Lo bueno del cine es que durante dos horas los problemas son de otros
(P. Ruiz)
Lo mío con el cine viene de
lejos, no sólo como mero espectador, también como buen aficionado a todo lo
concerniente a este maravilloso mundo del entretenimiento llamado séptimo arte.
Siempre he pensado que
los que rondamos al menos los cincuenta o mas y hemos nacido en un pueblo o
ciudad que haya tenido salas de cine durante nuestra niñez, tenemos un plus
extra, fascinante en los recuerdos y esencial más tarde en las aficiones.
En mi pueblo llegó a haber
hasta tres salas de cine, dos de verano y una de invierno que hacia las delicias
de la mayoría de la gente. No entiendo mi niñez y luego juventud sin la
película infantil tolerada para todos
los públicos del domingo por la tarde.
Cuando la televisión
señoreó los salones de muchas casas a mediados de los sesenta un poco de magia
e inocencia comenzamos a perder los de nuestra generación. Era un ritual,
añorado ahora, entrar en las vetustas instalaciones y ocupar las incomodas
butacas de madera. Antes de eso se pasaba por la antesala, contemplábamos los
grandes carteles donde se anunciaban de futuras proyecciones y comprábamos
las consabidas pipas o avellanas en el cutre mini bar, luego, después
del alboroto inicial, el silencio más absoluto al visualizar en la gran
pantalla los primeros nombres de los protagonistas de la película.
Los filmes que solían
reproducir más a menudo eran los de aventuras y del oeste serie B en la sesión
de tarde, en la última, ya por la noche, hubo épocas y modas.
Muchas de las películas que reponen ahora en cadenas
de televisión más particulares recuerdo haberlas visto en aquel periodo,
especialmente las de producción española con los eternos protagonistas Alfredo
Landa, López Vázquez o Concha Velasco etc. Durante la transición, a
mediados y finales de los setenta como
novedad se impuso el destape en todos los sentidos, no solo en el sexual
también en lo político y social. Películas como La trastienda, con el muy comentado desnudo de Maria J.Cantudo ,
el primero en España o Cría cuervos
de Carlos Saura, llenaron los cines durante semanas, cosa inédita en muchos
años en el pueblo.
A finales del ochenta y uno, (recordado por
golpe de estado del 23F), llegué a Madrid y tuve que adaptarme a la vida
agitada y variada de la capital, ya
traía conmigo inoculado el germen de mi
afición al cine y supuso una gran alegría el nuevo panorama cinematográfico que
se me presentaba ante mi depauperado estado de ánimo inicial.
Pasar por la Gran Vía o
por la calle Fuencarral y contemplar los enormes carteles instalados en las
fachadas de los numerosos cines que entonces albergaban, era una delicia para
mis asombrados ojos. Salas como Imperial, Palacio de la música, Azul, Roxi,
Coliseum, Callao etc. jalonaban estas dos calles; más de veinticinco llegó a haber
entre estas dos importantes arterias de la capital, hoy apenas alcanzan la
media docena entre ambas. Películas como En
el estanque dorado, de las últimas que protagonizó Henry Fonda, Volver a empezar de mi admirado José
Luis Garci, E.T. del rey midas de los
productores S. Spielberg y hasta
Acorralado protagonizada por un atribulado Sylvester Stallone, se anunciaban de
manera gigantesca en las fachadas de los cines.
Durante los dos o tres
años siguientes de mi llegada a Madrid pude deleitarme con infinidad de
películas de estreno, posiblemente no hubiera sala que no frecuenté alguna vez,
a pesar de que no fue época fructífera
en buenas producciones.
Es verdad que primero fue
el proyectil de la televisión la que impactó de lleno en la diana hasta
entonces hegemónica del cine, luego apareció el DVD y los sugerentes y
numerosos videoclubs en donde nos recreábamos contemplando y eligiendo
películas clasificadas por géneros y hoy en día tenemos a nuestro alcance infinidad
de artilugios sofisticadísimos que nos permiten ver en 3D y otras opciones las películas de manera nítida y casi real en
nuestra propia casa, todo esto ha mermado la viabilidad de las grandes salas de
cine de antaño y con ello se ha terminado una etapa de nuestra vida que ya no
volverá.
La parte positiva de la innovación en la
cinematografía y otros medios audiovisuales, entre ellos internet, es la
posibilidad de tener a nuestro alcance todo tipo de filmes, series o
documentales a tiro de USB y embelesarse apaciblemente en nuestro sillón
preferido contemplando entre sorbos de una fría caña de cerveza nuestra peli preferida.
No me cuesta reconocer
mis apetencias por el cine negro americano y mis reticencias a menudo de manera
infundada a todo lo nuevo que viene de Hollywood. A mi manera de ver, por supuesto muy subjetiva, es insuperable el
cine de los años cuarenta y cincuenta. Cintas como Casablanca, Gilda o Perdición de esas décadas, pero también algunas
más tardías como El padrino, en sus dos primeras partes, El apartamento o Psicosis me siguen apasionando a pesar de las
muchas veces que las he visto, siempre encuentro en ellas algo nuevo que
merezca la pena volver a verlas.
Actores y actrices tan
conocidos y admirados del tipo de Cary Grant, James Steward, Humphrey Bogart,
Gregory Peck o Katherine Hepburn con los
que vivimos o convivimos aventuras,
comedias o dramas que ya pertenecen a
nuestra propia historia personal o directores, a los que nunca estaremos
suficientemente agradecidos por los buenos momentos que nos han regalado
gracias a su inteligencia o profesionalidad como Hitchcock, Billy Wilder, John
Ford o George Cukor.
En todo este apasionante
mundo que ha ocupado y ocupa gran parte de mi
existencia, también hay lugar para los grandes de España en este querido
ámbito, con películas inolvidables como El
pisito, El verdugo, Viridiana o El viaje a ninguna parte de F.Fernán Gómez,
cintas de culto, premiadas y reconocidas en festivales de cine de toda Europa.
No me avergüenzo en recocer por supuesto el tiempo que he dedicado en
visualizar también filmes españoles de los sesenta y setenta del,
peyorativamente etiquetado como Landismo o
los protagonizados por uno de los mejores actores españoles de todos los tiempos, José Luis López Vázquez, incluso las
de Paco Martínez Soria. Aunque muchas de estas películas reconozco son muy
malas, a veces solo por recordar y comprender la manera de vivir de los españoles
de esa época , los coches de esos años o las calles del Madrid de los setenta
merece la pena verlas.
El cine español contemporáneo
merece mención aparte, debe ser no lo dudo, por mi manera de ser un poco
sentimentaloide por lo que le doy más valor a lo pasado que al dudoso presente
y no le doy mucho crédito a lo producido últimamente, salvo honrosas excepciones
como lo de Amenábar o alguna cosa de Almodóvar.
A mi modesto entender y
haciendo mías unas recomendaciones de
Garci, el cine con mayúsculas es cosa del pasado y debería exhibirse en los
museos como el Del Prado, a lo venidero que le llamen otra cosa.
Joaquín
Yerga
14/06/2014
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