El príncipe y la corista
No
hay presente ni futuro, sólo el pasado que se repite una y otra vez.
E.
O´Neill
Hubo
una vez, hace ya mucho tiempo, una corte esplendorosa. Esa corte
apenas es conocida hoy en día salvo por los muy amantes de la
historia. Los fastuosos reyes que la presidian eran ni más ni menos
que Justiniano y Teodora, dos personajes aparentemente
incompatibles pero que formalizaron una de las parejas reinantes más
estables e indestructibles de todos los tiempos.
Cuando
los bárbaros atravesaron sus fronteras, el antaño Gran Imperio
Romano se deshizo como un azucarillo en el café. Antes de eso se
dividió en dos partes, la zona occidental (Hispania, Italia, Francia
e Inglaterra) que desapareció pronto a manos de esos pueblos
nórdicos, y la parte oriental que aguantó otros mil años más. A
esa gran zona oriental (las actuales, Grecia. Turquía o Siria) se la
conocía como, el Imperio Bizantino. Esto fue así por la ciudad de
Bizancio, más tarde conocida por Constantinopla… y ahora por
Estambul.
Sobre
el siglo VI de nuestra era, gobernaba como emperador de ése imperio
el gran Justiniano, un tipo astuto que supo llevarlo a su más alta
cota de extensión y riqueza. Justiniano, poderoso y apuesto, se
enamoró perdidamente y contra todo pronóstico de Teodora; y digo
esto porque resulta que nadie daba un duro por esta bella mujer.
El
hecho de afirmar que su matrimonio con Teodora fue contra-natura es
porque ella era, ni más ni menos, que una prostituta de lujo.
Organizaba, en sus mejores tiempos, orgías depravadas con miembros
de la alta sociedad bizantina, y se acostó (y no para dormir
precisamente) con una cantidad considerable de varones de toda
condición. De ella llegó a decir el famoso historiador Procopio,
que la gente evitaba cruzársela por la acera para no contaminarse de
sus numerosos pecados. Sin embargo, después de ser rechazada por un
general de la que estaba enamorada, hizo propósito de enmienda y
cambió radicalmente. Y en ésas estaba cuando la conoció el bueno
de Justiniano.
Juntos,
emperador y emperadora, formaron una pareja modelo. La corte
Bizantina llegó a ser espectacular, por lo fastuosa y fueron muy
respetados por todos sus súbditos… y por la historia. Un día se
organizó un torneo y juegos festivos entre los dos partidos
principales del imperio, los azules (de religión, digamos más
ortodoxa) y los verdes (monofisitas, estos no creían en la
naturaleza divina de Jesucristo). Pero la cosa acabó mal, se liaron
a palos entre ellos y la revuelta llegó a ser de tal calibre que
hubo miles de muertos, llegando incluso la turba a asaltar el palacio
en donde moraban los reyes.
Todo
estaba perdido, Justiniano a punto de rendirse y sucumbir,
pero Teodora le echó un par. Ella fue la que animó a su marido a
pelear hasta el final y junto al gran general Belisario, lograron
apaciguar a las masas. Como era lógico y habitual en aquellos
tiempos, la represión fue brutal y los ajusticiados se contaron por
decenas de miles. Se decía que Teodora le dijo a su esposo, (aun en
las últimas y en plena desesperación) “No huyas y aguanta porque,
qué mejor mortaja que la púrpura imperial” aludía a que mejor
morir de reina que vivir en el exilio o de lacayo. Salieron de estas
y gozaron de un largo y fructífero reinado.
Como
dije antes, el Imperio Bizantino aguantó mil años más, superando
para ello montones de vicisitudes a cual más peliaguda. Por ejemplo
soportó y se resistió a los árabes que en algún momento pisaban
fuerte. De hecho en España no pudimos con ellos y nos invadieron.
Otra peculiaridad de esta sociedad fue el gran problema religioso
conocido como Iconoclasta. En una determinada época los jefes
religiosos dispusieron que no se debería adorar ni reverenciar a las
imágenes de los templos, pues eso era poco menos que idolatría… y
destruyeron todas las que había en las iglesias. Pero después, otra
corriente de pensamiento dijo lo contrario, y volvieron a reponerlas.
Duró esa controversia varios siglos y trajo, por cierto, graves
conflictos.
El
otro gran motivo de tipo religioso a resaltar fue el cisma del año
1000. La iglesia Bizantina se separó de Roma por diversos y
peregrinos motivos… y se negaron a reconocer al Papa. Hoy en día
sus herederos siguen al margen y tienen sus propios patriarcas. Por
ejemplo, Grecia y todos los países ortodoxos (Rusia, Bulgaria,
Rumanía etc.) son los sucesores religiosos del Imperio Bizantino.
Constantinopla,
la capital del imperio, llegó a ser una de las más grandes ciudades
de la antigüedad tardía. Rivalizó con la Córdoba de los califas.
Entre éstas dos, Bagdad y Damasco, fueron la envidia de peregrinos y
aventureros del mundo conocido de entonces. Llegó a tener más de un
millón de habitantes y estaba defendida por una soberbia muralla con
más de cien torres de increíbles alturas. Su moneda oficial de oro
era la más segura y preciada de la civilización y hasta en China
era cotizada. Hacía ésta, las veces que hace hoy en día el dólar
americano en el mundo.
Además
de su magnífica historia, (una delicia para interesados), la
religión cristiana ortodoxa (que siguen hoy en día unos
cuatrocientos millones de personas en Europa oriental), y las
secuelas del llamado código de Justiniano (conjunto de leyes que han
servido en Europa hasta hace cuatro días), el monumento
arquitectónico de la iglesia de Santa Sofía es, sin duda, el más
importante legado de los bizantinos.
La
enorme cúpula de Santa Sofía, hoy en pie y en perfecto estado en
Estambul, se erigió en el año 563 y podría catalogarse como una de
las maravillas del mundo. Cuando Isidoro de Mileto y Antemio de
Tralles, junto a unos diez mil obreros terminaron de construirla, se
dice que Justiniano sentenció, “Salomón, te he superado”
Hoy
en día todo ese antiguo y magnífico imperio cristiano está en
manos de los turcos que lo conquistaron en 1453 cuando cayó por
primera y última vez la suntuosa Constantinopla. Esa fecha marca el
inicio de la Edad Moderna y el final de la Medieval. Se dijo, y no
sin cierta verosimilitud, que la cristiandad tembló de miedo y
lloró, también, de pena y dolor al conocer la terrible noticia.
Dicho
queda…
Joaquin
Yerga
No hay comentarios:
Publicar un comentario