miércoles, 20 de julio de 2016

Un sorprendente y real miembro







Es más fácil engañar a la gente que convencerlos de que han sido engañados.
M. Twain


El lector o lectora que ose terminar este articulo se dará cuenta inmediatamente del porqué del titulo del mismo y su doble lectura. Cada cual es libre de escoger la interpretación que más le guste.
Empezaré diciendo que la cosa no va de política, tan solo un poco de historia seria y un mucho de morbosas intimidades componen el grueso. De esto último me recreo especialmente la descomunal verga del memo del principal personaje del escrito.
Muchos entendidos han sentenciado infinidad de veces que de todos los gobernantes que hemos padecido en nuestra larga y prolífica historia como nación, Fernando VII ha sido, de largo, el más nefasto de todos ellos, y mira que los ha habido malos.
Precisamente a este pájaro de Fernando VII le llamaron los españolitos de la época, “El Deseado” pero a decir verdad el pueblo o la plebe que lo vitoreaba estaba suficientemente alentado y engañado por curas trabucaires que no querían perder los privilegios del antiguo régimen. Estas cosas pasan cuando el pueblo es analfabeto.
A Fernando lo tuvo preso Napoleón un tiempo, allá en Francia, (de ahí lo de deseado) lo que desconocía las buenas gentes era que este “pavo”estaba haciéndole la pelota al futuro emperador francés, y para que éste lo liberara vendió de mala manera a sus padres y de camino deshonró también al pueblo español que tanto le quería.
Cuando llegó a España y al principio de su reinado aceptó de mala gana la constitución de 1812 que habían redactado los nuevos diputados, pero en cuanto pudo la derogó y volvió a los peores años del absolutismo, incluida la inquisición.... El caso es que “el tío” aguantó en el trono hasta su muerte ocurrida en 1833 a los 49 años y con la salud totalmente quebrantada por los excesos de todo tipo que se embuchó “el menda”.
Se casó cuatro veces y, cuentan las crónicas que era un putero redomado. Salía por las noches de incógnito en busca de carnaza fresca por los garitos más infectos de Madrid. Ahora que nadie nos escucha y apenas me lee algún despistado puedo contarlo, creo que tenía un miembro viril gigantesco, de tal forma que para consumar el acto tenía que usar una especie de almohadilla y así evitar que la afortunada pareja no sufriera un posible desgarro vaginal.
Circuló una vez por los mentideros cutres de la ciencia un aserto que decía, “A nariz grande pene soberbio” con este cafre acertó de lleno el estudio, cualquiera que vea algún retrato suyo puede comprobar su enorme apéndice facial. Contaba el compositor francés, autor de la ópera “Carmen”, Próspero Merimée, que el miembro de Fernando era fino en la base como una barra de lacre y gordo como un puño en la punta, con esto está todo dicho… ¡Pobre María Cristina, tan jovencita, y última de sus mujeres!!
Precisamente M. Cristina fue la madre de sus dos hijas, Isabel, la mayor, reinó como Isabel II, y quizás por tradición o de motu propio pero, fue la más despendolada de nuestras reinas, incluyendo las consortes.
Existía en España en aquella época una ley llamada “Sálica” que impedía reinar a las mujeres, pero como este memo no tuvo hijos pues a última hora y a toda pastilla, (estaba ya en las últimas)  cambió la ley para que pudiera reinar su primogénita. Con este gesto tan poco amistoso dieron comienzo las llamadas guerras carlistas, llamadas así porque su hermano pequeño Carlos, mucho más joven y entero que él, se negó a aceptar el cambio de esa ley pues con ella en vigor le tocaba a él ser, rey de España. Se enfadó éste con su hermano Fernando, después con su viuda y también con la sobrina, y con ayuda de parte de la población (los más fervientes católicos) se sublevó, y la lio parda durante las décadas que duró la guerra.
M. Cristina, la joven viuda de Fernando VII, después de morir este se enamoró de un guardia de su escolta y tuvo con él una prole (desmesurada) de ocho hijos. Nada se cuenta del órgano viril del tal Muñoz, que fue su segundo esposo, quizás se debiera a su ternura para con ella y no al ímpetu sexual de su primer marido.
Durante la minoría de edad de su hija Isabel,  M. Cristina  ejerció de reina regente hasta 1840 en que dejó ese puesto al general Espartero que lo hizo hasta la mayoría de edad de Isabel II, en 1844, después M. Cristina nos salió rana e intrigó todo lo que pudo para seguir  manejando a su hija a su antojo.También se cuenta de ella y de su marido (el tal Muñoz) los mangazos (ahora llamados pelotazos monetarios) que pegaban aprovechándose del cargo, al más rancio estilo Urdangarin. Como podemos comprobar, nada nuevo bajo el sol.
El nuevo regente, Espartero, fue después llamado Príncipe de Vergara (sí,  esa  calle tan bonita de Madrid), por su contribución al fin de la última guerra carlista. Su estatua ecuestre señorea en la calle Alcalá, esquina O´Donnell, con los famosos atributos sexuales equinos (tan solo un poco más grande que los de Fernando VII) al viento.
Por cierto, el pueblo llano (igual que ahora) se indignó con M. Cristina y sus retoños por los pelotazos que se embolsaron y la obligaron a exiliarse. No volvió viva más a España. Está enterrada en el monasterio de El Escorial por ser madre de reina.
De su hija, la reina Isabel II, regordeta y con sus ojos tan azules, se cuenta y no se para sobre su extenso reinado. Lo hizo durante treinta y cinco años, hasta su expulsión a Francia  y  posterior  proclamación en España de la Primera República en 1868, llamada “La Gloriosa”. Las andanzas amatorias de esta ardiente mujer merecen capítulo aparte pues se acostó con todo el que pasaba por palacio, y llevara pantalones ¡claro!
                                            Joaquín Yerga


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