En el nombre del Padre
El
hombre no es hombre mientras no oye su nombre de labios de una mujer
(A.
Machado)
Comprendo
que la actualidad y la moda arrasen entre los más jóvenes. Y
entiendo que pocos padres ignoren la corriente de modernidad que a
través de los nuevos medios de información nos invade, pero en ciertas cuestiones, creo, tendríamos
que respetar nuestras viejas tradiciones.
Deduzco
que los ciudadanos de cualquier país que se precie deberían
sentirse orgullosos de sus costumbres o de su historia, incluso de
sus leyendas más creíbles; también de sus antepasados,
teniendo en cuenta que somos lo que somos gracias a ellos y a sus
esfuerzos. En muchos lugares los veneran. Y qué mejor manera de
demostrárselo que inscribir en el registro civil a sus hijos con sus
propios nombres (el de los padres) o en cualquier caso con el de sus
predecesores (abuelos).. Supone eso seguir la tradición homenajeando
de alguna manera a los nuestros.
Digo todo esto porque si
miramos la lista de los nombres de pila de los españoles de menos de
veinticinco años, asombrados comprobaremos cómo la mayoría de ellos
nada tiene que ver ni con el de sus padres, ni mucho menos con el de
sus abuelos.
Es
cierto que siempre y con los años ha ido evolucionado el padrón
nacional de los nombres. Y que no es una moda de ahora pues se
remonta a siglos atrás. Lo novedoso es la rapidez con la que ahora
hacemos el cambio. A este paso en otros veinticinco años le habremos
dado la vuelta como un calcetín al calendario patronímico español.
Hace tan solo unas décadas esas modificaciones las hacíamos, pero
de manera mucho más lenta en el tiempo.
Los
españoles, exceptuando los nacionalistas periféricos, apenas
tenemos aprecio por nuestros ritos y costumbres. Y en esto de ponerle
nombre a nuestros hijos menos todavía. Supongo, y lo lamento
por ello, que menospreciamos nuestros ancestrales nombres de pila sin
argumentos creíbles. Se escapa a mi comprensión el desdén con que
rechazamos los nuestros de toda la vida. Y desconozco por qué un
nombre cualquiera deja de ser vistoso cuando debería tener el
sentido que queramos darle. No hay nombres feos ni bonitos, tan solo
el significado que deseemos atribuirle.
Echando
un vistazo a los nombres más utilizados por el santoral en las
últimas tres décadas, resulta que nos encontramos, por ejemplo, con
muchos, Álvaros, Alejandros, o Hugos, por citar algunos. Todos sin
tradición patria y puestos de moda gracias, a no sé por qué y no
se sabe por quién, aunque puedo imaginármelo. Esto en cuanto a
varones. Si buscamos la réplica en mujeres, ídem de lo mismo.
Muchas: Paulas, Danielas o Martinas. Y no recuerdo haber tenido
amigas ni conocidas con esos nombres en mi infancia.
Sin
embargo la cosa se agrava, más si cabe, si husmeamos en la nómina
de empadronamientos de los últimos cinco años. Aquí, que me digan
de dónde han sacado nombres, tan simples por la cortedad de palabras
y tan extraños a nuestro acervo castellano. Me estaba acordando de
los: Gael, Cesc, o Lier. Y conste que no es broma; son algunos
de los inscritos más numerosos del registro en el último lustro.
Quiero
pensar, es más, estoy casi convencido que de los nombres castellanos
la mayoría son bien hermosos, otros contundentes y muchos,
históricos. Sin olvidar de su originalidad en el mundo. Además
tenemos la opción (también lo emplean los anglosajones) de
utilizarlos en diminutivos en nuestra etapa infantil, con lo que los
hacen bien prácticos y funcionales.
Lamentablemente,
me temo, estamos en plena extinción de algunos de nuestros nombres
más ancestrales. Hoy nos parecen raros, pero hace años muy comunes
y apropiados. Según las estadísticas ya no quedan en España
ninguna: Urraca, ni Canuta. Y apenas subsisten; Eufrasios, Domicios o
Tiburcios. Y es una pena porque todos ellos derivan de personajes
históricos y antaño importantes. Pero aun será peor, pues sospecho
que en unas cuantas generaciones si no cambia la moda será difícil
encontrar en nuestros pueblos a Joaquines, Manueles o Pedros. Y eso
sería terrible porque algo perderíamos de nuestra esencia, y no lo
digo por el mío.
Hay,
no obstante, unas cuantas excepciones en este vendaval cambiable que
todo lo arrasa; pasa éste de largo de las regiones, llamadas
históricas. Es cuanto menos curioso ver cómo en el País Vasco
están rebuscando (cuando no inventando) nombres euskaldunes para
nombrar a sus hijos. Y sabemos de sobra que nunca han existido. En
Cataluña pasa algo parecido, aunque hay que reconocer que éstos
llevan más tiempo adoptando nombres propios. Mucho me temo que ha
comenzado una loca carrera, (y no solo en éstas dos regiones,
también en Galicia, Baleares y Navarra), por denominar a sus
vástagos nombres de su tierra, que por cierto jamás han tenido.
Dios
me libre de ofender a nadie al criticar nuestras acciones. También
en mi familia se dan casos parecidos. Solo que me entristece
profundamente como castellano que soy que vayamos a buscar los
nombres de nuestros hijos allende nuestras fronteras, teniendo una
lengua tan pródiga y tan universal.
Un
dato curioso; me sorprende ver (ahora que están de moda) que en
muchas películas y series producidas por países del centro y norte
de Europa, cómo muchas de las actrices y colaboradoras de ellas, a
sus apellidos nórdicos les preceden algún nombre clásico español
(Manuela, Carmen, María etc.) Y es que como siempre pasa, hay que
salir fuera para apreciar lo que tenemos dentro.
Dicho
queda...
Joaquín
Yerga
05/04/2017
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