Algunas palabras...
La poesía
no quiere adeptos, quiere amantes.
--Lorca--
La
poesía es un género a menudo difícil de comprender por lo que
muchos renuncian a leer. Pero hay, no obstante, poesías sencillas
que llegan a casi toda la gente por muy iletradas que sean precisamente por su sencillez. A mi entender son éstas últimas más
dignas de alabar porque entiendo que enlazar frases hermosas que
lleguen tan hondo como para enternecer y en un lenguaje sencillo, es
mucho más difícil de crear y componer. Y esto solo ocurre las
menos de las veces, incluso entre los mayores genios.
No
son estos buenos tiempos para la lírica, decía la letra de una famosa
canción del grupo Golpes Bajos, tampoco para las
humanidades en general, pues hasta la filosofía y literatura
están en desuso. Pero hubo una época hace ya mucho tiempo que
hacer versos era lo más grande y prestigioso de una sociedad. La
poesía, más que la prosa, tenía un gran mérito entre aquellos medios culturales. Y digo más, también las
clases populares apreciaban las composiciones poéticas como un
método noble, sofisticado y emotivo de comunicación. Qué mejor
manera de llegar a lo mas recóndito de los corazones de las personas
que hacerlo con bellas poesías.
Han
habido en nuestra literatura lírica algunos poetas excepcionales,
pero tan solo aptos para una minoría de entendidos por el uso
recurrente de metáforas. Me estaba acordando de Luis
Cernuda, de Juan Ramón Jiménez o Rubén Darío. Sin embargo
otros, justamente por su sencillez y hondura, han llegado más al gran
público. Entre éstos últimos tenemos al gran Antonio Machado,
a Jorge Manrique, o al
híper-sensible, Bécquer.
Ojeando nuestro gran poemario nacional en castellano se me
ocurre rescatar algunos versos, que entiendo por su calidad o
sencillez, puedan ser útiles de releer a quienes se atrevan a abrir
ésta página, por lo hermoso. Estoy seguro que muchos ya se han
deleitado con ellos en alguna que otra ocasión, pero intuyo nunca
viene mal volverlos a disfrutar. Para otros, sin embargo, será una
grata novedad que espero sea como una puerta abierta que les estimule
a indagar en nuestro archivo literario en busca de las muchas
maravillas aun inéditas de nuestra lengua.
La
de abajo
es de Manuel
Machado,
el hermano desconocido del otro Machado, Antonio. Los separó la
guerra civil como a tantas familias españolas. Manuel se quedó en
el bando nacional. El otro, poeta mucho mas grande, murió
republicano, en el exilio francés.
Esta
es mi cara y ésta es mi alma: leed.
Unos
ojos de hastío y una boca de sed...
Lo
demás, nada... Vida... Cosas... Lo que se sabe...
Calaveradas,
amoríos... Nada grave,
Un
poco de locura, un algo de poesía,
una
gota del vino de la melancolía…
¿Vicios?
Todos. Ninguno... Jugador, no lo he sido;
ni
gozo lo ganado, ni siento lo perdido.
Bebo,
por no negar mi tierra de Sevilla,
media
docena de cañas de manzanilla.
Las
mujeres... -sin ser un tenorio, ¡eso no!-,
tengo
una que me quiere y otra a quien quiero yo.
Me
acuso de no amar sino muy vagamente
una
porción de cosas que encantan a la gente...
La
agilidad, el tino, la gracia, la destreza,
más
que la voluntad, la fuerza, la grandeza...
Mi
elegancia es buscada, rebuscada. Prefiero,
a
olor helénico y puro, lo "chic" y lo torero.
Un
destello de sol y una risa oportuna
amo
más que las languideces de la luna
Medio
gitano y medio parisién -dice el vulgo-,
Con
Montmartre y con la Macarena comulgo...
Y
antes que un tal poeta, mi deseo primero
hubiera
sido ser un buen banderillero.
Es
tarde... Voy de prisa por la vida. Y mi risa
es
alegre, aunque no niego que llevo prisa.
La
segunda poesía es de Jaime Gil de Biedma, catalán de
buena cuna y homosexual atormentado. Murió no hace mucho. Fíjense que palabras mas premonitorias para todo lo que le sucedió después.
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, era tan sólo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
Joaquín
Yerga
Son dos poesías preciosas.
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