sábado, 3 de septiembre de 2016

No me digáis que fue un sueño


El miedo es mi compañero más fiel, jamás me ha engañado para irse con otro.
--W.Allen--

La historia que voy a contar ocurrió hace muchos años. Jamás hablé con nadie de ella pues lo que sucedió fue tan extraordinario que dudo nadie me creyera. Es más, pienso que muchos se reirían de mí, o cuanto menos me tildaría de fantasioso. Si lo cuento ahora es por los años transcurridos desde entonces, y porque he llegado a una edad en la que me importa más la sinceridad conmigo mismo que lo que otros puedan pensar de mi.
Estos sucesos tan increíbles a los que aludo (los que tengan la osadía de leerlos compartirán conmigo su asombrosa inverosimilitud) ocurrieron en un cine de una pequeña ciudad cercana a la capital.
Apenas recuerdo el argumento de la película que fui a ver esa noche. En ésa ya lejana época me desplazaba a Madrid a divertirme los fines de semana. Y precisamente los domingos, por ser vísperas de día laboral, todo el mundo volvía  pronto a sus casas. Yo no iba a ser menos, y tal vez por esto cuando terminaba el baile si consideraba que era demasiado pronto de volver a la mía entraba en un cine cercano a ver alguna peli de estreno.
Era invierno. Estoy seguro de esto porque, aún recuerdo la agradable sensación de calor al entrar en el local. A esa sesión, la última que daban, solían acudir parejas buscando la intimidad que no encontraban en las discotecas, o noctámbulos de toda ralea y condición. En aquellos tiempos (finales de los setenta) daban ya los últimos coletazos los pocos cines de barrio que aún quedaban.
Nada más llegar y acomodarme, ya fuera por la intrascendencia de la película o por el cansancio acumulado de toda la semana, fui entrando en un pesado sopor que, poco a poco se me hizo tan irresistible que me quedé profundamente dormido. Como iba solo y había escogido una butaca alejada de la entrada (en filas ya cercanas a la pantalla) nadie se fijó en mi, y mucho menos en el estado que me encontraba de extrema somnolencia. Creo ahora, pasado el tiempo, que el hecho de estar la sala semivacía contribuyó, sin duda, a la confabulación de los acontecimientos que ocurrieron después. He de decirles que tan solo varias parejas y algún que otro "lobo solitario" compartían conmigo aquel despoblado auditorio.
La peli debió terminar y el escaso público desalojó el cine. Plácidamente dormido debí escurrirme tanto hacia el fondo de la butaca que pasé desapercibido para todo el mundo, incluido el acomodador. Cuando la pantalla quedó a oscuras, las tenues luces auxiliares se apagaron y el escaso personal de mantenimiento terminó su faena, nadie quedó en el cine, solo yo, y los personajes de mis sueños...
En medio de la noche, y quizás empujado por la incomodidad de la postura me desperté bruscamente. Angustiado por la situación reorganicé mis pensamientos y poco a poco pero con creciente inquietud me fui dando cuenta de la delicada realidad en la que me encontraba. A punto estuve de pellizcarme para no creer que era un sueño lo que me estaba pasando --¡Me había quedado dormido en mitad de la película!-- --¡Dios mío, estaba solo en el cine y totalmente a oscuras!!...
Recuerdo vagamente que miré el reloj de pulsera, pero no pude distinguir las manecillas. Lamenté profundamente haber dejado de fumar recientemente y por tanto no tener encendedor para iluminar la estancia. Asustado y completamente a ciegas me incorporé de mi asiento e intenté orientarme y ver hacia dónde ir; operación imposible, comprobé enseguida, no se veía nada.
Después de un rato pensando, y aun perplejo por la situación, me pareció ver un punto de luz, brillante y parpadeante a lo lejos y un ruido perfectamente perceptible y extraño que iba en aumento...
Haciendo verdaderos esfuerzos mentales de relajación a pesar del miedo que me atenazaba hice prevalecer mi aplomo y aguanté como pude, pero a medida que los minutos pasaban y el ruido se acercaba mi nerviosismo aumentaba de manera alarmante. Llegué a un punto tal de excitación que incluso perdí el control de la situación y no pude contener un grito de horror pues, de repente comprendí qué era lo que producía aquel infernal ruido --¡Alguien, en la más absoluta oscuridad y silencio de la noche arrastraba algún objeto metálico!...
Totalmente aterrorizado me dirigí palpando las butacas hacia el lugar de donde provenía aquel punto de luz y el misterioso ruido. Y es que de manera increíble pareciera que una enigmática y poderosa fuerza me empujaba hacia ellos.
Avanzando lentamente y a tientas llegué a lo que parecía ser el vestíbulo del cine, por lo espacioso. Atravesé una puerta grande de madera que permanecía entreabierta y unas grandes y espesas cortinas, movidas  tal vez por alguna extraña brisa, acariciaron mi rostro… entonces, al apartarlas de mi cara y levantar la cabeza, la vi…
¡Allí mismo!  ¡De pronto, a un sólo un paso de mí una silueta con apariencia humana, increíblemente blanca, prístina, irreal, rodeada de una espectacular aureola de luz del mismo color se deslizaba a gran velocidad!... El gran resplandor que exhalaba y el ruido dantesco que producía deslumbraron mis ojos y taponaron mis oídos. Obnubilado, solo pude alargar el brazo intentando tocar con la mano aquel infrahumano ser, pero era incorpóreo; mis dedos atravesaron su figura sin acariciar siquiera su piel... y desapareció dejando en su lugar el vacío y la oscuridad más absoluta.
Instantes después ya repuesto, pero aun tembloroso por la infernal visión, apareció ante  mis incrédulos ojos el pequeño punto luminoso que había contemplado desde un  principio y que me había servido de guía. Era el la luz que horadaba el ojo de la cerradura de una puerta y que parecía provenir del exterior. Conseguí dar unos pasos hacia él a pesar de la pesadez de mis piernas, y accioné el picaporte con la esperanza de que la puerta se abriera. Para mi sorpresa lo hizo. Esta última puerta accedía directamente a la calle posterior del edificio (después comprobé que era la salida de emergencia).
No supe calcular el tiempo transcurrido de mi aventura, solo sé que corrí despavorido como un loco atravesando las desiertas calles del barrio. Llegué a mi casa (por suerte mi madre aún no se había levantado) y temblando me metí en la cama.
Pocos días después paseando por la zona me acerqué a aquel cine, sólo por curiosidad, pues no pensaba volver a entrar jamás. Lo que vi me sorprendió de manera inquietante: un gran cartel de… "Se Vende"… colgaba sobre la puerta principal. A pesar de haber transcurrido solo un par de semanas desde mi infausta aventura, el aspecto de abandono y desolación que ofrecía el cine era sobrecogedor. 
Por cierto, ahora recuerdo la película que echaban esa misteriosa noche, creo que se llamaba "El fantasma de la Ópera", pero no creo que tuviera nada que ver...

Joaquín


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