El miedo es mi
compañero más fiel, jamás me ha engañado para irse con otro.
--W.Allen--
La historia que voy a
contar ocurrió hace muchos años. Jamás hablé con nadie de ella
pues lo que sucedió fue tan extraordinario que dudo nadie me
creyera. Es más, pienso que muchos se reirían de mí, o cuanto
menos me tildaría de fantasioso. Si lo cuento ahora es por los años
transcurridos desde entonces, y porque he llegado a una edad en la
que me importa más la sinceridad conmigo mismo que lo que otros
puedan pensar de mi.
Estos sucesos tan
increíbles a los que aludo (los que tengan la osadía de leerlos
compartirán conmigo su asombrosa inverosimilitud) ocurrieron en un
cine de una pequeña ciudad cercana a la capital.
Apenas recuerdo el
argumento de la película que fui a ver esa noche. En ésa ya lejana
época me desplazaba a Madrid a divertirme los fines de semana. Y
precisamente los domingos, por ser vísperas de día laboral, todo el
mundo volvía pronto a sus casas. Yo no iba a ser menos, y tal
vez por esto cuando terminaba el baile si consideraba que era
demasiado pronto de volver a la mía entraba en un cine cercano a ver
alguna peli de estreno.
Era invierno. Estoy
seguro de esto porque, aún recuerdo la agradable sensación de
calor al entrar en el local. A esa sesión, la última que daban,
solían acudir parejas buscando la intimidad que no encontraban en
las discotecas, o noctámbulos de toda ralea y condición. En
aquellos tiempos (finales de los setenta) daban ya los últimos
coletazos los pocos cines de barrio que aún quedaban.
Nada más llegar y
acomodarme, ya fuera por la intrascendencia de la película o por el
cansancio acumulado de toda la semana, fui entrando en un pesado
sopor que, poco a poco se me hizo tan irresistible que me
quedé profundamente dormido. Como iba solo y había escogido una
butaca alejada de la entrada (en filas ya cercanas a la pantalla)
nadie se fijó en mi, y mucho menos en el estado que me encontraba de
extrema somnolencia. Creo ahora, pasado el tiempo, que el hecho de
estar la sala semivacía contribuyó, sin duda, a la confabulación
de los acontecimientos que ocurrieron después. He de decirles
que tan solo varias parejas y algún que otro "lobo solitario"
compartían conmigo aquel despoblado auditorio.
La peli debió
terminar y el escaso público desalojó el cine. Plácidamente
dormido debí escurrirme tanto hacia el fondo de la butaca que pasé
desapercibido para todo el mundo, incluido el acomodador. Cuando la
pantalla quedó a oscuras, las tenues luces auxiliares se apagaron y
el escaso personal de mantenimiento terminó su faena, nadie quedó
en el cine, solo yo, y los personajes de mis sueños...
En medio de la noche,
y quizás empujado por la incomodidad de la postura me desperté
bruscamente. Angustiado por la situación reorganicé mis
pensamientos y poco a poco pero con creciente inquietud me fui dando
cuenta de la delicada realidad en la que me
encontraba. A punto estuve de pellizcarme para no creer que era un
sueño lo que me estaba pasando --¡Me había quedado dormido en
mitad de la película!-- --¡Dios mío, estaba solo en el cine y
totalmente a oscuras!!...
Recuerdo vagamente
que miré el reloj de pulsera, pero no pude distinguir las
manecillas. Lamenté profundamente haber dejado de fumar
recientemente y por tanto no tener encendedor para iluminar la
estancia. Asustado y completamente a ciegas me incorporé de mi
asiento e intenté orientarme y ver hacia dónde ir; operación
imposible, comprobé enseguida, no se veía nada.
Después de un rato
pensando, y aun perplejo por la situación, me pareció ver un punto
de luz, brillante y parpadeante a lo lejos y un ruido perfectamente
perceptible y extraño que iba en aumento...
Haciendo verdaderos
esfuerzos mentales de relajación a pesar del miedo que me atenazaba
hice prevalecer mi aplomo y aguanté como pude, pero a medida que los
minutos pasaban y el ruido se acercaba mi nerviosismo
aumentaba de manera alarmante. Llegué a un punto tal de excitación
que incluso perdí el control de la situación y no pude contener un
grito de horror pues, de repente comprendí qué era lo que
producía aquel infernal ruido --¡Alguien, en la más absoluta
oscuridad y silencio de la noche arrastraba algún
objeto metálico!...
Totalmente
aterrorizado me dirigí palpando las butacas hacia el lugar de donde
provenía aquel punto de luz y el misterioso ruido. Y es que de
manera increíble pareciera que una enigmática y poderosa fuerza me
empujaba hacia ellos.
Avanzando lentamente
y a tientas llegué a lo que parecía ser el vestíbulo del cine, por
lo espacioso. Atravesé una puerta grande de madera que permanecía
entreabierta y unas grandes y espesas cortinas, movidas tal
vez por alguna extraña brisa, acariciaron mi rostro… entonces, al
apartarlas de mi cara y levantar la cabeza, la vi…
¡Allí mismo!
¡De pronto, a un sólo un paso de mí una silueta con
apariencia humana, increíblemente blanca, prístina,
irreal, rodeada de una espectacular aureola de luz del mismo
color se deslizaba a gran velocidad!... El gran resplandor que
exhalaba y el ruido dantesco que producía deslumbraron mis
ojos y taponaron mis oídos. Obnubilado, solo pude alargar el
brazo intentando tocar con la mano aquel infrahumano ser, pero era
incorpóreo; mis dedos atravesaron su figura sin acariciar siquiera
su piel... y desapareció dejando en su lugar el vacío y la
oscuridad más absoluta.
Instantes después ya
repuesto, pero aun tembloroso por la infernal visión, apareció ante
mis incrédulos ojos el pequeño punto luminoso que había
contemplado desde un principio y que me había servido de guía.
Era el la luz que horadaba el ojo de la cerradura de una puerta y que
parecía provenir del exterior. Conseguí dar unos pasos hacia él a
pesar de la pesadez de mis piernas, y accioné el picaporte con la
esperanza de que la puerta se abriera. Para mi sorpresa lo hizo. Esta
última puerta accedía directamente a la calle posterior del
edificio (después comprobé que era la salida de emergencia).
No supe calcular el
tiempo transcurrido de mi aventura, solo sé que
corrí despavorido como un loco atravesando las desiertas
calles del barrio. Llegué a mi casa (por suerte mi madre aún no se
había levantado) y temblando me metí en la cama.
Pocos días después
paseando por la zona me acerqué a aquel cine, sólo por
curiosidad, pues no pensaba volver a entrar jamás. Lo que vi me
sorprendió de manera inquietante: un gran cartel de… "Se
Vende"… colgaba sobre la puerta principal. A
pesar de haber transcurrido solo un par de semanas desde mi
infausta aventura, el aspecto de abandono y desolación que
ofrecía el cine era sobrecogedor.
Por cierto, ahora
recuerdo la película que echaban esa misteriosa noche, creo que se
llamaba "El fantasma de la Ópera", pero no creo que
tuviera nada que ver...
Joaquín