Cuando mi voz calle con tu muerte, mi corazón te seguirá hablando.
--Anónimo--
–Nolan este asunto del cáncer no me gusta nada, hijo, no tienes por qué luchar más---le dijo Ruth mientras se acurrucaba en la cama junto a él.
–¡Mamá, pero tú siempre me dijiste que tendría que pelear hasta el final!---contestó Nolan volviendo la cabeza hacia su madre.
--Lo sé cariño, pero ha llegado la hora de abandonar, sufres demasiado---replicó su madre con la voz rota de dolor.
--¡Déjame seguir, mami, no lo hago por mí, lo hago por ti!---susurró apenas el niño, ya casi sin aliento.
--¡No podemos más, mi vida!. Nada puedo hacer, ni tú tampoco---argumentó Ruth, abrazándose a él todo lo que le permitían sus fuerzas.
--Sí que puedo Mami, puedo hacer una cosa más.. ¡Te voy a esperar en el cielo jugando hasta que tú llegues y volvamos a estar juntos para siempre!---respondió Nolan, con su vocecita infantil apenas ya perceptible.
Ésta breve conversación de arriba fue la última que sostuvieron, Nolan, de cuatro años y su madre Ruth. Es una desgarradora historia de amor y dolor que se hizo viral en las redes sociales hace justo ahora un par de años. Nolan padecía leucemia en fase terminal que acabó con su corta vida dejando sumida en la mas absoluta desolación a toda su familia y especialmente a su madre.
A diario vemos en los informativos historias terribles de guerras y violencia con niños como infelices protagonistas. Incluso relatos parecidos a este están a la orden del día en las mismas redes sociales y sin embargo apenas se nos eriza un cabello. Supongo que más que nada por la insistente repetición de estos hechos. Pero la historia de Nolan es sencillamente conmovedora. Confieso que cuando la conocí me llegó al alma.
Reconozco que relatos tristes de niños acaecidos en países en guerra y paupérrimos no me han quitado el sueño, quizás debido a esa especie de coraza anímica que nos enfundamos como autodefensa para no sufrir de manera permanente. Soy de los que piensan que esta vida no tiene por qué ser un paño de lágrimas y no debo cargar con los padecimientos y males de la humanidad.
No obstante admito haber sollozado ante pasajes tristes de la vida de gente mayor. Y me he apenado sobremanera al contemplar la tristeza infinita de un hombre ante la angustiosa pérdida de su mujer después de décadas felices e inseparables. ¡Perdonadme, pero entiendo que la gente mayor acumula años de experiencias, de dolor, de amores pasados, de pasiones, y con ése bagaje está más que justificado su sufrimiento ante cualquier pérdida irreparable en sus vidas!.
Los niños, sin embargo, son ángeles que incluso en sus prematuras muertes las entienden ellos como simples juegos infantiles. Aún así lo de Nolan sacudió sin contemplaciones mi serenidad.
Me cuesta horrores comprender qué grado de sufrimiento puede llegar a soportar una madre ante el paulatino pero inexorable deterioro físico de su hijo. Ignoro también qué dolor tan formidable puede llegar a sentir en ese último momento en el que, agotado su pequeño corazón, su hijo cierra los ojos para siempre, pero se me antoja enloquecedor.
Después de comprobar el trance tan cruel de la madre de Nolan comprendo que nos pida el cuerpo y el alma, dar las gracias a la providencia porque los nuestros están bien; aunque mucho me temo que a la vuelta de la esquina (la memoria es frágil y el olvido insistente) más pronto que tarde volveremos a las andadas de nuestras miserias cotidianas.
Por cierto, Nolan murió mientras su madre le susurraba su canción preferida al oído. Estuvo con él en el hospital, día y noche, sin separarse sus dos años de sufrimiento.
Joaquín