miércoles, 15 de mayo de 2024

Mi vecina indiscreta

                                                                                  



Yo no tengo otro oficio
después del callado de amarte,
que este oficio de lágrimas, duro,
que tú me dejaste.

¡Tengo una vergüenza
de vivir de este modo cobarde!
¡Ni voy en tu busca
ni consigo olvidarte!

--Gabriela Mistral--



La veía mirarse al espejo a través de mi ventana. Su silueta, difusa por el tenue filtro de los visillos, se me antojaba maravillosa. Vivía justo enfrente de mi casa. De hecho, su ventana casi la tocaba con mis dedos si alargara el brazo. Y así cada día.

Sobre las siete de la mañana se levantaba y aún soñolienta se ponía frente al espejo y se contemplaba desnuda durante minutos interminables. 

Plantado bajo el alfeizar de mi ventana y con la nariz pegada al cristal, yo la veía ajustarse la ropa interior. Lo hacía despacio, con deleite. 

Con la misma parsimonia se cubría después el cuerpo con algún vestido de color variado. Luego, sin dejar de mirarse al espejo, se perfilaba los ojos con esmero y peinaba sus largos y sedosos cabellos; apagaba la luz y desaparecía, y así cada día.

Aquella morbosa visión se había convertido en el leitmotiv de mi existencia. Tanto es así que llegué a obsesionarme con ella. Una hora antes ya la esperaba expectante tras los cristales. Temía que madrugara o cambiara de hábitos y no pudiera verla.

Una mañana me armé de valor y me propuse conocerla. Bajé a la calle cuando salía de su portal y me hice el encontradizo con ella. Le hablé de casualidades y coincidencias, incluso señalándole mi balcón le dije que vivía justo enfrente de ella, ¡Qué iluso, ella ya sabía de mi existencia! Percibía mi sombra voyerista tras las cortinas. Pero eso lo supe más tarde.

Me dijo que estaba separada, que llevaba poco tiempo en Fuente de Cantos y que trabajaba en Zafra. Cogía el LEDA cada mañana en la estación; cosa que me vino que ni de perlas para acompañarla. Acabamos intimando. 

Poco a poco me fui entusiasmando con ella, y hasta dejé de mirar por la ventana con ojos obscenos. Un tarde me invitó a subir a su casa; yo babeaba de placer, ¡Oh!, entrar en aquella habitación; la habitación de mis obsesiones!.. Nos desnudamos rápido e hicimos el amor.

Terminamos exhaustos. La escena llegó a repetirse casi a diario. Con el tiempo nos hicimos amantes. Hoy es mi mujer.

Eso sí, ya me encargo yo de cerrar bien la ventana cuando la veo desnudarse o vestirse por las mañanas. 😏😏😏

Joaquín




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