jueves, 16 de noviembre de 2017

Nunca subestimes un sueño.



Sentirse, ¡al fin!, maduro para ver las cosas

nada más que las cosas: el pan, el sol, la miel...

Ser nada más el hombre que deshoja unas rosas,

y graba, con la uña, un nombre en el mantel.

--Leopoldo Lugones--


Yo era el menor de mis hermanos, y por ahí llegaron mis desgracias pues, por serlo, me convertí en el preferido de mi padre que pensaba destinarme al cuidado de su vejez. 

Reconozco que siempre fui un soñador; horas me pasaba pensando en las musarañas, mientras mis hermanos se hacían cargo del ganado. En mi sueño más recurrente me veía a mí mismo como un Sol con las estrellas y la luna inclinándose hacía mi haciéndome reverencia. Ignoro el porqué de la escena, pero así era.

Con tan arrogantes sueños y porque además se los contaba a mis hermanos, estos empezaron a imaginarse cosas raras.. Tanto es así que llegáronme a coger manía, y hasta pensaron mandarme "al otro barrio,". Creían, con envidia pero no sin cierta razón, que mi padre me iba a dejar a mi toda la herencia y que ellos serian mis siervos.

Un buen día, estando todos en el campo con las ovejas aprovecharon para hacer de las suyas, pero en vez de asesinarme como era su primer deseo, me vendieron al mercader egipcio Putifar que pasaba por la zona, por veinte monedas de plata. A mi amado padre, ya muy mayor, le hicieron creer que me habían devorado las fieras, 

Y fui llevado a Egipto como esclavo, pero mis sueños seguían igual de reiterativos. 

La casualidad quiso que yo estuviera cerca cuando el faraón tuvo un sueño que se le repetía noche tras noche. Estaba ya el hombre tan agobiado que prometió fortuna y riquezas infinitas al que fuese capaz de interpretar esos inquietantes sueños. 

Como Putifar, mi patrón, conocía mis experiencias con éstas fantasías oníricas, se lo propuso al Faraón y, ¡mano de santo!, en un santiamén le descifré sus sueños. Le expliqué con detalles aquello de los siete años de vacas gordas y los siete de vacas flacas, que no significaba otra cosa que Egipto iba a tener una larga temporada de lluvias y buenas cosechas, pero que después vendría otra igual de larga de sequías y hambre.

El Faraón me hizo caso y triunfó, pues se cumplieron las profecías. Se guardó el excedente del trigo de los años buenos para los malos y se salvó el país. El Faraón cumplió sus promesas y me colmó de dádivas, riquezas y cargos políticos.

Pasado un tiempo y debido a esa pertinaz sequía, la penuria asolaba mi patria. Mis hermanos tuvieron que desplazarse aquí a Egipto a comprar trigo porque se morían de hambre. ¡Y aquí estaba yo al cargo de las reservas alimenticias del país!... Me informaron de su llegada..

Muy preocupado al verlos llegar sin Benjamín, el más pequeño de todos. No venía en la expedición y temí que lo hubieran matado o vendido como a mi, así que exigí que regresaran a su tierra y volvieran con él.. 

Eso hicieron, y después de unas cuantas interesantes anécdotas más (que la falta de espacio me impiden relatar) todos mis hermanos, y mi padre, que aun vivía, nos perdonamos y nos fundimos en un fuerte y duradero abrazo. Y colorín colorado…

Por cierto, yo me llamo José, y mi padre Jacob, vivíamos todos en Israel.. quizás ahora os suene mi historia...

Joaquin





                                    



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