Cerró los ojos, de mirar cansados,
la sombra de la muerte por su alcoba,
espiaba. Quiso bajar hasta el jardín.
Decía cosas tan vagas, que ya nadie sabe
si en su palabra sin matiz había
algo que fuera humano.
--Agustín Acosta--
Cuando llegué al barrio, hace ya cuarenta años, y nos conocimos, enseguida me puso al corriente de los cotilleos del vecindario, sin ningún pudor. A mi sorprendió todo aquello.. Yo que venía de un pueblo, en donde este tipo de comportamientos si estaba a la orden del día, lo que yo menos esperaba era que aquí en la ciudad el chismorreo de vecinas existiera de esa manera tan ordinaria.
Pero ella no siempre fue así ni siempre tuvo ese aspecto de abuela venerable. Tendría poco más de cincuenta años, aunque ya estaba viuda cuando la conocí.. Yo cumplía los veintiuno e irrumpía en la ciudad con ganas de comerme el mundo.. Recuerdo que solía hacerla feliz hablar de su juventud.
Y me hablaba, ¡Oh, si, me hablaba con picardía de sus vestidos y sus bailes y sus ligues con los mozos!.. Decenas de fotos suyas de aquellos tiempos me hacía ver como prueba fehaciente de su sinceridad. Fijaos, a pesar de su ya avanzada edad en estos últimos años, nunca perdió su compostura y distinción en el vestir. Sin proponérselo, creo que su figura emanaba una aureola de innata elegancia.
--Quien tuvo retuvo, Joaquín---Me decía alguna vez riendo de buena gana
Llevaba viviendo sola toda una vida; jamás se quejó de su soledad. Siempre se las componía para hacer algo útil y conveniente. La noche que murió (hace unas semanas) creí ver un halo de luz transportar su espíritu lejos, al infinito. Os juro que salió del tejado de su vieja casa, frente a la mía. Tal vez fue un sueño, o una premonición, pero algo triste y conmovedor a la vez se removió dentro de mí..
Murió sola, sí, pero lúcida como siempre y rodeada de sus más queridos recuerdos, porque nunca se alejó demasiado de su vetusto joyero en donde guardaba sus collares de perlas, blancas (su alhaja favorita), su alianza de matrimonio que un día le regaló su compañero del alma y los marcos de plata, ya gastada de tanto lustre, con las fotos de su hijo, muerto prematuramente..
Yo no pude acompañarle en su último suspiro, y lo sentiré siempre. Cualquier cosa hubiera hecho por haberle podido dar el último beso de despedida, por desearle buen viaje a la eternidad y por decirle que le diera un abrazo a ese hijo tan llorado que yo nunca conocí.. Sé que ahora estará feliz entre los suyos, aunque otros de los suyos, entre los que me incluyo, quedaremos aquí, en su calle de siempre, junto a su casa, y echándola de menos..
Joaquín

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