Cerró los ojos, de mirar cansados,
la sombra de la muerte por su alcoba,
espiaba. Quiso bajar hasta el jardín.
Decía cosas tan vagas, que ya nadie sabe
si en su palabra sin matiz había
algo que fuera humano.
--Agustín Acosta--
Maxi era un encanto de mujer y se me ha ido al cielo hace unos días..
La vi por primera vez hace ya mucho tiempo. Desde el principio nos caímos bien. Debió ser que ella vio en mí al hijo que perdió una vez en duras circunstancias..
Lo del hijo fue para ella una espina clavada en lo más profundo de su alma, un baldón en su vida del que nunca se repuso; jamás hablaba de él. En parte se hizo responsable de su muerte. ¡Tonterías!.. Las drogas y las circunstancias de aquellos primeros ochenta fueron los culpables
Cuando llegué al barrio y nos conocimos, enseguida me puso al corriente de las novedades y cotilleos del vecindario, sin ningún pudor. A mi sorprendió todo aquello; yo que venía de un pueblo en donde este tipo de comportamientos si estaba a la orden del día. Lo que yo menos esperaba era que aquí en la ciudad el chismorreo de vecinas existiera de esa manera tan ordinaria.
Maxi no siempre fue así, desde luego, ni siempre tuvo ese aspecto de abuela venerable. Tendría poco más de cincuenta años, aunque ya estaba viuda, cuando la conocí.. Yo apenas rebasaba los veinte, e irrumpía en la ciudad con ganas de comerme el mundo..
Recuerdo que solía hacerla feliz hablar de su juventud. No hacía más que repetirme lo bien que se lo pasaba en aquellos años en Arganzuela, su barrio.. Y fue cierto, os lo aseguro, un par de amigas de ella que la conocieron me hablaban de lo guapa y coqueta que era, y cómo presumía a sus veinte años.
Y me hablaba, ¡Oh, si! Me hablaba con picardía de aquellos vestidos caros que se compraba y cómo disfrutaba agradando a los mozos!... Y me recordaba los bailes de entonces y cuánto le gustaban. Decenas de fotos suyas de aquellos tiempos me hacía ver como prueba fehaciente de su sinceridad.
Y, fijaos, a pesar de su ya avanzada edad en estos últimos años, nunca perdió su compostura y distinción en el vestir. Sin proponérselo, creo que su figura emanaba una aureola de innata elegancia.
--Quien tuvo retuvo, Joaquín---me decía alguna vez riendo de buena gana
--No lo dudo Maxi, no hay más que verte- –replicaba yo complaciéndola
Llevaba viviendo sola casi toda una vida; jamás se quejó de su soledad. Siempre se las componía para hacer algo útil y conveniente.
La noche que murió creí ver un halo de luz transportar su espíritu lejos, al infinito. Os juro que salió del tejado de su vieja casa, frente a la mía. Tal vez fue un sueño, o una premonición, pero algo triste y conmovedor a la vez se removió dentro de mí..
Murió sola, sí, pero lúcida como siempre y rodeada de sus más queridos recuerdos, porque nunca se alejó demasiado de su vetusto joyero en donde guardaba sus collares de perlas, blancas (su alhaja favorita), su alianza de matrimonio que un día le regaló su compañero del alma y los marcos de plata, ya gastada de tanto lustre, con las fotos de su hijo.
Yo no pude acompañarle en su último suspiro, y lo sentiré siempre. Cualquier cosa hubiera hecho por haberle podido dar el último beso de despedida, por desearle buen viaje a la eternidad y por decirle que le diera un abrazo a ese hijo tan llorado que yo nunca conocí..
Sé que ahora estará feliz entre los suyos, aunque otra parte de los suyos, entre los que me incluyo, quedaremos aquí, en su calle de siempre, junto a su casa, y echándola de menos..
Joaquín
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