Dios hizo el campo, y el hombre la ciudad.
( W.Cowper)
Hace poco más de un par de semanas que regresé
a Madrid, terminaron, sin indulgencia, las habituales vacaciones estivales en el
pueblo, mi pueblo. Allí nací y allí
vuelvo todos los años aunque he decir que no tanto como antaño y no porque ya
me guste menos o me aburra mas sino por
otras razones; quizás un poco por pereza y otro, aprovechando el tiempo libre, visitar
también otras ciudades, sin olvidar claro está, unos días de playa.
En otros tiempos, recién llegado a la
capital visitaba mi lugar de nacimiento con frecuencia, varias veces a lo largo
del año, la familia, los amigos y también los recuerdos me empujaban
irresistiblemente al punto de partida, hoy treinta y cuatro años después se me
ha moderado ese impulso.
De la familia, con la desaparición de mis
padres se rompió el lazo más fuerte de unión entre nosotros, el imán que atraía
y agrupaba al resto, por suerte aun tengo la presencia y el cariño de mis
hermanas. De los amigos, cada vez son más escasos y con estos, el inevitable
paso del tiempo y la distancia enfriaron nuestros vínculos. Me queda por tanto eso
tan subjetivo y etéreo que llamamos recuerdos, las fotografías en blanco y
negro de mis vivencias juveniles
almacenadas en ese pendrive neuronal tan
sofisticado que llamamos cerebro, esos
recuerdos por fortuna siguen perennes aunque algunos ya desdibujados.
Vivir en el pueblo tiene
su encanto, la tranquilidad quizás sea lo más preciado. Allí la vida transcurre
mucho más despacio que en la gran ciudad, se anda más y los medios de
locomoción no son imprescindibles para el quehacer diario. Otra excelencia: se
vive de manera horizontal, cosa no menor y que se agradece después de sufrir diariamente en la ciudad la servidumbre de patear
escaleras o el claustrofóbico ascensor
el resto del año.
Una de las situaciones
que siempre odié de joven y que ayudó a incrementar el deseo que siempre tuve
por residir en una gran ciudad era la
inevitabilidad de ser reconocido por todos. Buscaba a menudo el anonimato, nada
se podía hacer sin que los vecinos lo supieran, llegar muy tarde casa, la forma
de vestir, (reconozco extravagante pero
propia de la época y de la edad) o dejarse el pelo largo se convertía en la
comidilla del vecindario; ahora, tres
décadas y media después, no solo lo soporto sino que me apetece.
Después de tantos años ausente empapándome de esa manera de vivir que he mencionado, como es por ejemplo pasar desapercibido entre la gran multitud de la urbe, (curioso cambio de parecer), agradezco hoy en día reconocer a la gente por la calle. Ver que convecinos que compartieron conmigo escuela, fiestas o juegos infantiles y que aun me saludan en la calle y recuerdan mi nombre, me emociona…..cosas de los años, reconozco que en esto de la sociabilidad he cambiado bastante, afortunadamente, creo.
Después de tantos años ausente empapándome de esa manera de vivir que he mencionado, como es por ejemplo pasar desapercibido entre la gran multitud de la urbe, (curioso cambio de parecer), agradezco hoy en día reconocer a la gente por la calle. Ver que convecinos que compartieron conmigo escuela, fiestas o juegos infantiles y que aun me saludan en la calle y recuerdan mi nombre, me emociona…..cosas de los años, reconozco que en esto de la sociabilidad he cambiado bastante, afortunadamente, creo.
A pesar de mi genuina
disposición para la vida en la ciudad aprecio los muchos parabienes que nos
brindan las poblaciones no tan grandes al menos durante un par de meses al año.
Alterar los hábitos diarios tras once meses de rutina es muy saludable; mis
gustos y esperanzas las tengo puestas en que en un futuro no muy lejano poder
alternar meses en Madrid y en el pueblo. Los meses cálidos, por lo ya comentado
y por otras muchas razones me apetece
vivir en el pueblo, las calles accesibles y serenas, el ambiente nocturno
fresco y distendido, el cielo estrellado
y una residencia espaciosa, idónea para practicar con tiempo ilimitado y
espíritu relajado cualquier sacrificio
que uno se proponga con el bricolaje, son propicios para ello.
Sin embargo también he de indicar que durante
los largos y desapacibles inviernos el pueblo se torna duro y áspero, lo que en
el estío me parece acogedor y placentero, en invierno, tedioso y aburrido. Por
esto y reconociendo aunque un poco tarde las bondades que nos ofrecen los
pueblos en ciertas temporadas, soy más urbanita que otra cosa, la ciudad , sobre
todo si esta es muy grande me ofrece muchas más oportunidades de ocio y
diversión, y para mí, a mis años y en mi
situación, es tema capital. Cuando uno ha rebasado ya cierta edad, con los hijos
emancipados y con mucho tiempo libre busca algo más que, impertérrito,
contemplar el transcurrir del tiempo. La
ciudad nos pone a su alcance multitud de tentaciones de toda índole, teatros,
cines, museos y múltiples acontecimientos. Ejemplos pongo:
A veces, pasar una tarde
de sábado extasiándose con una buena comedia en cualquiera de las más de
veinticinco salas de teatros de Madrid, otras pasear contemplando los
incalculables y soberbios edificios o palacios que jalonan las históricas
calles del centro, también aprovechar el privilegio de mirar piezas únicas en
alguno de los muchos museos nacionales como La
Dama de Elche en el Arqueológico, Las
Meninas en el Prado o cualquiera de los cuadros del Thyssen, o porqué no,
darse el gustazo de presenciar en directo alguno de los…. “muchos partidos del siglo” que se juegan cada año, en
cualquiera de los dos campos de futbol más históricos e importantes del país,
todo esto está al alcance de los que tenemos la suerte de vivir dentro de una
gran zona metropolitana como es Madrid.
Por estos… amenos argumentos los que
tenemos la suerte de vivir en Madrid pero a la vez el privilegio de haber nacido en un pueblo
tenemos doble motivo para estar de
suerte. Antes, hace años proceder de una zona rural y venir a trabajar a la
ciudad era razón para la mofa o el
menosprecio por parte de los nativos de la capital (aunque estos eran pocos) por asuntos que todos conocemos, hoy en día
cualquier zona del país esta tan avanzada o atrasada como las ciudades, apenas
hay cambios perceptibles entre ambas bien sea en las vanguardias de las modas, en
las tecnologías de la comunicación o en las costumbres, hasta en el uso del
lenguaje apenas hay diferencias.
Una de las consecuencias de la globalización a nivel nacional es la
uniformidad en todos los aspectos en la vida de todos los españoles. Vayamos a
Olot (Gerona), el Ejido (Almería) Zafra (Badajoz) Zamora, Madrid o Sevilla en todas ellas encontramos la misma disposición
de todo lo básico, me explico, todas tienen un pequeño o grande casco históric
con sus bares y tabernas y una calle principal peatonal con las consabidas
tiendas de Zara , Blanco,H&M y Mango.,
en las afueras un centro comercial con sus minicines y su zona de restauración
en donde podemos comer una hamburguesa de McDonald’s o un par de diminutos
bocadillos en los “100 Montaditos”, y
lo que es espectacular para la vertebración del país cualquier pueblo de España
por pequeño que sea , salvo raras excepciones, tienen a poco más de veinte
minutos todas estas…excelencias. Y no quiero pasar por alto los efectos de las
nuevas tecnologías en la homogeneidad de toda la población como son las televisiones interactivas, internet, teléfonos
móviles etc. que nos iguala a todos en oportunidades y también, por qué no, nos
crean nuevas servidumbres.
Joaquín Yerga
17/09/2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario