domingo, 5 de noviembre de 2017

El gran pecador





Las religiones son como las luciérnagas, necesitan de la oscuridad para brillar.
(Schopenhauer)


Casi todo lo que el cristianismo es hoy en día se lo debe a los llamados “Padres de la Iglesia”. Aunque San Agustín, considerado entre ellos el más grande, fue en su juventud un golfo de mucho cuidado. Después se enmendó y ha quedado para la historia de ésta gran institución como el que más influyó en ella.
Nació en Hipona, en lo que ahora es Argelia, en el norte de África. Hay que decir que esta parte de África lo mismo que casi toda Europa pertenecía entonces al Imperio Romano. Por cierto, aun no habían llegado los árabes, faltaban trescientos años para eso.
En la época en la que nació Agustín, (siglo IV) el cristianismo aun se estaba formando. Todavía faltaban muchos concilios y decisiones de gentes principales hasta llegar a lo que es hoy en día. Precisamente San Agustín proporcionó muchas ideas nuevas que mas tarde se añadirían a la doctrina general de la Iglesia.
A éste hombre le debemos que la Iglesia consiguiera tantos adeptos a lo largo de la historia. Él la hizo que fuera militante y muy proselitista. También fue el que decidió lo del pecado original en los hombres. Se debió según sus cálculos al tontainas de Adán en el paraíso, que no pudo resistir la tentación de la comerse la manzana, es decir desobedeció a Dios.
Efectivamente San Agustín fue un tipo tan importante para la iglesia que lo estima como el más valioso de los cuatro Padres de ella. Los otros tres son: San Ambrosio, San Jerónimo (autor de la primera traducción de la biblia al latín) y San Gregorio Magno.
San Agustín escribió dos libros muy influyentes. En uno de ellos “Confesiones” nos cuenta con pelos y señales su pecaminosa juventud. Fue un jovenzuelo bastante juerguista y putero. Después se arrepintió y se convirtió al cristianismo gracias a la perseverancia de su madre, Santa Mónica. De éstas lujuriosas vivencias le vino que despreciara después con ahínco todo lo relacionado con el sexo. De hecho, la Iglesia amparó esta animadversión a lo sensual y carnal por él y sus excesos juveniles.
El otro libro todavía fue mas determinante en ambientes religiosos. Le tituló “La ciudad de Dios” y aquí plagió un poco al filosofo Platón. Éste había escrito su famosa obra “La República” en la que describía su ciudad ideal y cómo tenia que organizarse para que fuese perfecta. Pues San Agustín hizo lo mismo pero en versión cristiana. También intentó que el cristianismo convergiera con la filosofía de Platón al que admiraba, cosa que hizo bien, por cierto.
La idea principal de Platón en cuanto a la creación y organización del mundo se debía a un ser supremo, una especie de ente poderoso que unificaba y regía el universo. Para San Agustín ése omnipresente ente era Dios. Por supuesto en aquella época aun tenia mucha fuerza el paganismo y la filosofía, con lo que quiso aprovechar el tirón y pasarlos todos a su bando.
Para este Padre de la Iglesia el libre albedrío que Dios impuso a los hombres es el responsable de todos los males del mundo, y la única manera de librarse de él y alcanzar los cielos era, arrepentirse de los pecados. Él lo hizo, después de haber llevado una vida loca. O no tan loca…digamos, muy placentera...
Dicho queda…
                                                                         Joaquín Yerga

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