Una noche en que su sufrimiento
era muy intenso y en que,
abandonados, al parecer, de Dios
y de los hombres, yo sollozaba
al borde del lecho, mientras ella
se retorcía de angustia, le dije,
aprovechando la pequeña tregua
de su alivio: «Rica mía, óyeme: es
preciso que tengas la voluntad de vivir.
Hazte una resolución poderosa. Di:
"¡Quiero vivir, quiero vivir!"»
La pobrecita mía me respondió: “Sí, cariño, sí”...
Pero ¡todo en vano! Dios había hecho
ya un signo a la muerte, y el ser más
amado de mi existencia, el gran cariño
de más de diez años, se me hundía,
¡se me hundía irrevocablemente en la eternidad!
--Amado Nervo--
El día que la conoció todo le cambió a mejor. Pareciera que la hubiera estado esperando desde siempre. La plenitud llegó con ella hasta un punto tal que, como hombre de buena conciencia que es, alguna vez llegó a decirme que temía algún tipo de contrapartida o castigo por tanta felicidad.
Ese castigo comenzó hace unos años. Una mañana le llamó asustada desde el baño diciéndole que se había notado algo raro en el pecho izquierdo.
Receloso, queriéndole quitar importancia al asunto para no intranquilizarla, le sugirió que posiblemente fuera algo insignificante, algún bultito de grasa u algo parecido que a veces salen en las mamas.
Lamentablemente el susto no quedó ahí. Pidieron cita para su médico de cabecera que inmediatamente le remitió al especialista. Después de varias pruebas le diagnosticaron lo peor que podían decirle: cáncer de mama en un estado bastante avanzado y con riesgo de metástasis.
Ella no supo toda la verdad. Acordaron no decirle la gravedad de su dolencia. Pero fue inútil, poco a poco se fue dando cuenta, hasta que no tuvo más remedio que contárselo.
Fueron meses de hospital, de quimio, revisiones y esperanzas, falsas esperanzas a las que se agarraron porque no les quedaba otra...
A medida que iban pasando los días, fue contemplando con estupor la decadencia física de su amada, y eso le martirizaba.
Pasó ella su enfermedad con una valentía encomiable; apenas se quejó, según me contó él después. Actitud que profundizó más si cabe su insoportable dolor. Pero, aún con todo lo pasado no cambiaría ni un minuto del tiempo vivido junto a ella durante su calvario. Fueron los días más intensos de su existencia.
¿El final?.. Bueno, no fue tan trágico como cabría esperar de la muerte. Cuando ésta llegó se los encontró abrazados los dos como un sólo ser. Apenas se despidieron. Ambos sabían que más allá de la vida y de la muerte, en un lugar intemporal, eterno, se volverían a encontrar y retomarían su maravillosa historia de amor inacabada.
Anteayer me lo encontré en la calle. Ha pasado tiempo de todo aquello, pero lo vi muy desmejorado. Me contó que todavía no se ha acostumbrado a estar sin ella, que todo es nuevo y extraño para él.
Yo le dije que a ella le hubiera gustado que lo intentara. Me contestó que sí, que así se lo pidió explícitamente durante un arrebato de resignación ante su cercano final, y que él, con el corazón destrozado y ya si lágrimas que derramar, se lo había prometido.
Joaquín
Todo lo aquí escrito resulta bello.
ResponderEliminarMe encanta leer sus historias. Y aunque no le conozco, siempre le leo.
ResponderEliminarMuy bonita y conmovedora la historia parece tan real muy triste
ResponderEliminarMe gustan tus historias las leo siempre
ResponderEliminarMuchas gracias. Buenas noches
EliminarUna historia muy penosa pero bonita así es la vida 😭
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