lunes, 18 de julio de 2016

La edad de la inocencia.






Educad bien a los niños y no será preciso castigar a los hombres.
(Pitágoras de Samos)


Mil días, esenciales eso sí; ése es el número que da un meticuloso estudio realizado a niños de diferentes edades para comprobar lo que influye en nuestro carácter los primeros años de nuestra vida.
Esos primeros tres años, dicen, son vitales para configurar nuestro Yo de cada uno. Dependiendo de cómo los vivamos, nuestro futuro, es decir. el resto de nuestra vida será de una forma  o de otra en cuanto a personalidad, temperamento o carácter.
Un ejemplo definitorio ilustraba el estudio... Un hijo de padres con estudios universitarios recibe de éstos aproximadamente dos mil cien palabras diferentes en esa etapa... Si los padres no llegan a ese nivel de estudios el número de palabras se puede reducir a apenas seiscientas. Indiscutiblemente a mayor variedad en el lenguaje mayores estímulos para él y más despabilado crecerá. Aquel niño de padres instruidos disfrutará de más inteligencia y estará más predispuesto (si el medio ambiente no lo condiciona negativamente) a triunfar en la vida. Y no solo en lo material, también en lo social y emotivo.
Tenemos que constatar, no obstante,  lo mucho que ha cambiado el cuento en unas cuantas décadas. Para comparar los cambios producidos desde entonces, invito al personal a hacer un pequeño esfuerzo memoristico y recuerden algunos de los sabios consejos que nos daban hace treinta años a los bisoños padres que éramos entonces...
Uno de los más conocidos; hace tres décadas nos decía que para los hijos había que ser más que padres, amigos. Evidentemente ahora sabemos que esa sugerencia, como tantas otras, no eran acertadas. También nosotros por nuestra cuenta y riesgo e influidos, más o menos, por difíciles o complejas vivencias personales aplicábamos esas enseñanzas según nuestro criterio, por ejemplo los mimábamos en exceso, los superprotegíamos o éramos con ellos demasiado condescendientes al no aplicarles la severidad adecuada. Éstas conductas equivocadas que les inculcamos han parido, demasiadas veces,  jóvenes egoístas e insatisfechos, rebeldes sin causas, o como poco eternos adolescentes de hasta treinta y cinco años.
A nosotros, los padres de ahora, que fuimos hijos del boom natalicio de los sesenta, creo, nos ha tocado bailar con la más fea en cuanto a trabajo y responsabilidad familiar. Hemos tenido que apechugar con tres generaciones completitas de parentelas. Por una parte con nuestros padres, que al rondar los ochenta o noventa necesitan ya de nosotros. Luego ilusionados creamos una nueva generación, la de nuestros hijos, que después de vaciarnos con ellos ofreciéndoles todo y más, aun los padecemos (treintañeros ellos) a la sopa boba del todo hecho y además gratis. Y la tercera, los nietos. Muchos de nuestros afortunados hijos una vez emancipados y con la mitad de su hipoteca a escote con nosotros todavía se permiten el lujazo de alumbrar nietos para sus abuelos y así mantenerlos bien ocupados.
Obviamente nuestros hijos supieron aprovechar bien las torpes e ingenuas recomendaciones que nos dieron esos psicólogos de pacotilla y que nosotros ingenuamente seguimos a pies juntillas hace ahora tres décadas.
Los de mi generación comenzamos a desvincularnos del sustento de nuestros padres entre finales de los setenta  y principios de los ochenta. La mayoría tuvimos una infancia, no digo que dura porque mentiría, pero si con evidentes carencias de medios que no afectiva. Imagino que a consecuencia de esto quisimos ofrecer de buena fe a nuestros retoños todo lo que no pudimos tener y nos hubiese gustado. Por otra parte, coincidió esta generosidad con el acelerón económico que se dio en el país a principios de los noventa (entramos en el selecto club de los países desarrollados) y así pudimos permitirnos excesos con ellos que nunca habíamos soñado.
Ahora descubrimos que estábamos equivocados en la forma de interactuar con ellos cuando ya no hay remedio, al menos en lo tocante a la educación. Por fortuna, y como ocurre en otros órdenes de la vida, estamos llegando a tal grado de sapiencia en estos menesteres que a los padres de hoy en día se lo están poniendo mucho más fácil que a nosotros. Llegará el día (está al caer) que en las maternidades, junto con la canastilla y el neonato, al salir nos den también un manual exhaustivo de cómo proceder con él durante los primeros mil días, nos jugamos su futuro.
¡Cuántos disgustos con nuestros suertudos hijos nos hubiésemos ahorrado de haberlo sabido antes! Algunos serán ahora tímidos y apocados (conozco algunos) Otros extrovertidos y dados a la diversión (sé de muchos)) Incluso en asuntos profesionales algún eminente abogado, o concejal corrupto de urbanismo, todo esto lo hubiésemos evitado, o alentado de haber sabido cómo comportarnos con ellos durante su primer trienio de vida.
De todas maneras, creo, y estarán de acuerdo conmigo, que todo tiende a más conocimiento y control y menos a las circunstancias o al azar, como ha sido hasta ahora. Y tengo dudas si eso es bueno.

                                                                         Joaquín Yerga

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