Bien venga, cuando viniere,
la Muerte: su helada mano
bendeciré si me hiere…
He de morir como muere
un caballero cristiano.
Humilde, sin murmurar,
¡oh Muerte!, me he de inclinar
cuando tu golpe me venza;
… ¡pero déjame besar
mientras expiro, su trenza!
¡La trenza que le corté
y que, piado, guardé
(impregnada todavía
del sudor de su agonía)
¡la tarde en que se me fue!
Su noble trenza de oro:
amuleto ante quien oro,
ídolo de locas preces,
empapado por mi lloro
tantas veces…, tantas veces…
Deja que, muriendo, pueda
acariciar esa seda
en que vive aún su dolor.
… ¡Es que todo lo que me queda
del aquel infinito amor!
Cristo me ha de perdonar
mi locura, al recordar
otra trenza, en nardo llena,
con que se dejó enjugar
los pies por la Magdalena…
Con tu desaparición
es tal mi estupefacción,
mi pasmo, que a veces creo
que ha sido un escamoteo,
una burla, una ilusión;
que tal vez sueño despierto
que muy pronto te veré,
y que dirás: “¡No es cierto,
vida mía, no he muerto;
ya no llores…, bésame!”.
--Amado Nervo--
Algunos de los que
lean esta historia pensaran de entrada, no es posible que a éste
buen hombre le ocurran estas cosas y todas desagradables. Es cierto,
reconozco que el asunto es un poco sorprendente, o no, según se
mire.
Ciertamente
éste no es un cuento de terror para distraer a cordiales lectores. Tampoco algo tan transcendental como para llegar a alterar
gravemente la vida de un hombre, pero si real y tan humanamente
importante como para complicarle una jornada que prometía ser
moderadamente feliz.
Lo
que detallo a continuación me pasó a mí personalmente, créanselo, pero le podía haber pasado a cualquiera..
A veces se encadenan una
serie de circunstancias menores que luego, todas juntas, derivan en un
gran disgusto para cualquier persona en un momento determinado.
Y justamente eso fue lo que me pasó.Quiero contarselo tal cual ocurrió para no perder ni una gota de realismo de ésta, ya de
por sí surrealista historia. Así se desarrollaron los
hechos...
Bajé
al garaje un poco aturdido. Ése día no encontré a nadie en el ascensor a pesar de ser una
hora en la que es habitual ver gente. Pero me alegré, porque no suele apetecerme demasiado saludar tan temprano. Vivo con mi mujer en un
coqueto apartamento de alquiler en las afueras. Se compone de dos
habitaciones, muy soleado y con una plaza de garaje bien amplia
en donde meto mi Audi sin ningún esfuerzo. El apartamento pertenece
a una gran urbanización con aparcamientos comunes y vigilancia
veinticuatro horas, con lo que disfrutamos de suficiente tranquilidad
e independencia. Sin duda ése fue uno de los motivos de irnos a
vivir allí..
--La noche anterior al
día en el que ocurrieron los hechos no debí dormir bien. --siguió
diciéndome mi amigo. --Supongo que el calor (era mitad de julio) y
la hora tardía de acostarme tuvieron mucho que ver. --Llegué al
parking, en el sótano y, confiado, me dirigí como de
costumbre a por mi auto. No queda muy lejos de la entrada así
que caminé los pasos necesarios para acercame a él..
Absorto
en mis pensamientos, un poco antes de llegar al vehículo
accioné la llave de apertura de puertas para ganar tiempo esperando
oír el cliqueo del mecanismo de seguridad, pero, ésa mañana,
¡Demonios!. No escuché su sonido característico. Alcé la vista
y miré con incredulidad hacia mi plaza. ¡No
estaba mi Audi! ¡Había desaparecido!! Durante unos segundos
quedé perplejo, sin reaccionar, parado justo donde debería estar mi
coche.. Miré a mí alrededor por si me había equivocado de sitio o
de planta, pero, ¡Qué va!. Cada una de las plazas tenía su número
anotado en el suelo, y el mío era ése, no había dudas..
Dejé
pasar un tiempo intentando coordinar ideas ---A ver si he
tenido un despiste, no sería la primera vez.--pensé --No
tardé mucho en darme cuenta que la cosa iba en serio, ¡me lo habían
robado!. Recordé de repente que se rumoreaba hacía unos
meses que habían desvalijado maleteros de vehículos
y trasteros. ¡Dios mío, han debido volver..! --Suspiré casi
en voz alta.
Indeciso,
sin saber que hacer ni por donde tirar me acordé de mi mujer. La
llamé y le conté indignado lo ocurrido. Me sugirió que
lo hablara en la portería y que después llamara al
seguro. Y eso hice, en unos minutos puse al corriente al portero de
lo sucedido.
Debido
al disgusto quizás me excedí con él. Le reproché de malas maneras
su desidia en la vigilancia del aparcamiento. El hombre se defendió
como pudo y me advirtió que no era culpa suya que posiblemente
habían hecho un duplicado del mando a distancia de la puerta
y se “colaban” en
el recinto a su antojo. Aludía a alguna banda de delincuentes
extranjeros de las muchas que pululaban últimamente por la ciudad.
La discusión había ido subiendo de tono y tan mal acabó la cosa
que amenazó con denunciarme por mis malos modos y acusarle sin
motivo...
Abandoné
la portería contrariado y me dirigí a la comisaría de policía de
la zona que no estaba lejos a denunciar el robo. Para
esa gestión, digamos simple, perdí un par de horas pues había
gente tramitando otros tipos de historias y los guardias estaban
más bien espesos. Eran ya las doce de la mañana de ése penoso día,
(lunes para más escarnio) cuando salí a la calle después de la
odisea de la denuncia. Cogí un taxi y le indique
al conductor la dirección de mi oficina. --Mientras me
contaba mi amigo ésta última aventura noté, incluso, cómo se
ruborizaba de indignación aun días después de haber sucedido.
--Una vez en en
la oficina y con toda la tensión acumulada, evidentemente no era el
mejor día para hacer amigos; cualquier cosa podía pasar.--prosiguió mi amigo-- A mi jefe
a punto estuve de soltarle una fresca (por decirlo suave) cuando me
reprochó llegar tarde. A González, el pelota del departamento, si
le mandé directamente a la M…. Ganas tenia de hacerlo y no
encontraba la ocasión. Mira por donde vino con bromitas de mal
gusto, y precisamente ese día..
Al
caer la noche y de vuelta ya en casa sólo me restaba darle algún
tipo de explicación comprensible a mi mujer. Se apiadó de mí e
intentó apaciguar mi inquietud, pero al saber que el seguro no
cubría el supuesto de robo me recordó mi habitual dejadez
además de distinguirme con unas cuantas “lindezas” de las
suyas. Acabamos enfadados...
Después
de cenar, sin ganas todo hay que decirlo, sonó el teléfono de casa,
era la policía municipal. ¡Eureka, habían encontrado mi
coche!!. Lo que sucedió a continuación (durante las oportunas
explicaciones de los municipales con risitas incluidas) fue una de
las situaciones de las que menos orgulloso estaré mientras viva.. Resulta que el Audi estaba aparcado en mi calle, justo enfrente
de mi casa. La tarde anterior al día de autos,
(domingo) dejé el coche casi en la puerta porque pensaba cogerlo
enseguida para ir al centro comercial. Eso apalabré con mi
mujer, solo que luego y por circunstancias inconfesables terminamos
la tarde viendo una peli en la tele y no salimos más de casa. En mi
descargo he de confesar que habitualmente dejo el coche en el garaje.
Ése día fue una excepción que se complicó con el calor, la mala
noche pasada, y mi habitual despiste. Ni que decir tiene que
parte del martes lo dediqué a pedir disculpas, retirar la denuncia
por robo, congraciarme con mi señora etc…
Eso sí, de lo único que no me arrepiento es del exabrupto a
González (el pelota)…
Realmente
ésta historia más que increíble suena a bastante habitual ¿Quién
no ha sufrido alguna vez en sus carnes algún despiste de este
calibre? A mi amigo lo intenté consolar después de
contarme la historia. Y le hice ver, además, que nadie está libre
de estos desagradables contratiempos. Es más, le sugerí también y
como moraleja con final feliz, que ésta historia sirviera para que
seamos indulgentes con los despistados, que haberlos haylos, y
muchos. Y de paso recordáramos que de inoportunos hechos como ésta
nadie estará exento, jamás..O no..
Joaquín
Podría dar la opción de compartir...
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