domingo, 20 de agosto de 2017

Réquiem por Barcelona





La libertad no hace ni más ni menos felices a los hombres; los hace, sencillamente hombres.
M. Azaña



No es mi intención ir a contracorriente de la opinión pública mayoritaria, y en esto de deplorar los terribles sucesos de Barcelona menos todavía, pero creo que con crespones negros en la red y velas encendidas no solucionaremos nada.
Lamentar la muerte de personas asesinadas por la estupidez de estos tíos es humano y comprensible; dedicar semanas a colocar lacitos en las redes sociales y entonar canciones de paz del tipo: “Imagine” de John Lennon es inútil cuando no ridículo.
He oído decir alguna vez a escritores, periodistas o entendidos en general que los europeos nos estamos reblandeciendo en nuestra manera de vivir. Y que mostramos poco ímpetu en defender nuestras libertades que con tanto sufrimiento y trabajo lograron nuestros antepasados, y a mi modesto entender no les faltan razón.
En la mayor parte de los países de Europa predomina la democracia como manera de gobernarse, es decir, dejamos que el pueblo a través de sus representantes sean los que hagan y defiendan nuestras leyes, y eso es un buen síntoma de desarrollo, pues qué mejor manera de convivir entre todos que aceptar lo que la mayoría decida, sin menospreciar a las minorías. Pero esto no se ha conseguido en dos días, sino que nos ha llevado siglos de guerras y represiones, y no es de recibo, por tanto, que culturas bárbaras e inamovibles  amenacen esta bicoca evolutiva nuestra.
Nosotros los europeos hemos logrado después de mucho tiempo lo que parecía imposible, dejar de lado las luchas entre razas y religiones que nos subyugaban e impedían vivir en paz y hemos antepuesto las libertades individuales y los derechos humanos a los caprichos y veleidades de unos cuantos iluminados o grupos más o menos intransigentes, que por otra parte han existido siempre, sin embargo han bastado tan solo unas décadas de paz y mucha prosperidad para que, bien repantingados en nuestro confortable estado de bienestar olvidemos el sufrimiento de nuestros padres para llegar a él.
Nos guste o no saberlo estamos dejando que millones de personas de religiones intolerantes se acomoden en nuestro territorio, y bajo la excusa de nuestra exquisita manera de entender la democracia y respeto por las minorías transigimos con costumbres a todas luces incompatibles con nuestro elevado modo de convivir. Quizás cuando nos veamos obligados a poner coto a esa dejadez sea demasiado tarde y por desgracia volvamos a las andadas con guerras de religiones y demás calamidades que ya teníamos olvidadas.
Con mostrar la torre Eiffel, o la puerta de Alcalá con los colores de la bandera de España, en el primer caso o de la de Cataluña en el segundo, pudiera llegar a ser emotivo, pero a todas luces poco útil para acabar con ellos, incluso yo diría que contraproducente pues da alas a que con el enorme impacto mediático aparezcan más terroristas llevados por el efecto mimético.
Aunque lo pudiera parecer por la amplitud informativa esto no es una guerra entre dos ejércitos que se baten en un campo de batalla, simplemente son unos cuantos miles de jóvenes magrebíes desestructurados que pululan por nuestro mundo occidental, y que sin mucho arraigo social son presas fáciles para cuatro fanáticos imanes religiosos que descargan su odio, a través de ellos, hacia nuestra prospera manera de vivir en libertad.
Ignoro qué solución encontrar para acabar con esta nueva desgracia que nos oprime. La novedad en relación con otros grupos y actos terroristas es que en estos su campo de acción es el mundo entero, pues apenas hay lugar en él que se libre de sus atrocidades. Y lo que es peor aún, nos hacen estar en un vilo permanente porque todos tenemos la terrible certeza de una próxima barbaridad a cometer pero no sabemos dónde.
Tal vez y a corto plazo una manera de mitigar el daño que nos hacen sea no darle más importancia que la que tiene. Enterrar simplemente a nuestros muertos con el respeto y cariño debido, y gastar más dinero en potenciar los servicios policiales y de espionaje, sin olvidar, por supuesto, mano dura contra cualquier medio que los adoctrinen, mezquitas incluidas. La otra solución, a futuro vista, es controlar muy mucho el asentamiento en Europa de estas culturas y religiones intransigentes e inadaptables, sino serán como caballos de Troya introducidos en nuestro continente, dispuestos más pronto que tarde a acabar con nuestra peculiar manera occidental de vivir. Aún estamos a tiempo.
Dicho queda…
                                                                    
Nota del autor:
Lamentablemente hoy, un año después del atentado, el problema no viene de condenar esta barbarie y apiadarse de las víctimas, sino la macabra utilización del atentado por parte de los nacionalistas catalanes. A estos tíos no les importa el sufrimiento de tantos, sólo sacar ventaja de estos actos para sus ilegales e injustos fines.
Sepan que cuando abuchean y denigran a los reyes, no lo hacen por sus egregias personas, lo hacen por todos nosotros, el resto de españoles.

                                                                     Joaquín Yerga
                                                                      20/08/2017

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