sábado, 5 de julio de 2014

Un lugar de cuyo nombre sí quiero acordarme.




No habrá sino recuerdos.
Oh tardes merecidas por la pena,
noches esperanzadas de mirarte,
campos de mi camino, firmamento
que estoy viendo y perdiendo...
Definitiva como un mármol
entristecerá tu ausencia otras tardes.
(Borges)


Venir al mundo en Extremadura quizás no haya sido lo mejor que me ha pasado en la vida; ni a mí ni a muchos compatriotas. Me tocó nacer en la región de España con la mayor probabilidad de emigrar por metro cuadrado. De hecho ya lo hicimos casi un millón de nosotros a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. En la mayoría de los pueblos de la región se pudiera decir lo mismo; que no hay unidad familiar en la que alguno de sus miembros no habite en un lugar distinto al que ha nacido, y esto es mas triste de lo que pudiera parecer... 
Y es que no es un buen negocio dejar atrás: amores, sueños, vidas… tantas cosas; y volver a empezar lejos, en otra parte, en otra ciudad. Deambular por calles extrañas, buscar nuevos amigos, aclimatarse... no, no es fácil. Sin embargo los humanos tenemos una capacidad de adaptación sin limites, y los extremeños, en particular mas si cabe, porque allá donde “sentamos los reales” nos combinamos a la perfección con los naturales. Esto es así hasta el punto de que muchos no han regresado jamás a la tierra de sus ancestros. Aunque me temo que esto no es motivo, precisamente, ni de vanaglorias ni de orgullos.
La palabra (topónimo) Extremadura proviene del término “extremo del país”, es decir, parte final o fronteriza del Reino de León. Extremadura fue conquistada y poblada con gente del feudo leones cuando éste era, digamos, un territorio independiente. Castilla tuvo también, en Soria, su Extremadura por la parte oriental. Ya nos lo indica su escudo heráldico (Soria pura cabeza de la extrema dura).
Cuando los cristianos (leones y castellanos mayoritariamente), arrebatamos ésta tierra a los musulmanes durante los siglos XII y XIII, se hicieron cargo de ella las órdenes militares, y con ello comenzó el reparto tan desigual de la tierra. El privilegio que los reyes otorgaron a la ganadería y con ella a la Mesta y a la trashumancia en detrimento de la agricultura, contribuyó de forma notoria a la formación de grandes latifundios. Pasado el tiempo se agravó este problema con la confiscación de los bienes de la iglesia en el siglo XIX, por parte del gobierno, fueron las llamadas leyes de Mendizábal o desamortización. Estas enormes propiedades del clero, que se habían formado gracias a donaciones de particulares durante siglos se expropiaron (con la intención de recaudar dinero para financiar los costes de las Guerras Carlistas) y se vendieron al mejor postor. Qué duda cabe que los únicos que podían comprarlas y en considerables lotes eran los dueños de grandes fortunas. Así que en vez de arreglarse el asunto se mantuvo o incluso se agrandaron las enormes fincas.
Como es sabido, estos latifundios eran pocos productivos pues los dueños no necesitaban mucho para vivir bien. Muchos de ellos residían en Madrid y pertenecían a la rancia aristocracia. Otros eran burgueses enriquecidos por nuevos negocios. Con este pésimo reparto de las tierras se fomentó las dos clases sociales típicas del sur hispano, y tan dispares, por cierto; los dueños de las fincas, (señoritos terratenientes), una exigua y poderosa minoría, y los jornaleros, inmensa, pobre y analfabeta mayoría.
Otros de los motivos que impidió a esta tierra desarrollarse fue la escasez de grandes ciudades y la consiguiente falta de clase media burguesa. De todos es conocido que éstas son los motores de desarrollo y progreso del mundo occidental.
Hasta principios del siglo XX la población de la región se mantuvo, incluso seguía creciendo. España era un país básicamente agrícola y ganadero y todo el sur era más fértil. Pero a finales del XIX entró fuerte la tardía revolución industrial, basada principalmente en el hierro y el acero del norte (gracias al descubrimiento de minas de hierro en la zona) y el textil en Cataluña, (favorecido por los severos aranceles que los patrones catalanes exigían al gobierno central). Ello hizo que estas regiones necesitaran mano de obra, por otra parte mejor remunerada. Y comenzó la despoblación del suroeste ante la desidia de los gobiernos de turno.
El franquismo no aportó nada al desarrollo de la región. Más bien al contrario, durante estos años se produjo el mayor éxodo hacia las regiones antes mencionadas y a Madrid. Solo una pequeña aportación con el llamado “Plan Badajoz” asentó a parte de la población en los nuevos pueblos creados en el valle del Guadiana. Aun viven de los regadíos mucha gente en estas feraces tierras.
Soy de los que piensan que el porvenir de Extremadura está por llegar, pero todavía faltan décadas para ello. Ahora el panorama no es muy halagüeño precisamente. Con una tasa de paro de las mayores de España y a la cola en todos los niveles de bienestar y desarrollo que se midan, no me imagino por donde vendrá su despegue. Quizás el turismo puede ser una de las patas en las que se asiente este desarrollo. Tenemos una tierra casi virgen, precisamente gracias al subdesarrollo que hemos padecido; con dos grandes ríos que la atraviesan de este a oeste, lo que nos ofrece múltiples posibilidades en este terreno. La cercanía con Portugal (Extremadura está a mitad de camino entre la zona mas rica de Portugal y Madrid) también puede ser otro motor que impulse las inversiones.
Entre los años cincuenta y setenta salieron de la región camino de otras latitudes, más de 800.000 extremeños, es decir la mitad de su población, eso es una barbaridad. Ahora viven aquí poco más de un millón de habitantes. Quiero dar un dato que me parece interesante, si sumamos a los residentes actuales los que nos fuimos y sus descendientes, darían un censo de casi tres millones, con lo que sería una de las regiones más pobladas de España. Por aportar otro dato significativo, la ciudad con más extremeños de España, no es Badajoz capital (con 170.000 habitantes), es Madrid donde residimos más de un cuarto de millón. En Cataluña otro tanto.
En la mayoría de las llamadas ciudades dormitorios (aunque ya tienen vida propia) que circunvalan Madrid o Barcelona, hay más extremeños o descendientes de éstos que en cualquier población de la región, por muy grande que sea (si exceptuamos Mérida y las dos capitales provinciales) Véase Móstoles, Alcorcón, Fuenlabrada, Hospitalet, Cornellá etc.
Actualmente los extremeños que salen de allí son pocos y por desgracia para la región suelen ser jóvenes universitarios muy preparados que buscan oportunidades en grandes zonas metropolitanas (Madrid y Sevilla básicamente) cuando no en otras partes del mundo, y esto merma en parte el progreso. A mí, como a cientos de miles de extremeños que estamos fuera, cualquier avance o igualdad con otras zonas mas ricas ya me llega tarde pues hemos rehecho nuestras vidas fuera. Aunque eso sí, siempre será nuestra tierra y nos alegraremos infinitamente que Extremadura deje de ser sinónimo de atraso y emigración.
Dicho queda...
                                                                       Joaquín Yerga
                                                            


No hay comentarios:

Publicar un comentario