Un lugar de cuyo nombre sí quiero acordarme.
No
habrá sino recuerdos.
Oh
tardes merecidas por la pena,
noches
esperanzadas de mirarte,
campos
de mi camino, firmamento
que
estoy viendo y perdiendo...
Definitiva
como un mármol
entristecerá
tu ausencia otras tardes.
(Borges)
Venir
al mundo en Extremadura quizás no haya sido lo mejor que me ha
pasado en la vida; ni a mí ni a muchos compatriotas. Me tocó nacer
en la región de España con la mayor probabilidad de emigrar por
metro cuadrado. De hecho ya lo hicimos casi un millón de nosotros a
lo largo de la segunda mitad del siglo XX. En la mayoría de los
pueblos de la región se pudiera decir lo mismo; que no hay unidad
familiar en la que alguno de sus miembros no habite en un lugar
distinto al que ha nacido, y esto es mas triste de lo que pudiera
parecer...
Y
es que no es un buen negocio dejar atrás: amores, sueños, vidas…
tantas cosas; y volver a empezar lejos, en otra parte, en otra
ciudad. Deambular por calles extrañas, buscar nuevos amigos,
aclimatarse... no, no es fácil. Sin embargo los humanos tenemos una
capacidad de adaptación sin limites, y los extremeños, en
particular mas si cabe, porque allá donde “sentamos los reales”
nos combinamos a la perfección con los naturales. Esto es así hasta
el punto de que muchos no han regresado jamás a la tierra de sus
ancestros. Aunque me temo que esto no es motivo, precisamente, ni de
vanaglorias ni de orgullos.
La
palabra (topónimo) Extremadura proviene
del término “extremo del país”, es decir, parte final o
fronteriza del Reino de León. Extremadura fue conquistada y poblada
con gente del feudo leones cuando éste era, digamos, un
territorio independiente. Castilla tuvo también, en Soria, su
Extremadura por la parte oriental. Ya nos lo indica su escudo
heráldico (Soria pura cabeza de la extrema dura).
Cuando
los cristianos (leones y castellanos mayoritariamente), arrebatamos
ésta tierra a los musulmanes durante los siglos XII y XIII, se
hicieron cargo de ella las órdenes militares, y con ello comenzó el
reparto tan desigual de la tierra. El privilegio que los reyes
otorgaron a la ganadería y con ella a la
Mesta y
a la trashumancia en detrimento de la agricultura, contribuyó de
forma notoria a la formación de grandes latifundios. Pasado el
tiempo se agravó este problema con la confiscación de los bienes de
la iglesia en el siglo XIX, por parte del gobierno, fueron las
llamadas leyes de Mendizábal o desamortización. Estas enormes
propiedades del clero, que se habían formado gracias a donaciones de
particulares durante siglos se expropiaron (con la intención de
recaudar dinero para financiar los costes de las Guerras Carlistas) y
se vendieron al mejor postor. Qué duda cabe que los únicos que
podían comprarlas y en considerables lotes eran los dueños de
grandes fortunas. Así que en vez de arreglarse el asunto se mantuvo
o incluso se agrandaron las enormes fincas.
Como
es sabido, estos latifundios eran pocos productivos pues los dueños
no necesitaban mucho para vivir bien. Muchos de ellos residían en
Madrid y pertenecían a la rancia aristocracia. Otros eran burgueses
enriquecidos por nuevos negocios. Con este pésimo reparto de las
tierras se fomentó las dos clases sociales típicas del sur hispano,
y tan dispares, por cierto; los dueños de las fincas, (señoritos
terratenientes), una exigua y poderosa minoría, y los jornaleros,
inmensa, pobre y analfabeta mayoría.
Otros
de los motivos que impidió a esta tierra desarrollarse fue la
escasez de grandes ciudades y la consiguiente falta de clase media
burguesa. De todos es conocido que éstas son los motores de desarrollo
y progreso del mundo occidental.
Hasta
principios del siglo XX la población de la región se mantuvo,
incluso seguía creciendo. España era un país básicamente agrícola
y ganadero y todo el sur era más fértil. Pero a finales del XIX
entró fuerte la tardía revolución industrial, basada
principalmente en el hierro y el acero del norte (gracias al
descubrimiento de minas de hierro en la zona) y el textil en
Cataluña, (favorecido por los severos aranceles que los patrones
catalanes exigían al gobierno central). Ello hizo que estas regiones
necesitaran mano de obra, por otra parte mejor remunerada. Y comenzó
la despoblación del suroeste ante la desidia de los gobiernos de
turno.
El
franquismo no aportó nada al desarrollo de la región. Más bien al
contrario, durante estos años se produjo el mayor éxodo hacia las
regiones antes mencionadas y a Madrid.
Solo una pequeña aportación con el llamado “Plan
Badajoz” asentó
a parte de la población en los nuevos pueblos creados en el valle
del Guadiana. Aun viven de los regadíos mucha gente en estas feraces
tierras.
Soy
de los que piensan que el porvenir de Extremadura está por llegar,
pero todavía faltan décadas para ello. Ahora el panorama no es muy
halagüeño precisamente. Con una tasa de paro de las mayores de
España y a la cola en todos los niveles de bienestar y desarrollo
que se midan, no me imagino por donde vendrá su despegue. Quizás el
turismo puede ser una de las patas en las que se asiente este
desarrollo. Tenemos una tierra casi virgen, precisamente gracias al
subdesarrollo que hemos padecido; con dos grandes ríos que la
atraviesan de este a oeste, lo que nos ofrece múltiples
posibilidades en este terreno. La cercanía con Portugal (Extremadura
está a mitad de camino entre la zona mas rica de Portugal y
Madrid) también puede ser otro motor que impulse las inversiones.
Entre
los años cincuenta y setenta salieron de la región camino de otras
latitudes, más de 800.000 extremeños, es decir la mitad de su
población, eso es una barbaridad. Ahora viven aquí poco más de un
millón de habitantes. Quiero dar un dato que me parece interesante,
si sumamos a los residentes actuales los que nos fuimos y sus
descendientes, darían un censo de casi tres millones, con lo que
sería una de las regiones más pobladas de España. Por aportar otro
dato significativo, la ciudad con más extremeños de España, no es
Badajoz capital (con 170.000 habitantes), es Madrid donde residimos
más de un cuarto de millón. En Cataluña otro tanto.
En
la mayoría de las llamadas ciudades dormitorios (aunque ya tienen
vida propia) que circunvalan Madrid o Barcelona, hay más extremeños
o descendientes de éstos que en cualquier población de la región,
por muy grande que sea (si exceptuamos Mérida y las dos capitales
provinciales) Véase Móstoles, Alcorcón, Fuenlabrada, Hospitalet,
Cornellá etc.
Actualmente
los extremeños que salen de allí son pocos y por desgracia para la
región suelen ser jóvenes universitarios muy preparados que buscan
oportunidades en grandes zonas metropolitanas (Madrid y Sevilla
básicamente) cuando no en otras partes del mundo, y esto merma en
parte el progreso. A mí, como a cientos de miles de extremeños que
estamos fuera, cualquier avance o igualdad con otras zonas mas ricas
ya me llega tarde pues hemos rehecho nuestras vidas fuera. Aunque eso
sí, siempre será nuestra tierra y nos alegraremos infinitamente que
Extremadura deje de ser sinónimo de atraso y emigración.
Dicho
queda...
Joaquín
Yerga
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