miércoles, 14 de septiembre de 2016

Juego sucio..





Al final te acostumbras y sonríes, aunque todo sea una mierda.

Durante el trayecto de vuelta no dejé ni un segundo de recordar. Mi cerebro bullía como una olla hirviendo a punto de reventar. Unas tras otras pasaban por mi cabeza y sin control las escenas más escabrosas de ese aciago día... ¡De repente aparecieron en mis pensamientos imágenes desconocidas, inéditas!. Esto me hizo recapacitar y ver cosas que antes no veía... Sin duda, empecé a comprender...
Circulaba entonces con mi auto por la Castellana a la altura del Santiago Bernabéu. A decir verdad iba bastante deprisa dado que a esa hora de la noche había menos tráfico que el habitual. Mi estado de ánimo después de todo lo pasado no era el mejor pero, ya empezaba a asimilar los injustos sucesos en los que participé de manera involuntaria, y de los que fui, por cierto, la víctima propiciatoria.
Agarrado fuertemente al volante debido quizás a restos de mi pasada excitación, recordé de pronto cómo aquel individuo alto, enjuto y de barba rojiza se colocó detrás de mí al salir del restaurante. Aunque luego su silueta se difuminó por entre la gente que pasaba tan deprisa por la acera de la Gran Vía. En aquel preciso instante no le presté atención, sin embargo en ése momento mientras conducía camino de casa volví a ver en mi mente su cara, camuflada parte de ella por la escasa y rubicunda barba que la cubría.
Desde que ocurrió aquello no hacía más que darle vueltas y más vueltas al asunto, y volver a preguntarme una y mil veces porqué a mí, qué había hecho yo.. Y eso que el día había empezado muy atractivo en el trabajo debido a las muchas novedades que nos esperaban, y que invitaban, sin duda, a romper la monotonía diaria.
La mañana en la oficina --recordé-- se había presentado muy ajetreada ya desde primeras horas del día con la salida al mercado de la nueva revista, publicación, por cierto, en la que tantas esperanzas habíamos puesto todos y con la que nos jugábamos algo más que un simple éxito.
Poco antes del mediodía nos habíamos reunido ya un par de veces con el director de la editorial y no fuimos capaces de consensuar los últimos detalles. A última hora de la mañana, Ricardo, el presidente, preocupado por el posible fracaso del lanzamiento de la nueva revista nos invitó a comer a los responsables de los cuatro departamentos implicados para finiquitar el asunto.
Llamé mi mujer para avisarle que llegaría un poco tarde. No saltó de alegría precisamente cuando se lo dije, pero ella es comprensible con estas eventualidades, así que ese flanco lo dejaba bien cubierto. Y me despreocupé...
Hasta ése momento todo se desarrollaba de la manera convenida teniendo en cuenta las circunstancias del complicado día. Durante los postres llegamos a un acuerdo en la forma de abordar el tema final y la cosa parecía encarrilarse. Fue al salir del restaurante cuando el individuo ése con aspecto de eslavo; sí, el enjuto barbilampiño y del que ahora recuerdo hasta los pliegues de su cara me pudo haber seguido.
Al recoger el coche del garaje, en ese momento semivacío, dos fulanos me abordaron con sendos cuchillos. Uno de ellos me agarró el cuello por detrás con una mano mientras con la otra hacía amagos de pincharme a la altura de la nuez. El otro, el barbilampiño, se me puso delante muy nervioso y con una faca descomunal pidiéndome todo lo que llevara de valor en los bolsillos. Por el aspecto y acento de éste último deduje su procedencia, quizás albanés o búlgaro. Ahora sé que suelen ser tipos muy violentos.
Obvio decir el susto y el miedo que pasé durante el trance. Nunca en mi vida había vivido algo así; se me olvidó de golpe hasta la salida al mercado de la nueva revista. Mis cinco sentidos maquinaron al unísono con el único objetivo de salvar la vida.
Todo fue muy rápido, los hechos ocurrieron en poco más de cinco minutos, pero en mi confusión emocional pareciera haber transcurrido una eternidad. Por supuesto les di todo lo que pedían y por suerte se conformaron. No creo que se llevaran más de doscientos euros en efectivo que terminaba de sacar en un cajero cercano, mis tarjetas de crédito, el móvil y el reloj. Reloj, por cierto, que había heredado de mi padre y que me había acompañado durante los últimos veinte años de mi vida. En su apresurada huida se llevaron, también, mi maletín de mano que solo contenía documentos de la empresa. Imaginé que cualquier objeto que arramplaran creerían serles de utilidad. No obstante, de todo lo que me arrebataron, lo más preciado de fue mi orgullo y mi ánimo, que quedaron por los suelos...
Salí tan confuso y tocado del garaje que me olvidé del coche. Subí a la calle y por suerte paré un taxi que por allí pasaba en ese momento. El conductor al verme tan desolado y con la cara congestionada se prestó a llevarme a la comisaría más cercana. Allí pude denunciar lo ocurrido y hacer las gestiones oportunas para anular las tarjetas de crédito, y de paso avisar a la familia. Un policía amablemente quiso acompañarme de vuelta al garaje, le di las gracias, recogí mi auto y dispuse el regreso...
Pasada la media noche y camino de casa terminé de rebobinar las imágenes de los distintos pasajes de la jornada. Con mis sentimientos heridos y a flor de piel no pude evitar que un par de lágrimas rebeldes, tal vez de impotencia, buscaran mejillas abajo la comisura de mis labios.
Impaciente por llegar a casa y abrazar mi mujer que ya estaba avisada y me aguardaba expectante, enfilé Castellana arriba hasta el desvío de la autovía de Burgos…. Una vez allí me perdí rumbo al norte entre el escaso tráfico que circulaba a esas intempestivas horas de la madrugada.
Obvio decir que no pegué ojo en toda la noche. En esas estaba cuando una llamada al teléfono fijo de casa a primera hora bastó para resolver el caso de un plumazo. El presidente de la editorial, alarmado y fuera de sí me confirmó el verdadero motivo del asalto ¡¡El robo de la carpeta con los importantes bocetos de la revista!!.. Todo lo demás era para distraer; cartera, dinero y reloj, no tenia importancia. Tampoco lo tenía, para ellos ¡claro! el miedo y la angustia que me acompaña desde aquel infausto día.
Hubo que suspender dos semanas la salida a los kioscos de la revista y para entonces ya se nos había adelantado la competencia. Las pérdidas a la editorial fueron cuantiosas.
El asunto está bajo el secreto del sumario...

             Joaquín Yerga

 


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