martes, 4 de octubre de 2016

El precio de los sueños



Te mientes a ti mismo para ser feliz. No hay nada malo en ello, todos lo hacemos.
Anónimo

--¿Voy a morir, sargento?... --Preguntó Debby, angustiada...
--Si te dijera que vas a vivir cien años mas te mentiría --Así de sutil fue la respuesta del sargento Bannion (Glen Ford) a Debby Marsh (Gloria Granhame) mientras la sostenía, agonizante, en sus brazos… La herida, mortal por necesidad, se la hizo de un certero disparo en el corazón Vince Stone (Lee Marvin) lugarteniente del mafioso Lagana.
Estos diálogos pertenecen a la película Los sobornados del director austríaco Fritz Lang, y protagonizada principalmente por los actores antes mencionados. La cinta retrata las peripecias de una banda de mafiosos que atemorizan la armonía y decencia de la ciudad, sobornan, de (ahí el título) previamente para sus perversos fines a un par de jefes de policía, y algún que otro político. Al final el poli bueno, atrevido y valiente él, investiga por su cuenta sufriendo toda clase de incomprensión y penalidades; la cosa termina bien para los buenos.
La peli se rodó en 1953 en Hollywood, como no podía ser de otra manera, y en mi opinión es muy recomendable verla. Su magnífico director  pertenece, junto con otros muchos, al grupo de cineastas e intelectuales que tuvieron que exiliarse a los Estados Unidos cuando los nazis llegaron al poder en Alemania. Por supuesto eran muy críticos con las ideas y proceder de lo que se avecinaba en aquel siniestro régimen. Otros del mismo oficio y que le acompañaron al exilio fueron personajes de la talla de Ernst LubitshMurnauWillian WylerMichael CurtizGeorge CukorOtto Preminger, o el gran Billy Wilder, (del que dijo el bandarra de Trueba que, creía mas en él que en Dios, durante la entrega de su Oscar) y muchos más. Como podemos comprobar la flor y nata de los directores de cine mundial. También actores y actrices tuvieron que hacer la maleta ante el cariz que tomaba los acontecimientos, por ejemplo, Greta Garbo o Marlene Dietrich, entre otros…
Muchos, y no sin razón, opinan que la historia del cine americano, es decir el cine con mayúsculas, la hicieron los europeos, sino miren: además de los directores mencionados hay que sumar los que se fueron a Hollywood por motu propio, tales como: Hitchcock. Elia Kazán, Frank Capra etc.etc.
Hablando de todo un poco pero sin salir del género, con las buenas películas pasa como con cualquier trabajo elaborado con cierto arte o maestría, se las aprecia especialmente porque no todo lo que se rueda merece la pena. También es verdad que, en esto del cine influye mucho la parte subjetiva de cada uno, y es que para valorar la categoría de una película no vale solo la calidad de la misma, también pasado y vivencias propias.
Entiendo que actualmente en esto del cine con todos los adelantos habidos en informática y efectos especiales se valore más la imagen que los diálogos, sin embargo para los ya maduritos, los que procedemos de otros tiempos, la cosa cambia. Entonces la tecnología no permitía mantener atento al personal durante la hora y media de duración de la peli, máxime con las sombrías imágenes en blanco y negro, y es aquí donde los diálogos con sus frases más o menos impactantes suponían, al menos, la mitad de la valoración del largometraje.
Volviendo al filme de donde entresaqué la frasecita y sabiendo el morbo que suscita los entresijos de la vida personal de cualquiera, voy a cotillear un poco para darle un cierto regusto escabroso al tema. Sin ir más lejos, del elenco de protagonistas de la peli en cuestión tenemos que…
De Glenn Ford, que hace el papel del sargento Bannion, sabemos que a mitad de su vida se le subió un poco la fama a su bien proporcionada cabeza de galán y se volvió irritable por no decir insoportable. Vivió el bueno de Glenn hasta los noventa años y mojó (con perdón) todo lo que pudo y más. Se casó cuatro veces y tuvo infinidad de amantes de la talla de: Rita HayworthBrigitte Bardot (sí, esa, nuestra francesita protectora de animales), o la malograda protagonista del Mago de OzJudy Garland, madre por cierto de Liza Minnelli. Parece ser que el buen ojo en asuntos amatorios le funcionó mejor que su sentido común.
De la actriz protagonista, Gloria Grahame, podemos contar intimidades más suculentas y morbosas. Decirles, por ejemplo, que trabajó en unas cuantas buenas películas de cine negro, y es que por su aspecto (fue el prototipo de mujer fatal, fría, bella y distante) encajaba a la perfección en estos papeles.
Gloria se casó, también, cuatro veces, y es aquí donde la cosa se pone más interesante, su segundo marido fue Nicholas Ray, el famoso director de Rebelde sin causa, que  además de un excelente director de cine, era entre otras cosas, bisexual, alcohólico y dependiente de las anfetaminas. No le dio buena vida a Gloria, y ella se  vengó casándose con su hijo (el que tuvo de otro matrimonio anterior) y quedar embarazada de éste, con lo que tenemos que ella parió un hijo del padre y otro del hijo, espero no haberme liado.
Nicholas Ray se le empeoró mucho su salud física y mental a raíz de la muerte del actor (guaperas  y homosexual) James Dean, como todos sabemos protagonista de su película más famosa.
Gloria Grahame se le declaró a la pobre un cáncer de estómago (en esto no se salvan ni las estrellas de Hollywood)  y murió en Nueva York, muy joven aun, a los 57 años. A mí siempre me cayó muy bien…
       
       
                                         Joaquín Yerga


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