Al límite de la vida
Algunos
días no habrá ninguna canción en tu corazón; canta de todas
formas
E.
Austin
Una
vez, hace ya mucho tiempo, se realizó una prueba médica
espectacular en los Estados Unidos, el país más avanzado
en estos menesteres. Se recogieron y conservaron en probetas
células tumorales de una enferma con cáncer. De esto han
pasado ya más de sesenta años. Ésta paciente Henrietta
Lacks, murió poco después pero sus células malignas siguen
reproduciéndose furiosamente en varios laboratorios del mundo y así
seguirán eternamente, es decir, son inmortales.
Resulta
y, pásmense el que no lo sepa, que la muerte es el
resultado y también el precio que pagamos por el sexo.
Nos comenta al respecto Jesús Mosterín (autor de un libro de
ensayo que ando leyendo) el porqué de la finitud de la
vida en los seres vivos. Para ello, nos recuerda la contrastada
certeza de que al principio de la evolución hace 3800 millones de
años los primeros organismos unicelulares de los que procedemos
eran inmortales (las bacterias lo siguen siendo). Las
células (asexuales ellas) se reproducían por sí solas,
ininterrumpidamente, como si pasaran una y otra vez por una
fotocopiadora. Después y por motivos caprichosos (como casi todo en
la evolución) la cosa derivó en la necesidad de la
reproducción sexual, e hicieron falta dos individuos para
posibilitar la descendencia. Una vez seres nuevos en el mundo (razón
y finalidad básica de la naturaleza) los ancestros (padres) ya no
son necesarios, por lo que sus células se han programado
para suicidarse (cada uno de nosotros somos muchas células
juntas). Cuando alguna de estas le falla la programación y no se
inmola se vuelve cancerígena y comienza a multiplicarse sin
control, de ahí deriva el tumor.
La
única y gran ventaja de este medio de reproducción (sexual) es la inmensa variedad de seres vivos que genera. Cuando la célula
se reproducía ella sola (inmortal) toda la descendencia era
copias exactas, no había diversidad, al haber dos, el resultante y
heredero es diferente a sus progenitores, porque adquiere el
50% de la carga genética de cada uno. Sin duda alguna esto dio
lugar con el tiempo a la enorme complejidad, tan espectacular y
millonaria, de especies de la que gozamos hoy en el planeta.
Del
cáncer hay pruebas de que ha existido siempre, aunque en menor
cuantía proporcional a la población que ahora. En nuestros tiempos,
con una media de vida de 84 años como en el caso de España, es
evidente la importancia que ha adquirido en nuestras vidas, debido
básicamente a su destreza para hacernos daño. También a la
debilidad de nuestras propias defensas para combatirlo.
Afortunadamente estamos llegando a tal grado de desarrollo que cada
vez contamos con armas más sofisticadas para hacerle frente y salir,
algún día no muy lejano, victoriosos en esta cruenta batalla
contra este poderoso enemigo.
Hasta
la segunda mitad del pasado siglo la media de vida de la población
española no llegaba a los cuarenta años. Pero la gente moría
de enfermedades infecciosas, hambrunas o guerras, obviamente el
cáncer no era en absoluto preocupante, es ahora cuando supone la
mitad de todas las muertes que se producen en el mundo occidental.
Las
células de nuestro cuerpo (durante una vida entera) se renuevan una
serie limitada de veces y cada vez que sucede se debilitan un
poco hasta llegar a estar exhaustas, a este proceso le
llamamos envejecimiento. Lógicamente cuantas más veces se
repliquen, es decir mas años vivamos, más posibilidades hay de que
alguna falle en su programación de: (recordemos) suicidarse, y
por lo tanto dimane en cáncer.
El
cáncer se ha hecho ya tan familiar en nuestras vidas que cualquiera
de nosotros ha tenido la ocasión de olfatear
cerca su infausto aliento. Todos conocemos casos más o menos
próximos de algún familiar con este padecimiento. Unos lo han
superado y otros por desgracia han perecido en el intento.
Nuestro
cuerpo y naturaleza (parece ser) pudiera aguantar algún día no muy
lejano hasta la envidiada edad de 130 años. De hecho, a menudo
nos sorprende algún medio de comunicación con el titular de la
muerte del hombre o mujer más longeva del mundo en alguna apartada
región (a veces superan los 113 años como mi paisano de Bienvenida
que acaba de morir) aunque todavía son casos aislados. Con los
muchos conocimientos sobre salud de los que gozamos actualmente
y con el bienestar económico de una mayoría de la población, los
seres humanos podremos permitirnos el lujo próximamente de llegar a
la llamada “tercera edad” en una situación
inmejorable. Bien es verdad que para ello muchos habremos contraído,
y sanado después, algún tipo de cáncer.
Joaquín
Yerga
18/05/2015
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