ellos y a sus esfuerzos. En muchos lugares los veneran. Y qué mejor manera de demostrárselo que inscribir en el registro civil a sus hijos con sus propios nombres (el de los padres) o en cualquier caso con el de sus predecesores (abuelos).. Supone eso seguir la tradición homenajeando de alguna manera a los nuestros.
Digo todo esto porque si miramos la lista de los nombres de pila de los españoles de menos de veinticinco años, asombrados comprobaremos cómo la mayoría de ellos nada tiene que ver ni con el de sus padres, ni mucho menos con el de sus abuelos.
Es cierto que siempre y con los años ha ido evolucionado el padrón nacional de los nombres. Y que no es una moda de ahora pues se remonta a siglos atrás. Lo novedoso es la rapidez con la que ahora hacemos el cambio. A este paso en otros veinticinco años le habremos dado la vuelta como un calcetín al calendario patronímico español. Hace tan solo unas décadas esas modificaciones las hacíamos, pero de manera mucho más lenta en el tiempo. 
Los españoles, exceptuando los nacionalistas periféricos, apenas tenemos aprecio por nuestros ritos y costumbres. Y en esto de ponerle nombre a nuestros hijos menos todavía. Supongo, y lo lamento por ello, que menospreciamos nuestros ancestrales nombres de pila sin argumentos creíbles. Se escapa a mi comprensión el desdén con que rechazamos los nuestros de toda la vida. Y desconozco por qué un nombre cualquiera deja de ser vistoso cuando debería tener el sentido que queramos darle. No hay nombres feos ni bonitos, tan solo el significado que deseemos atribuirle.
Echando un vistazo a los nombres más utilizados por el santoral en las últimas tres décadas, resulta que nos encontramos, por ejemplo, con muchos, Álvaros, Alejandros, o Hugos, por citar algunos. Todos sin tradición patria y puestos de moda gracias, a no sé por qué y no se sabe por quién, aunque puedo imaginármelo. Esto en cuanto a varones. Si buscamos la réplica en mujeres, ídem de lo mismo. Muchas: Paulas, Danielas o Martinas. Y no recuerdo haber tenido amigas ni conocidas con esos nombres en mi infancia.
Sin embargo la cosa se agrava, más si cabe, si husmeamos en la nómina de empadronamientos de los últimos cinco años. Aquí, que me digan de dónde han sacado nombres, tan simples por la cortedad de palabras y tan extraños a nuestro acervo castellano. Me estaba acordando de los: Gael, Cesc, o Lier. Y conste que no es broma; son algunos de los inscritos más numerosos del registro en el último lustro.
Quiero pensar, es más, estoy casi convencido que de los nombres castellanos la mayoría son bien hermosos, otros contundentes y muchos, históricos. Sin olvidar de su originalidad en el mundo. Además tenemos la opción (también lo emplean los anglosajones) de utilizarlos en diminutivos en nuestra etapa infantil, con lo que los hacen bien prácticos y funcionales.
Lamentablemente, me temo, estamos en plena extinción de algunos de nuestros nombres más ancestrales. Hoy nos parecen raros, pero hace años muy comunes y apropiados. Según las estadísticas ya no quedan en España ninguna: Urraca, ni Canuta. Y apenas subsisten; Eufrasios, Domicios o Tiburcios. Y es una pena porque todos ellos derivan de personajes históricos y antaño importantes. Pero aun será peor, pues sospecho que en unas cuantas generaciones si no cambia la moda será difícil encontrar en nuestros pueblos a Joaquines, Manueles o Pedros. Y eso sería terrible porque algo perderíamos de nuestra esencia, y no lo digo por el mío.
Hay, no obstante, unas cuantas excepciones en este vendaval cambiable que todo lo arrasa; pasa éste de largo de las regiones, llamadas históricas. Es cuanto menos curioso ver cómo en el País Vasco están rebuscando (cuando no inventando) nombres euskaldunes para nombrar a sus hijos. Y sabemos de sobra que nunca han existido. En Cataluña pasa algo parecido, aunque hay que reconocer que éstos llevan más tiempo adoptando nombres propios. Mucho me temo que ha comenzado una loca carrera, (y no solo en éstas dos regiones, también en Galicia, Baleares y Navarra), por denominar a sus vástagos nombres de su tierra, que por cierto jamás han tenido.
Dios me libre de ofender a nadie al criticar nuestras acciones. También en mi familia se dan casos parecidos. Solo que me entristece profundamente como castellano que soy que vayamos a buscar los nombres de nuestros hijos allende nuestras fronteras, teniendo una lengua tan pródiga y tan universal.
Un dato curioso; me sorprende ver (ahora que están de moda) que en muchas películas y series producidas por países del centro y norte de Europa, cómo muchas de las actrices y colaboradoras de ellas, a sus apellidos nórdicos les preceden algún nombre clásico español (Manuela, Carmen, María etc.) Y es que como siempre pasa, hay que salir fuera para apreciar lo que tenemos dentro.
Dicho queda...


                                                  Joaquín Yerga


                                                   05/04/2017


No hay comentarios:

Publicar un comentario