miércoles, 19 de octubre de 2016

¡Lo que hay que ver...!

Un egoísta es una persona que piensa más en sí mismo que en mí.
(A.Bierce)

  El tipo que tengo enfrente y que me mira, yo diría que no tiene mal aspecto…por la disposición y cantidad de arrugas de su rostro calculo que apenas rebasará  los cincuenta y siete… --Yo no apostaría más--.
  Quizás de estatura media,  teniendo en cuenta… ¡claro!, los suculentos tacones de sus zapatos,  aunque,  por su complexión, más bien robusta, tal vez parezca menos de lo que mide realmente.
  Los tres o cuatro kg de peso de más que soporta su armazón --al menos eso aparenta-- no merma  en absoluto  su moderada complexión atlética, a pesar de que una tímida pero incipiente barriga va haciendo acto de presencia en su,--imagino-- antaño firme abdomen… Acorde con su cuerpo, en su considerable y desproporcionada cabeza, una amplia zona central de la misma, desprovista ya de cabellos, denota una paulatina desaparición de estos, el resto se debaten entre blanquecer o continuar en su color castaño  original  --Me temo y,  él debe saberlo,  que los primeros se impongan a los segundos en un breve espacio de tiempo--
  En un momento dado le vi arrugar su frente y arquear las cejas,  --me consta que suele hacerlo a veces, cuando se mira al espejo, quizás con la inútil pretensión de parecer más varonil--  --Sé de gente de su entorno inmediato que se  burlaron de él  por este chulesco gesto, muy al estilo del actor Clark Gable--  Posteriormente, para completar la pose, con su mano derecha se acarició la cara  palpando y sintiendo gratamente cómo una incipiente barba señoreaba su rostro tras varios días de soberano albedrio --creo que le gusta mostrarse así, con barba descuidada, porque de esa manera, y según su desconcertante parecer, disimula el semblante rojizo de su piel-- --De sobra sabe que cuando está rasurada afloran un sinfín de penosas imperfecciones--  --posiblemente ésta maniática anomalía tenga su origen en su ya lejana, y todavía no superada, conflictiva adolescencia  --Sospecho que de siempre  ha odiado el aspecto aniñado de su cara--
  Visiblemente satisfecho, tanto de su compostura como de su  apariencia física, le observé acercar su cara, al más que anticuado espejo del cuarto de baño, y fijar por unos instantes sus marrones y vivaces ojillos, --con una mirada contrariada, por cierto-- a una pequeña protuberancia que acababa de descubrir justo en la punta de su más que prominente  y colorada nariz, pero no le dio demasiada  importancia, por el contrario,   prestó toda su atención al nudo de su corbata intentando ajustarlo a su recio cuello… Mientras,  al margen de su ardua tarea de acicalamiento,  y con los labios fruncidos, intentaba silbar una canción de Joaquín Sabina  que inconscientemente, --parece ser-- se había alojado en su cerebro, y que ahora, de manera reiterativa canturreaba desde hacía días.
 Una vez que hubo comprobado, bien orgulloso frente al espejo, cómo su rostro, a pesar de las consabidas arrugas, su tosca nariz, y sus apenas imperceptibles labios,  aún mantenía un lozano aspecto, le vi coger el cepillo redondo de rígidas  púas que suele utilizar, y darle  un último retoque coqueto a su exiguo flequillo… al mismo tiempo y de manera espontánea  echó una mirada al rólex de imitación que en una ocasión, y durante un momento de debilidad se dejó regalar…Después aceleró los preparativos finales, y así estar a punto para esa cena y baile, que me consta estaba citado, y a la cual ansía  acudir.
 Un poco antes de perderle de vista  observé cómo se ceñía y ajustaba el cinturón negro que había elegido de su guardarropa, a juego sin duda, con sus oscuros zapatos  Martinelli,  recién adquiridos… Lo último que hizo para terminar de ataviarse  fue coger su chaqueta que pendía del picaporte de la puerta y comprobar bien a gusto, una vez colocada en su torso, lo irresistible de su porte y figura  --Y es que  recordé por un momento que,  el personaje que no paraba de mirarme, hacia ya años que se quedó sin abuelas--
  Dispuesto ya a salir del baño, y apagar la luz, echó una última mirada al espejo tocador que le había servido de cómplice,  y este le devolvió nítidamente la imagen de su figura, pulcra y bien acicalada.
  Complacido, y  tarareando la contumaz melodía de Sabina, abandonó el aseo  --por cierto, curiosamente la imagen que reflectaba el espejo era la… mía--  ¡Qué cosas!...


                                                                                                Joaquín Yerga          

                                                                                                   17/10/2016


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