La paciencia es un árbol de
raíces amargas, pero de frutos muy dulces
--Proverbio persa--
Tropezó Dios un
día, por casualidad, con el Diablo; venía éste de
darse una vuelta por la tierra. Lo miró con desdén y, ufano, le
preguntó si estaba disgustado al no encontrar ningún pecador por allá abajo; incluso le puso de ejemplo a Job, un buen hombre
que daría todo por amor a él.
No conforme con ésa visión tan
buenista de la vida, el Diablo le contestó que, ¡se
apostaba lo que fuese a que él sería capaz de corromperlo!.
Seguro como estaba de la
fidelidad de Job, Dios aceptó el
desafío, pero le puso como condición que no tocara su integridad
física.
Job era un hombre
rico pero honesto y justo. Sus hijos, sin embargo, eran más
despendolados; buenas juergas se corrían con la pasta del padre,
aunque él siempre rezaba al Señor pidiéndole
perdón por las posibles tropelías cometidas por ellos. Ni se
imaginaba lo que Satán tramaba contra él.
Empezó, el Maligno,
con poca cosa; hizo que las ovejas y el resto del ganado de Job,
que era lo que le proporcionaba gran parte de su riqueza, se pusieran
enfermos y murieran todos. Pero él siguió siendo fiel a Dios.
El Diablo un
poco mosca se atrevió a más, hizo descargar un rayo terrible en su
casa que ardió por los cuatro costados. Murieron en el incendio
todos los que estaban dentro, incluidos sus siervos, y lo que era más
importante para él, todos sus hijos. Aun así Job se
mantuvo devoto a Dios a pesar de que incluso su
propia mujer le instigaba a que lo maldijera.
Volvió, Dios a
encontrarse con el Diablo, y le sentenció: ¿Te
habrás convencido, pues, de que Job es mi siervo más
leal, no?..
Pero no, el Diablo, en
vez de ratificarle y darle la razón siguió en sus trece y le pidió
un último esfuerzo más, le dijo que le dejara tocar su piel y
entonces, ¡Uy, entonces!, le vería doblegarse y venirse abajo. Dios,
confiado de su poder, le permitió hacer esa última jugarreta.
Y una mañana,
a Job, ya sin sirvientes ni criados, ni casa donde
cobijarse, ni amigos con los que conversar ni hijos a los que querer
y heredar, se le declaró la enfermedad maldita, la lepra. Y
unas terribles llagas le salieron por todo el cuerpo, desde los pies
a la cabeza. El Diablo esperaba que con
esto Job no pudiera más y maldijera a su Dios con
todas sus fuerzas, pero erró una vez más, porque:
A pesar de los agotadores
esfuerzos de Lucifer por pervertirlo jamás lo
consiguió. Job, nunca dejó de creer en Dios..
Y Dios ganó la
apuesta. En compensación le dio una fortuna mayor que la que perdió
y más hijos. Por cierto, el personaje, Job, es el de
la paciencia, ¿Os suena? ¿Qué cantidad de temple y resignación
derrocharía este hombre, que quedó para la posteridad como sinónimo
de esa virtud?. mucha, desde luego.
En fin, esto nos lo cuenta la
Biblia.
Joaquín