viernes, 5 de febrero de 2016

Me la encontré en la calle y rota de dolor me contó lo de su padre

                                                                                   

   


Ella no fue, entre todas, la más bella

pero me dio el amor más hondo y largo.

Otras me amaron más; y, sin embargo,

a ninguna la quise como a ella.

--José Á. Buesa--


Una tarde me encontré con ella, y hablamos. Aún estaba dolida por su actitud con su padre. No sé, noté que los remordimientos le comían. No hizo falta tirarle de la lengua, deseaba desahogarse con alguien. Su padre, amigo mío por cierto, había fallecido de un infarto unos meses atrás, y eso tuvo especial significación entre los que lo conocimos, por las circunstancias familiares que tal vez le indujeron a ella.

---Ahora comprendo mejor a mi padre, Joaquín. Qué ingrata he sido con él---me soltó en cuanto nos saludamos. 

La vi muy afectada, y comprendí su amargura:

---No te preocupes por eso, amiga---le dije---tú no sabías nada de lo que pasaba; no tenías por qué saber..

---Lo sabía a medias---replicó desolada---le eché la culpa a él de la separación de mi madre y le hice la vida imposible. Además, no le dejé ni ver a mi hija éste último año, y eso no me lo perdonaré nunca

Al decirme lo de la niña, vi el cielo abierto para contarle cosas que yo sabía que ella desconocía y que yo estaba loco por contarle: 

---Si es por eso no te mortifiques. Yo sé que él veía a la niña a escondidas. En las horas de recreo, tras la verja, la miraba a lo lejos.

Noté su impresión al enterarse. Suspiró aliviada:

---Gracias, Joaquín, no sabes cuánto me alegra que me digas eso, no lo sabía. Eso era lo que peor llevaba.

Pasaba poca gente por la calle y hacía fresco. Conversábamos a la sombra de la fachada de su casa. Tras de un buen rato de charla, antes de despedirnos me confesó más tranquila:

---He tardado mucho tiempo en comprender que el tiempo que viví sin el cariño de mi padre fue un tremendo error del que nunca me arrepentiré lo suficiente.

Asentí con la cabeza, pero le hice un gesto con las manos con la intención de quitarle hierro al asunto y no sufriera. Ella quiso saber algo más de su padre y yo le conté. Hablamos un rato más. Luego nos dimos un beso y nos dijimos adiós. Me fui satisfecho por haberla consolado, al menos un poquillo. 

Es hija única. Sus padres se habían separado de mutuo acuerdo tiempo atrás. Él anduvo con una viuda unos meses después. Un día me contó que lo hacía porque se moría de soledad, pero no tardaron en romper. Sufrió mucho por el injusto castigo que le impuso su hija..  Me consta que ahora se esfuerza ahora en explicarle a la chiquilla el amor desinteresado de su abuelo. Y sé también que trata por todos los medios de superar el vacío, los remordimientos y la melancolía que le dejó su muerte. 

Antes de despedirse me quedó dicho que no le quedan ya lágrimas que derramar por su padre muerto, tal es su pena.

Joaquín




        




     

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