La
libertad no hace ni más ni menos felices a los hombres; los hace, sencillamente
hombres.
M.
Azaña
No es
mi intención ir a contracorriente de la opinión pública mayoritaria, y en esto
de deplorar los terribles sucesos de Barcelona menos todavía, pero creo que con
crespones negros en la red y velas encendidas no solucionaremos nada.
Lamentar
la muerte de personas asesinadas por la estupidez de estos tíos es humano y
comprensible; dedicar semanas a colocar lacitos en las redes sociales y entonar
canciones de paz del tipo: “Imagine” de John Lennon es inútil cuando no
ridículo.
He
oído decir alguna vez a escritores, periodistas o entendidos en general que los
europeos nos estamos reblandeciendo en nuestra manera de vivir. Y que mostramos
poco ímpetu en defender nuestras libertades que con tanto sufrimiento y trabajo
lograron nuestros antepasados, y a mi modesto entender no les faltan razón.
En la
mayor parte de los países de Europa predomina la democracia como manera de
gobernarse, es decir, dejamos que el pueblo a través de sus representantes sean
los que hagan y defiendan nuestras leyes, y eso es un buen síntoma de
desarrollo, pues qué mejor manera de convivir entre todos que aceptar lo que la
mayoría decida, sin menospreciar a las minorías. Pero esto no se ha conseguido
en dos días, sino que nos ha llevado siglos de guerras y represiones, y no es
de recibo, por tanto, que culturas bárbaras e inamovibles amenacen esta
bicoca evolutiva nuestra.
Nosotros
los europeos hemos logrado después de mucho tiempo lo que parecía imposible,
dejar de lado las luchas entre razas y religiones que nos subyugaban e impedían
vivir en paz y hemos antepuesto las libertades individuales y los derechos
humanos a los caprichos y veleidades de unos cuantos iluminados o grupos más o
menos intransigentes, que por otra parte han existido siempre, sin embargo han
bastado tan solo unas décadas de paz y mucha prosperidad para que, bien
repantingados en nuestro confortable estado de bienestar olvidemos el
sufrimiento de nuestros padres para llegar a él.
Nos
guste o no saberlo estamos dejando que millones de personas de religiones
intolerantes se acomoden en nuestro territorio, y bajo la excusa de nuestra
exquisita manera de entender la democracia y respeto por las minorías
transigimos con costumbres a todas luces incompatibles con nuestro elevado modo
de convivir. Quizás cuando nos veamos obligados a poner coto a esa dejadez sea
demasiado tarde y por desgracia volvamos a las andadas con guerras de
religiones y demás calamidades que ya teníamos olvidadas.
Con
mostrar la torre Eiffel, o la puerta de Alcalá con los colores de la bandera de
España, en el primer caso o de la de Cataluña en el segundo, pudiera llegar a
ser emotivo, pero a todas luces poco útil para acabar con ellos, incluso yo
diría que contraproducente pues da alas a que con el enorme impacto mediático
aparezcan más terroristas llevados por el efecto mimético.
Aunque
lo pudiera parecer por la amplitud informativa esto no es una guerra entre dos
ejércitos que se baten en un campo de batalla, simplemente son unos cuantos
miles de jóvenes magrebíes desestructurados que pululan por nuestro mundo
occidental, y que sin mucho arraigo social son presas fáciles para cuatro
fanáticos imanes religiosos que descargan su odio, a través de ellos, hacia
nuestra prospera manera de vivir en libertad.
Ignoro
qué solución encontrar para acabar con esta nueva desgracia que nos oprime. La
novedad en relación con otros grupos y actos terroristas es que en estos su
campo de acción es el mundo entero, pues apenas hay lugar en él que se libre de
sus atrocidades. Y lo que es peor aún, nos hacen estar en un vilo permanente
porque todos tenemos la terrible certeza de una próxima barbaridad a cometer
pero no sabemos dónde.
Tal
vez y a corto plazo una manera de mitigar el daño que nos hacen sea no darle
más importancia que la que tiene. Enterrar simplemente a nuestros muertos con
el respeto y cariño debido, y gastar más dinero en potenciar los servicios
policiales y de espionaje, sin olvidar, por supuesto, mano dura contra
cualquier medio que los adoctrinen, mezquitas incluidas. La otra solución, a
futuro vista, es controlar muy mucho el asentamiento en Europa de
estas culturas y religiones intransigentes e inadaptables, sino serán
como caballos de Troya introducidos en nuestro continente, dispuestos más
pronto que tarde a acabar con nuestra peculiar manera occidental de vivir. Aún
estamos a tiempo.
Dicho
queda…
Nota
del autor:
Lamentablemente
hoy, un año después del atentado, el problema no viene de condenar esta
barbarie y apiadarse de las víctimas, sino la macabra utilización del atentado
por parte de los nacionalistas catalanes. A estos tíos no les importa el
sufrimiento de tantos, sólo sacar ventaja de estos actos para sus ilegales e
injustos fines.
Sepan
que cuando abuchean y denigran a los reyes, no lo hacen por sus egregias
personas, lo hacen por todos nosotros, el resto de españoles.
Joaquín Yerga
20/08/2017
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