Desde que te
fuiste creo que el infierno está vacío,
todos los demonios están aquí, conmigo.
todos los demonios están aquí, conmigo.
Cuando Pedro enviudó, quedó desolado y con él sus
dos hijas adolescentes…. Acababa de cumplir cuarenta y cinco años.
Bien
es verdad que, antes de casarse había disfrutado de una vida más o menos plena
en lo concerniente, digamos…al amor, y tenido un par
de aventurillas, llamémosla… serias… pero…
después de un feliz matrimonio y pasar veinte años junto a su mujer,
evidentemente llegó a postergar esos entornos y ambientes, y se centró en
su nuevo mundo con la familia… su familia.
Tanto
tiempo junto a ella, y dedicado en lo afectivo solo a ella, le marcó para
siempre… le hizo habituarse a su manera de ser y de vivir, de tal
forma que, después del mal trance pasado, todos le auguraban un
futuro incierto, o cuanto menos de mucho sufrimiento.
Algunos
amigos y conocidos, incluso sus hijas, con insistencia, le
animaron a salir y divertirse, al verlo tan decaído y apático, en cuanto pasó
un tiempo prudencial de la desaparición de su mujer… sin embargo, él se
resistía, alegando el mucho amor que le profesó a su extinta compañera… siempre
le pareció, de alguna manera, una falta de respeto hacia ella…pero… ante la
obstinación de sus allegados por mejorar su felicidad, de las primeras
negativas tan rotundas por su parte, siguieron las dudas, y a éstas,
la aceptación de los consejos al
respecto que le dieron por doquier…Al final, sin proponérselo, se animó y casi un año después comenzó a hacer
algunas salidas para… distraerse.
Junto con un par de conocidos del barrio (un viudo y el otro solterón) que le habían
sugerido, poco a poco se vio envuelto en
salidas nocturnas y, entrar en un entorno social, que no
había vuelto a vivir desde hacía décadas… Frecuentó con cierta
asiduidad algún que otro garito y discotecas para maduritos, y con
ello llegó lo inevitable… conoció a otra mujer.
Lucia era divorciada y con un hijo ya
mozalbete de quince años… Ella le manifestó y él así lo constató más
tarde, que solo buscaba un poco de entretenimiento y evadirse de los
problemas cotidianos, por lo menos un par de veces al mes, sin más
pretensiones.
Rubita
teñida, treinta y seis años bien llevados, regordeta, y no muy alta…pero...
bien proporcionada, era además muy simpática con lo que se daba todos los
condicionamientos para que Pedro acabara sucumbiendo a sus encantos, en
cuanto se conocieron.
El
azar, caprichoso él, quiso que la ocasión para su primer encuentro se diera en
una concurrida sala de baile del centro que estaba de moda…la excusa…la
necesidad ineludible de pareja para bailotear una salsa…Bailaron, hablaron y se
gustaron, que no fue poco para empezar.
-¿Qué
tal?... ¿Te atreves a bailar esta salsa?... -Le dijo él,
acercándose a su lado y esforzándose en mostrar una sonrisa, la primera vez que
le habló.
-Sí,
vamos…pero…no esperes mucho, apenas se dar unos pases… –Le contestó
ella sonriendo y de manera escueta, mientras se levantaba dirigiéndose a
la pista de baile.
El ya
se había fijado en ella al poco de entrar en la discoteca…la vio contoneándose
al ritmo de una pegadiza rumba y luego no la perdió de vista, hasta que se
atrevió a invitarla a bailar…Lucia no estaba sola, le acompañaba una
amiga visiblemente mayor que ella y poco agraciada…Iba ésta imbuida en un
vestido rojo chillón, muy largo y pasado de moda.
Terminó
la salsa y, aunque no destacaron precisamente por su bien bailar, se
atrevieron después con un par de pasodobles más pausados que repusieron y que
les permitió hablar de cosas más íntimas y conocerse mejor.
Dos
o tres meses bastaron para hacerse imprescindibles el uno al otro…De verse un
par de veces a la semana llegaron a la necesidad perentoria de vivir juntos.
Al hijo
adolescente de Lucia, la idea de ver a su madre con un nuevo
novio no le supuso ningún quebradero
de cabeza...De hecho su padre había vuelto a casarse por segunda vez al poco
tiempo de divorciarse de Lucia, su madre.
Cosa
bien distinta fue la actitud de las hijas de Pedro…éstas
se negaron a considerar a Lucia como algo sustancial en la vida de su padre…En
un principio sobrellevaron la nueva relación con indiferencia, pensaron, que
sería todo flor de un día… después…a pesar de ser ellas las que más estimularon
a su padre a divertirse y conocer gente, cuando advirtieron que la cosa iba en
serio, no facilitaron en absoluto la convivencia en la nueva familia, más bien
al contrario.
Lucia y Pedro se amaron apasionadamente durante un
corto espacio de tiempo…vivieron juntos, los dos, y los hijos de ambos
bajo un mismo techo…pero…las relaciones se tornaron imposibles.
La hija
mayor, testaruda y, debidamente hostigada por la hermana de su fallecida madre,
amenazó a su padre con todo tipo de chantajes y ultimátum, más o
menos soterrados, más o menos lícitos, si continuaba el idilio… Al final consiguió
enrarecer la convivencia.
Lucia,
desolada, y su hijo, ante el clima hostil creado, acabó abandonando el
nuevo hogar dejando atrás escasos…pero…maravillosos momentos de felicidad,
y sobre todo, mucha frustración en el amor… a Pedro la cosa le fue
aun peor.
En
un principio (por remordimientos y un insufrible complejo de
culpa) transigió con los deseos de sus hijas...Hizo las
paces con ellas, muy a su pesar y, a costa de su felicidad.
Pasado
un tiempo y, poco a poco, él se fue
dando cuenta que, el amor que sentía por
Lucia era más fuerte de lo que pensaba…No solo no la olvidó, sino que, la extrañaba más
cada día… pero… ya era tarde, demasiado tarde…sin duda llegó a comprobar que,
tal vez había cometido el error más grande de su vida.
Sus
hijas no tardaron demasiado en emanciparse…la mayor, la más intransigente, se
fue a vivir fuera del país...la otra encontró pareja y se instaló en un pisito
en otro barrio, con lo que Pedro, solo en casa,
y sin ánimo de nuevas aventuras se fue sumiendo paulatinamente
en una notable melancolía.
Un
día, se despertó más animado que de costumbre y decidió, desprendiéndose de
altivez y del escaso orgullo que le quedaba, ir en busca de Lucia...Se presentó en su
antiguo domicilio con la intención de pedirle perdón y volver a decirle, cuánto
la amaba. No la encontró, unas vecinas suyas le informaron que, había estado
muy enferma…pero… que recuperada, cambió de ciudad al encontrar una nueva
pareja…Devastado por la desgraciada información, se refugió ensimismado en su
amargura hasta el punto de estar al borde de la locura... locura de amor de la que le costó salir, por cierto, meses y mucha valentía.
Hace unos
días, en uno de los pocos contactos que mantiene aun con su hija primogénita,
recibió un mensaje de ésta en su Wassap… en él, le instaba a salir, distraerse y
conocer gente.
Indolente, tumbado
en el sillón del salón y con la mirada ausente, gesticuló una mueca
sarcástica al visualizar en la pantalla de su móvil el, instructivo consejo, de su hija mayor…después y, haciendo un
pequeño esfuerzo se incorporó del sillón, sujetó el teléfono con la mano
izquierda y con la derecha pulsó impetuosamente las teclas de borrado, hasta
que nítidamente vio desaparecer y de manera definitiva… el que sería el último
consejo de sus hijas.
Joaquín
Yerga
15/10/2014
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