El gran pecador
Las
religiones son como las luciérnagas, necesitan de la oscuridad para
brillar.
(Schopenhauer)
Casi
todo lo que el cristianismo es hoy en día se lo debe a los
llamados “Padres de la Iglesia”. Aunque San Agustín,
considerado entre ellos el más grande, fue en su juventud un golfo
de mucho cuidado. Después se enmendó y ha quedado para la historia
de ésta gran institución como el que más influyó en ella.
Nació
en Hipona, en lo que ahora es Argelia, en el norte de África. Hay
que decir que esta parte de África lo mismo que casi toda Europa
pertenecía entonces al Imperio Romano. Por cierto, aun no habían
llegado los árabes, faltaban trescientos años para eso.
En
la época en la que nació Agustín, (siglo IV) el cristianismo aun
se estaba formando. Todavía faltaban muchos concilios y decisiones
de gentes principales hasta llegar a lo que es hoy en día.
Precisamente San Agustín proporcionó muchas ideas nuevas que mas
tarde se añadirían a la doctrina general de la Iglesia.
A
éste hombre le debemos que la Iglesia consiguiera tantos adeptos a
lo largo de la historia. Él la hizo que fuera militante y muy
proselitista. También fue el que decidió lo del pecado original en
los hombres. Se debió según sus cálculos al tontainas de Adán en
el paraíso, que no pudo resistir la tentación de la comerse la
manzana, es decir desobedeció a Dios.
Efectivamente
San Agustín fue un tipo tan importante para la iglesia que lo estima
como el más valioso de los cuatro Padres de ella. Los otros tres
son: San Ambrosio, San Jerónimo (autor de la primera traducción de
la biblia al latín) y San Gregorio Magno.
San
Agustín escribió dos libros muy influyentes. En uno de ellos
“Confesiones” nos cuenta con pelos y señales su pecaminosa
juventud. Fue un jovenzuelo bastante juerguista y putero. Después se
arrepintió y se convirtió al cristianismo gracias a la
perseverancia de su madre, Santa Mónica. De éstas lujuriosas
vivencias le vino que despreciara después con ahínco todo lo
relacionado con el sexo. De hecho, la Iglesia amparó esta
animadversión a lo sensual y carnal por él y sus excesos juveniles.
El
otro libro todavía fue mas determinante en ambientes religiosos. Le
tituló “La ciudad de Dios” y aquí plagió un poco al filosofo
Platón. Éste había escrito su famosa obra “La República” en
la que describía su ciudad ideal y cómo tenia que organizarse para
que fuese perfecta. Pues San Agustín hizo lo mismo pero en versión
cristiana. También intentó que el cristianismo convergiera con la
filosofía de Platón al que admiraba, cosa que hizo bien, por
cierto.
La
idea principal de Platón en cuanto a la creación y organización
del mundo se debía a un ser supremo, una especie de ente poderoso
que unificaba y regía el universo. Para San Agustín ése
omnipresente ente era Dios. Por supuesto en aquella época aun tenia
mucha fuerza el paganismo y la filosofía, con lo que quiso
aprovechar el tirón y pasarlos todos a su bando.
Para
este Padre de la Iglesia el libre albedrío que Dios impuso a los
hombres es el responsable de todos los males del mundo, y la única
manera de librarse de él y alcanzar los cielos era, arrepentirse
de los pecados. Él lo hizo, después de haber llevado una
vida loca. O no tan loca…digamos, muy placentera...
Dicho
queda…
Joaquín
Yerga
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