lunes, 25 de julio de 2016

Tal como somos





Cuando la hipocresía empieza a ser de muy baja calidad, es hora de comenzar a decir la verdad.
(B. Brecht)


No acostumbro a trasnochar de lunes a viernes pero hace unos días hice una excepción. Y es que, escuché en un programa de radio matutino el anuncio de una interesante tertulia que, aunque a horas inoportunas, no quise perdérmela. Iba la cosa de la complicada manera de ser de los humanos y me interesó hasta el punto de que ésa noche accedí a perder un par de horas de sueño y empaparme de ella.
Debatían, ya de madrugada, sobre nuestras complejidades. Y se me ocurre a mí ahora, una vez oído el debate, divagar sobre lo enrevesados que somos las personas y cuán difícil resulta a veces escudriñar el alma humana. Y aunque es verdad que cada uno de nosotros es un mundo aparte y no hay dos iguales, en general nos regimos por unos dudosos pero idénticos patrones de comportamiento.
Por ejemplo la hipocresía es una digamos, imperfección innata en nosotros, pero muy útil para la buena marcha de las relaciones sociales. Creo que ninguno somos tal cual queremos aparentar ante los demás. ¡Cuántas sorpresas nos llevaríamos si pudiésemos contemplar en la intimidad más absoluta a nuestra gente más querida!... Imaginemos que se pudiese instalar un microchips en nuestro cerebro para grabar nuestras ideas y pensamientos. Y que luego, al final de nuestra vida, la pudieran visualizar nuestros familiares y amigos. ¡Qué pasada!, ¿no?
Hay una antigua cita que nos sugiere la existencia de tres personas en cada uno de nosotros... La primera es cómo nos vemos nosotros mismos, la segunda cómo nos ven los demás y la última y más auténtica cómo somos realmente. Esto nos da una vaga idea de lo complicado de nuestra psicología, y lo interesante, por otra parte, de nuestra diversidad como seres singulares.
Y es que personas de nuestro entorno sobre las que tenemos una imagen predeterminada en nuestro ambiente cotidiano y habitual, cuán diferente serán en otro distinto, en su intimidad más absoluta sin ir más lejos. ¡Con qué pasmo o estupor contemplaríamos sus acciones! Seguro que las más de las veces inimaginables. Puestos a aventurarse, los pensamientos o ideas que maquinan en lo más recóndito de su alma nuestros amigos o cónyuges y su opinión real de nosotros. ¡Qué impresión tan grosera posiblemente nos llevaríamos!
¿Y nosotros mismos y nuestros más inconfesables secretos? Porque que ya se sabe, nadie es perfecto! Apuesto cien a una a que nos puede la doblez y el fingimiento. Todos tenemos secretillos íntimos de diferente índole que no nos atrevemos a declarar a nadie, ni siquiera a nuestra pareja. Si algunos de esos secretos, de obra o pensamiento salieran a la luz y cayesen en manos de parientes o pareja, tal vez cambiara gravemente nuestro estatus social o sentimental respecto a ellos.
Al hilo de esto último, soy de los que piensan que la hipocresía jugaría un importante papel en esta historia y, conste que estoy a favor de ella en ciertas circunstancias. Creo que la hipocresía es un signo de progreso de los pueblos, a más civilización mayor grado de esta. En las sociedades más primitivas, en donde para el discurrir de la vida solo es necesario lo básico, no es imprescindible hacer uso de la diplomacia y el disimulo, que eso es la hipocresía. Sin embargo, en ambientes sofisticados es estrictamente indispensable ante un tipo de relaciones humanas más ilustrado.
Afortunadamente lo del microchips aun es ciencia-ficción, espero que nunca lleguemos a ese grado de desarrollo por el bien de la raza humana. No conviene alterar nuestra estructura mental básica, lo contrario es jugar a ser Dios, y no tenemos facultad para eso... En estos importantes asuntos pienso como Bécquer, al incluir en unas de sus rimas… Mientras la ciencia a descubrir no alcance la fuente de la vida, habrá poesía.
Avisados quedan...


                                            Joaquín Yerga

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