Un sorprendente y real miembro
Es
más fácil engañar a la gente que convencerlos de que han sido
engañados.
M.
Twain
El
lector o lectora que ose terminar este articulo se dará cuenta
inmediatamente del porqué del titulo del mismo y su doble lectura.
Cada cual es libre de escoger la interpretación que más le guste.
Empezaré
diciendo que la cosa no va de política, tan solo un poco de historia
seria y un mucho de morbosas intimidades componen el grueso. De esto
último me recreo especialmente la descomunal verga del memo
del principal personaje del escrito.
Muchos
entendidos han sentenciado infinidad de veces que de todos los
gobernantes que hemos padecido en nuestra larga y prolífica historia
como nación, Fernando VII ha sido, de largo, el más nefasto
de todos ellos, y mira que los ha habido malos.
Precisamente
a este pájaro de Fernando VII le llamaron los españolitos de la
época, “El
Deseado”
pero
a
decir
verdad el pueblo o la plebe que lo vitoreaba estaba
suficientemente alentado y engañado por curas trabucaires que
no querían perder los privilegios del antiguo régimen. Estas
cosas pasan cuando el pueblo es analfabeto.
A
Fernando lo tuvo preso Napoleón un tiempo, allá en
Francia, (de ahí lo de deseado) lo que desconocía las buenas
gentes era que este “pavo”estaba haciéndole la pelota al futuro
emperador francés, y para que éste lo liberara vendió de
mala manera a sus padres y de camino deshonró también al pueblo
español que tanto le quería.
Cuando
llegó a España y
al principio de su reinado aceptó de mala gana la constitución de
1812 que habían
redactado los nuevos diputados, pero en cuanto pudo la derogó y
volvió a los peores años del absolutismo, incluida la
inquisición.... El caso es que “el tío” aguantó en el trono
hasta su muerte ocurrida en 1833 a los 49 años y con la salud
totalmente quebrantada por los excesos de todo tipo que se embuchó
“el menda”.
Se
casó cuatro veces y, cuentan las crónicas que era un putero
redomado.
Salía
por las noches de incógnito
en busca de carnaza fresca por los garitos más infectos de
Madrid.
Ahora que nadie nos escucha y apenas me lee algún
despistado puedo contarlo, creo que tenía un miembro viril
gigantesco,
de tal forma que para consumar el acto tenía que usar una
especie de almohadilla y así evitar que la afortunada pareja no
sufriera un posible desgarro vaginal.
Circuló una
vez por los mentideros cutres de la ciencia un aserto que
decía, “A
nariz grande pene soberbio” con este cafre acertó de
lleno el estudio, cualquiera que vea algún retrato suyo
puede comprobar su enorme apéndice facial. Contaba el compositor
francés, autor de la ópera “Carmen”,
Próspero Merimée, que el miembro de Fernando era fino en
la base como una barra de lacre y gordo como un puño en la punta,
con esto está todo dicho… ¡Pobre María
Cristina, tan jovencita, y última de sus mujeres!!
Precisamente
M. Cristina fue
la madre de sus dos hijas, Isabel, la mayor, reinó como
Isabel II, y quizás por tradición o de motu propio pero,
fue la más despendolada de nuestras reinas, incluyendo las
consortes.
Existía
en España en
aquella época una
ley llamada “Sálica” que impedía reinar a las
mujeres, pero como este memo no tuvo hijos pues a última
hora y a toda pastilla, (estaba ya en las últimas) cambió la
ley para que pudiera reinar su primogénita. Con este gesto tan
poco amistoso dieron comienzo las llamadas guerras
carlistas, llamadas así porque su hermano pequeño Carlos,
mucho más joven y entero que él, se negó a aceptar el cambio de
esa ley pues con ella en vigor le tocaba a él ser, rey de España.
Se enfadó éste con su hermano Fernando, después con su viuda y
también con la sobrina, y con ayuda de parte de la población (los
más fervientes católicos) se sublevó, y la lio parda durante
las décadas que duró la guerra.
M.
Cristina, la joven viuda de Fernando VII, después de morir este se
enamoró de un guardia de su escolta y tuvo con él una prole
(desmesurada) de ocho hijos. Nada se cuenta del órgano viril
del tal Muñoz,
que fue su segundo esposo, quizás se debiera a su ternura para con
ella y no al ímpetu sexual de su primer marido.
Durante
la minoría de edad de su hija Isabel, M. Cristina ejerció
de reina regente hasta 1840 en que dejó ese puesto al
general Espartero que lo hizo hasta la mayoría de
edad de Isabel II, en 1844, después M. Cristina nos salió
rana e intrigó todo lo que pudo para seguir manejando a su
hija a su antojo.También se cuenta de ella y de su marido (el tal
Muñoz) los mangazos (ahora llamados pelotazos monetarios) que
pegaban aprovechándose del cargo, al más rancio estilo Urdangarin.
Como podemos comprobar, nada nuevo bajo el sol.
El
nuevo regente, Espartero, fue
después llamado Príncipe de Vergara (sí, esa calle tan
bonita de Madrid), por su contribución al fin de la última
guerra carlista. Su estatua ecuestre señorea en la calle
Alcalá, esquina O´Donnell, con los
famosos atributos sexuales equinos (tan solo un poco más grande
que los de Fernando VII) al viento.
Por
cierto, el pueblo llano (igual que ahora) se indignó con M.
Cristina y sus retoños por los pelotazos que se embolsaron y la
obligaron a exiliarse. No volvió viva más a España. Está
enterrada en el monasterio de El
Escorial
por ser madre de reina.
De
su hija, la reina Isabel II, regordeta y con sus ojos tan azules, se
cuenta y no se para sobre su extenso reinado. Lo hizo durante treinta
y cinco años, hasta su expulsión a Francia y posterior
proclamación en España de la Primera República en 1868,
llamada “La
Gloriosa”.
Las andanzas amatorias de esta ardiente mujer merecen
capítulo aparte pues
se acostó con todo el que pasaba por palacio, y llevara pantalones ¡claro!
Joaquín
Yerga
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