La jungla de asfalto
Allá
donde se cruzan los caminos, donde el mar no se puede concebir, donde
regresa siempre el fugitivo, pongamos que hablo de Madrid.
Joaquín
Sabina
La
ciudad de Madrid no
debería ser la capital de España, ¡que
va!. La población que reunía todas las condiciones para serlo
era Lisboa, pero
un capricho de Felipe, no el sexto sino el segundo, así
lo quiso.
A
bote pronto sin mucho cavilar se me ocurre pensar que pocas capitales
del mundo están situadas en el interior del país al que
representan. La mayoría están en la costa y las excepciones lo
son por estar ubicadas sobre algún entorno natural significativo,
por
ejemplo: Paris a
la orilla de un gran rio e importante vía de comunicación, Moscú,
en el centro de la Rusia europea con el Moscova de fondo.
También Varsovia está
en el centro de Polonia, pero con sus encantos reflejados sobre
el espejo del caudaloso Vístula.
En
los países de reciente creación, sobretodo sin son extensos y
con diversidad manifiesta, han emplazado a sus nuevas capitales
en zonas estudiadas minuciosamente ex -profeso. Estados
Unidos fue el primero en hacerse una nueva
capital, Washington, en el centro de lo que era el país
entonces, a orillas del Potomac. Se le puso el nombre del padre de la
independencia americana. El sitio elegido no fue casual, a mitad de
camino entre los estados del norte industriosos y más desarrollados
y los del sur, agrícolas y proclives a la esclavitud.
También
en
el siglo pasado, Canadá cuando
iba tomando conciencia e importancia como país fundaron
su nueva capital en una zona equidistante de las dos partes en
las que estaba dividido, la anglófona (Ontario) y la francófona
(Québec). Fue un acierto porque a pesar de los aires
independentistas de la parte francesa, respetan todos muy mucho
a su capital…Ottawa.
En el
cono sur, con Australia y Brasil pasó
algo parecido. En el primero crearon Canberra (con
n) a igual distancia de las dos ciudades rivales más
importantes del país, Sídney y Melbourne. Y en Brasil hace
no demasiado tiempo y en un altiplano cerca de la selva del amazonas,
se puso la primera piedra de, Brasilia,
casi en el centro de éste gran país suramericano. A todas estas
ciudades les costó bastante tiempo crecer y ser creíbles como
tales, pero al final lo han conseguido. Hoy son importantes urbes
mundiales, y capitales de sus grandes y poderosos estados.
Aquí
en Madrid no
pasó nada de eso. Solo dos razones de peso se me ocurren para que
fuera elegida como nuestra capital. La primera y más importante
es su situación geográfica, en el centro mismo de la península.
Aunque también lo está Toledo, más
populosa en aquellos tiempos. Y además ya fue capital de aquella
España con los visigodos.
La
segunda razón que encuentro es que además de su céntrica ubicación
está situada a escasos kilómetros del montañoso sistema central y
eso le proporcionaba buenos aires y abundante agua. Sin embargo
argumentos en contra para erigirse en corte además de villa hay
docenas de ellos. Por aquí no discurre ningún gran río como en los
alrededores de las otras ciudades antes mencionadas, solo el
raquítico Manzanares, aprendiz
de rio como dijo alguien alguna vez, se digna pasar casi
avergonzado por su escaso caudal por la periferia.
Tampoco
tenemos puerto de mar, tan importante ahora pero más en la época de
su designación como capital del reino. La masa de agua salada
significativa más cercana está a casi cuatrocientos kilómetros de
distancia. Por otra parte el terreno donde está asentada la ciudad
no es especialmente fértil, más bien al contrario, un secarral
rayano a menudo con la improductividad. Lisboa, pero
también Barcelona o Sevilla estaban
mejor situadas en la pugna por la capitalidad del incipiente gran
imperio que se estaba formando.
Lisboa era
ya una gran ciudad. A orillas del atlántico y sobre el magnífico
estuario del Tajo presumía de ser capital del formidable imperio
portugués, líder un siglo antes de los países patrocinadores
de los grandes descubrimientos mundiales. De En Lisboa atracaban las
carabelas cargadas con especias de todo tipo provenientes
de América, África, o la India. Debemos recordar que Portugal la
heredó Felipe II de su madre, y la incorporó
al mayor imperio conocido entonces, el español.
Barcelona al
final del siglo XVI, había perdido ya un poco el esplendor que
tuvo ciento cincuenta años antes, pero seguía siendo una gran
ciudad comercial, a pesar de que el Mediterráneo decaía a
favor del Atlántico como zona de importancia mercantil después del
descubrimiento de América.
¿Y Sevilla? Ésta
era la candidata con más nominaciones para decantarse como capital.
Ignoro por qué no llegó a serlo, pero durante los siglos XVI,
XVII, y hasta principio del XVIII que cedió el poder a Cádiz,
fue la ciudad más importante de España, y la más poblada. Ya en
tiempos de los Reyes
Católicos se
le concedió el monopolio absoluto como punto de partida de los
barcos que iban y venían a la América recién descubierta.
En
Sevilla, único puerto fluvial del país, atracaban los barcos,
entonces con limitado calado, y también salían a través del
Guadalquivir rumbo al Atlántico. Sevilla era
el centro de una región muy fértil. La niña bonita de las Españas.
¿Y…Madrid entonces?
pues
un
poblachón manchego fundado por los árabes cuatrocientos años
antes.
Madrid
cogió fama como ciudad de cortesanos y vividores. Y más tarde de
funcionarios y rentistas en contraposición
con Barcelona y Bilbao que
eran ciudades más industrializadas y productivas. Además éstas
estaban pobladas de obreros y clase media más cercanas al modo de
vida europeo. Madrid por el contrario siempre fue el paradigma de
España, un país exótico, atrasado, amante de tradiciones
ancestrales como los toros y las verbenas. Madrid era, también,
el lugar de la corte y de la abundante cohorte de arribistas y
aprovechados que ello conllevaba.
Afortunadamente todo
eso ha cambiado y gracias, entre otras mejoras, a la red de
comunicaciones de tipo radial que hace siglos se creó y que en los últimos años se
modernizó, hemos prosperado más que nadie. Hoy Madrid y su región
es la primera de España en todos los índices de desarrollo: humano,
social y económico.
Nuestra
capital es el centro de la banca, las finanzas y los servicios, y a
pesar de la crisis que hemos
padecido
sigue siendo la tercera o cuarta aglomeración urbana en población y
en importancia económica de Europa. Madrid es el principal centro
logístico de España. Destino turístico, in
crescendo, sobre
todo en ocio, espectáculos y de cualquier tipo de manifestación
artística (también de otros tipos de manifestaciones por cierto).
Ahora
que la otra gran ciudad del país, Barcelona, reniega
de su condición de española y pretende ser la capital de otro
artificialmente creado, tendremos que mimar a la gran urbe que nos
queda. La única ciudad millonaria en habitantes, y
la única, por
cierto, digna
de contar en el competido contexto mundial.
Barcelona hasta
la muerte de Franco era
la ciudad hispana más cosmopolita, la más desarrollada en todos los
sentidos, y por ende la más europea. Curiosamente era la cuna del
castellano. Aquí venían estudiantes a aprenderlo y a empaparse de
lo hispano. En Barcelona estudió Vargas-Llosa, García
Márquez,
o Cortázar. En algunas de sus bien diseñadas calles del
ensanche residían las oficinas centrales de las mejores
editoriales del país. Aun siguen ahí gran parte de ellas para
asombro del personal, aunque
gran parte de sus habitantes y sus autoridades renieguen de la lengua
de Cervantes.
Desde
la transición y con todo el poder cedido a las regiones, Barcelona
ya no es lo que fue. Madrid ha tomado el relevo, a pesar de las
pésimas condiciones naturales de donde se ubica. Como español
lamento profundamente la deserción de Barcelona y eso que estaba,
incluso, dispuesto a compartir la capitalidad del estado con ella.
Hubiera sido hermoso y muy próspero la competitividad entre ambas.
Pero hay que rendirse a los hechos; nos queda tan solo esperar
acontecimientos. Mientras algo ocurra, disfrutemos de nuestra capital
que es bien grande y diversa.
Dicho
queda…
Joaquín
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