El precio de los sueños
Te
mientes a ti mismo para ser feliz. No hay nada malo en ello, todos lo
hacemos.
Anónimo
--¿Voy
a morir, sargento?... --Preguntó Debby, angustiada...
--Si
te dijera que vas a vivir cien años mas te mentiría --Así
de sutil fue la respuesta del sargento Bannion (Glen
Ford)
a Debby Marsh (Gloria
Granhame)
mientras la sostenía, agonizante, en sus brazos… La
herida, mortal
por necesidad,
se la hizo de un certero disparo en el corazón Vince Stone (Lee
Marvin) lugarteniente
del mafioso Lagana.
Estos
diálogos pertenecen a la película Los
sobornados del
director austríaco Fritz Lang, y
protagonizada principalmente por los actores antes mencionados.
La cinta retrata las peripecias de una banda de mafiosos que
atemorizan la armonía y decencia de la ciudad, sobornan, de
(ahí
el título)
previamente
para sus perversos fines a un par de jefes de policía, y algún
que otro político. Al final el poli bueno, atrevido y valiente
él, investiga por su cuenta sufriendo toda clase de
incomprensión y penalidades; la
cosa termina bien para los buenos.
La
peli se rodó en 1953 en Hollywood,
como no podía ser de otra manera, y en mi opinión es muy
recomendable verla. Su magnífico director pertenece, junto con
otros muchos, al grupo de cineastas e intelectuales que
tuvieron que exiliarse a los Estados
Unidos cuando
los nazis llegaron al poder en Alemania. Por
supuesto eran muy críticos con las ideas y proceder de lo que se
avecinaba en aquel siniestro régimen. Otros del mismo oficio y que
le acompañaron al exilio fueron personajes de la talla
de Ernst Lubitsh, Murnau, Willian
Wyler, Michael
Curtiz, George
Cukor, Otto
Preminger,
o el gran Billy
Wilder,
(del
que dijo el bandarra de Trueba que,
creía mas en él que en Dios, durante la entrega de su Oscar)
y muchos más. Como podemos comprobar la flor y nata de los
directores de cine mundial. También actores y actrices tuvieron que
hacer la maleta ante el cariz que tomaba los acontecimientos, por
ejemplo, Greta
Garbo o Marlene
Dietrich,
entre otros…
Muchos,
y no sin razón, opinan
que la historia del cine americano, es decir el cine con
mayúsculas, la hicieron los europeos, sino miren: además de los
directores mencionados hay que sumar los que se fueron a Hollywood
por motu
propio, tales
como:
Hitchcock. Elia Kazán, Frank Capra etc.etc.
Hablando
de todo un poco pero sin salir del género, con las
buenas películas pasa como con cualquier trabajo elaborado con
cierto arte o maestría, se las aprecia especialmente porque no
todo lo que se rueda merece la pena. También es verdad que, en esto
del cine influye mucho la parte subjetiva de cada uno, y es que para
valorar la categoría de una película no vale solo la calidad de la
misma, también pasado y vivencias propias.
Entiendo
que actualmente en esto del cine con todos los adelantos habidos en
informática y efectos especiales se valore más la imagen que
los diálogos, sin
embargo para
los
ya maduritos, los que procedemos de otros tiempos, la cosa cambia.
Entonces
la tecnología no permitía mantener atento
al personal durante la hora y media de duración de la peli,
máxime con las sombrías imágenes en blanco
y negro,
y es aquí donde los diálogos con sus frases más o menos
impactantes suponían, al menos, la mitad de la valoración del
largometraje.
Volviendo
al filme de donde entresaqué la frasecita y sabiendo el morbo que
suscita los entresijos de la vida personal de cualquiera, voy a
cotillear un poco para darle un cierto regusto escabroso al tema. Sin
ir más lejos, del elenco de protagonistas de la peli en cuestión
tenemos que…
De Glenn
Ford,
que hace el papel del sargento Bannion, sabemos que a mitad de su
vida se le subió un poco la fama a su bien proporcionada cabeza de
galán y se volvió irritable por no decir insoportable. Vivió el
bueno de Glenn hasta
los noventa años y mojó (con
perdón)
todo
lo que pudo y más. Se casó cuatro veces y tuvo infinidad de amantes
de la talla de: Rita
Hayworth, Brigitte Bardot (sí, esa,
nuestra francesita protectora de animales),
o la malograda protagonista del Mago
de Oz, Judy
Garland, madre
por cierto de Liza Minnelli. Parece
ser que el buen ojo en asuntos amatorios le funcionó mejor que su
sentido común.
De
la actriz protagonista, Gloria Grahame,
podemos contar intimidades más
suculentas y morbosas. Decirles,
por
ejemplo,
que trabajó en unas cuantas buenas películas de cine negro, y
es que por
su aspecto (fue
el prototipo de mujer
fatal, fría,
bella y distante)
encajaba a la perfección en estos papeles.
Gloria
se casó, también, cuatro veces, y es aquí donde la cosa se pone
más interesante, su segundo marido fue Nicholas
Ray,
el famoso director de Rebelde sin causa, que
además de un excelente director de cine, era entre otras
cosas, bisexual, alcohólico y dependiente de las anfetaminas. No le
dio buena vida a Gloria, y
ella se vengó casándose con su hijo (el
que tuvo de otro matrimonio anterior)
y
quedar embarazada de éste, con lo que tenemos que ella parió
un hijo del padre y otro del hijo, espero no haberme liado.
A Nicholas
Ray
se le empeoró mucho su salud física y mental a raíz de la muerte
del actor (guaperas
y homosexual)
James Dean,
como todos sabemos protagonista de su película más famosa.
A Gloria
Grahame se
le declaró a la pobre un cáncer de estómago (en
esto no se salvan ni las estrellas de Hollywood)
y murió en Nueva York, muy
joven aun, a los 57 años. A mí siempre me cayó muy bien…
Joaquín
Yerga
No hay comentarios:
Publicar un comentario