Querida amiga:
Se te fue inesperadamente, sin avisar, y te dejó el alma herida de muerte. Aquella maldita tarde de abril decidió volar. Acaso se confabuló con la providencia para hacértelo todo más llevadero, más fácil, pero olvidó que más injusto, pues atrás dejó vidas rotas y un páramo de incredulidad y dolor.
Pensarás ahora, convencida, que nada vale ya para ti que nada tiene sentido sin él, y creerás no ser digna del desmesurado castigo que te ha impuesto el destino, y te preguntarás, ¿Por qué a ti? ¿Por qué él? Y no hallarás respuestas...
Los días irán pasando por tu vida vacíos, sin dejar huella en tu ánimo. Y las noches te serán eternas, sólo admisibles porque te aferrarás a sus recuerdos y a los inevitables somníferos para dormir.
A ratos palparás su ropa, aspirando con fruición restos de su olor que seguro encontrarás. Y mirarás su foto y besarás su cara sobre el frío cristal, y lo empañarás con la última lágrima de tu infinita madrugada.
Fuera, en la calle, en cualquier paseo y lugar, tu fantasía te hará verlo entre la multitud, y correrás aturdida entre la gente detrás de la silueta de algún desconocido creyendo que es él, Y en las tardes interminables del estío o en las mañanas lluviosas de otoño, añorarás sus sólidas manos asiendo las tuyas, y aún esperarás, ingenua e impaciente, oír su voz a través del teléfono ante una llamada inesperada.
Perdóname a mi, querida amiga, si te quedan fuerzas para eso, por no encontrar palabras que te puedan consolar ni argumentos que puedan devolverte una sonrisa; aún tienes el corazón en carne viva.
Podría mentirte y contarte (como íntimo amigo suyo que fui) secretos inconfesables de su pasado, para subestimarle y así, resentida con él, aliviar tu dolor, pero faltaría a la verdad, porque sólo tú has morado en su corazón.
También podría escribirte frases esperanzadoras sobre un futuro no muy lejano cargado de ilusión para ti, para que encontraras un merecido consuelo a tu pena, pero fingiría pues no me saldrían del alma; también a mí me partió el corazón.
Joaquín
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