sábado, 13 de agosto de 2016

¡Qué bello es vivir!






La vida es efímera. Disfrútala al máximo, total, no vas a salir vivo de ella.
Anónimo


Justo quince años antes de morir es cuando comenzamos a hacernos realmente viejos. Dicho de otra forma, al primer síntoma de vejez, aprovechen porque le quedan tres lustros de vida. Esta exclusiva apareció esta semana en un medio informativo, haciéndose eco por cierto, de un sesudo estudio hecho por científicos en USA, como casi todos los de este tipo, por otra parte. Pero no se alarmen, en cuanto descubramos la primera señal tenemos tiempo de sobra para dejar todo atado y bien atado. Algunos lo hacen mucho antes.
Con estos datos en la mano podríamos hacer ya planes concluyentes de futuro. Y disfrutar a tope de esos últimos tres quinquenios antes de expirar ¡Claro! que siempre habrá alguien que desee no saberlo. Hay que tener presente que en esta cuenta atrás no valen accidentes o similares, todo debe transcurrir de manera natural.
Al hilo de esta investigación, y aun sabiendo que ahora y por diversos motivos vivimos mas, no sé si somos conscientes de la insoportable brevedad de la vida. A mi humilde modo de ver las cosas deberíamos actuar de una manera más inteligente. Yo lo intento, aunque no siempre me sale. Me explico…
Sobre como malgastar nuestro preciado tiempo inútilmente conozco algún caso que clama al cielo. Sin ir más lejos, tengo una vecina anciana ya la mujer que entre otras inquietudes sin sentido, anda todo el día preocupada por la factura de la luz y del teléfono. No digo yo que pasemos olímpicamente de esos gastos y no revisemos las facturas concienzudamente, pero me consta que esta buena señora tiene sus buenos ingresos asegurados y unos ahorrillos en un par de bancos. Se le va la vida y ella no se entera. La mujer (mi vecina) ronda los ochenta. Ignoro si ha notado ya los mencionados síntomas. Pero no es el único caso conocido, sé de unos cuantos…
Otra mujer, de trato no tan cercano pero conocida (ésta ya nonagenaria) me manifestaba continuamente su desasosiego por no tener todos los documentos de su, no tan pequeño patrimonio en regla. Las razones que me daba eran: que no quería preocupar en exceso a sus herederos (en este caso sobrinos) porque así, cuando ella pasara a mejor vida, todos los asuntos de la herencia quedarían bien atados y concluidos. Y ellos estarían satisfechos con su tía. Esta ya anciana mujer padeció una vida áspera de emigración y duro trabajo. Cuando murió, sola por cierto, sus sobrinos se repartieron sus bienes encantados y sin ningún pudor.
Pudiera parecer, (a bote pronto), que las dos tendrían sus facultades mentales alteradas, bien por la edad, o influenciadas por los años de estrecheces pasados durante sus respectivas juventudes, pero no, estaban lúcidas. Esa era su manera de vivir y así lo habían hecho siempre. A ambas les unía, creo, una defectuosa interpretación de lo que es la vida, causada seguramente  por diversas circunstancias. Entre ellas, el miedo o la ignorancia.
Apuesto que todos habremos sido testigos alguna vez de episodios como los que acabo de contar, incluso de algunos más ruines aun. La cantidad de gente que lleva una vida de escasez y penuria pudiéndose permitir una vida mejor, seguramente sea enorme. No solo practicar una deficiente política económica doméstica es la que impide a muchos disfrutar más y mejor de los efímeros años que estemos en este mundo (el único del que tenemos pruebas fiables). También son legión las personas que los pasan estresados, malhumorados, o iracundos debido a continuos ajetreos causados por asuntos menores, o inútiles.
Para ser conscientes de lo que es la vida y cómo aprovecharla al máximo, lo más indicado, sin duda alguna, son: por una parte sentido común y por la otra más cultura. También la experiencia, aunque esta última siempre llega tarde. Y por cierto, sin las dos premisas primeras a menudo no fructifica. El mejor ejemplo de esto lo tenemos en las dos historias descritas.
Otras veces son cuestiones morales, costumbres arcaicas o estériles orgullos, lo que impide a los seres humanos ser felices. Nos obcecamos, conscientes o inconscientemente, en colocar barreras en los accesos a ese anhelado placer que es, vivir tranquilos y satisfechos con uno mismo en la medida de lo posible ¿A cuántos buenos momentos hemos renunciado torpemente en la familia, en la pareja o incluso entre las buenas amistades, por equivocaciones de ese tipo? ¿Y por soberbia o vanidad ? Después, con el paso del tiempo aparece el amargo arrepentimiento, cuando  ya ni el tiempo ni las personas queridas son recuperables.
 He padecido, en ocasiones, personas envidiosas. Un mal muy extendido en España (nuestro pecado capital según algunos). Individuos que se han amargado su existencia, y la de todos los de su círculo de manera infame, criticando o indisponiendo unos contra otros ante su complaciente mirada, creyendo erróneamente con esto obtener el mayor gozo. Evidentemente ante esta insana actitud no es posible una vida extensa y apacible. Sobre todo esto último.
El decir que la vida es angustiosamente corta (sé que no descubro nada nuevo). Y por eso hay que aprovecharla toda ella disfrutando con los grandes acontecimientos sobrevenidos, pero también, (sobretodo porque son más) de las pequeñas cosas cotidianas que nos suceden a cada instante. Todo debe tener su justa importancia. Y debemos, tanto relativizar sucesos que nos parecen increíbles, como valorar otros que los pasamos por insignificantes. Para mejor discernir lo uno de lo otro necesitamos sobre todo mucha sabiduría.
Por motivos que desconozco aunque lo intuyo, hacer o practicar el bien es la opción preferida y más valorada que se ha dado siempre y en todas las culturas. Lo contrario sería confusión y anarquía. Tenemos inoculada, creamos o no, la certidumbre de que la bondad es útil para nuestro bienestar emocional. Con esto se deduce,que haciendo buen uso de ella ganamos en calidad de vida.
  Estos tiempos que nos ha tocado vivir se podrían considerar poco aptos para la felicidad. La vida ajetreada, el individualismo (propio del modo de vida occidental) y la soledad, son contraproducentes para la vida afectiva. Bien es cierto que tenemos a favor y a nuestro alcance suficientes recursos de todo tipo para que, bien administrados y debidamente aplicados, ayude a ese bienestar emocional tan perseguido.
Según encuestas, los países más pobres (si no están sumidos en algún tipo de conflictos) son los más felices de la tierra. Pero advierto que la felicidad es un concepto muy subjetivo. Sin ir más lejos, a esto último se contrapone el afán de emigrar de la gente más pobre y sin recursos a los países industrializados, en teoría mucho más infelices.
Dicho queda...
                                         Joaquín Yerga
                         24/04/2015


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