Me atacaron los recuerdos y no supe cómo defenderme.
Un viaje de vuelta, algo de música en el coche, una canción, no sé, a veces incluso esto último basta para redescubrir el pasado y hacernos, de paso, derramar un par de lagrimas recordándolo.
Sé que somos muchos, aunque lo mantengamos en el más estricto de los secretos, los que sobrellevamos algún tipo de turbación a flor de piel, y sobra cualquier detonante de tipo afectivo para que nos salten las alarmas de la nostalgia.. O que la simple letra de una mala canción roce, siquiera, un punto sensible del corazón y haga explosionar nuestros recuerdos que, agazapados, nos abruman de golpe haciéndonos que suframos espasmos de emoción.
Es cierto que la memoria es selectiva y que tamizada por el paso del tiempo los malos momentos se suavizan y los regulares se vuelven amenos y placenteros; lo míos, por agradables, lo son más pues nunca tuve motivos serios para la tristeza.
En la carretera, retornando la ciudad después de una tranquilas vacaciones no es mal momento para dejarse llevar por la nostalgia. Confieso no obstante mi emotividad rayana a veces lo cursi, pero uno es como es y he de aceptar que los genes, caprichosos, se empeñen en confeccionarme así, más bien endeble en esto de los sentimientos.
Escuchando durante el viaje la triste canción de un compositor casi olvidado no puedo evitar recordar mi adolescencia. Toda ella floreció y marchitó en el lugar de donde vengo. Quizás por eso asalte ahora, aunque melancólica y de manera inmisericorde, a mi memoria. Y no niego que he tenido la suerte de haber gozado una juventud envidiable, ni que tal vez eso ayudara a construir mi armazón anímico; armazón, por cierto, al que estimo precisamente por estar elaborado con material sensible.
Ha pasado mucho tiempo ya y las cosas ya no son como eran. Tampoco las personas son las mismas. Incluso muchas de las que estaban ya no están a mi lado a pesar de lo mucho que me eran de imprescindibles. De éstas últimas me viene a la mente mi padre, un hombre bueno donde los haya, el más importante de mi vida. Trabajador incansable, pateó lugares y oficios para que no faltara en casa. Aun sigo con entusiasmo sus sabios consejos. Todo su empeño para conmigo fue hacer de mi un hombre de provecho. Y se esmeró, tozudo, a que triunfara prudentemente en la vida sin falsas presunciones ni alharacas. Se me fue demasiado pronto; justo antes de empezar a valorar su grandeza de hombre curtido, humilde y justo.
Tampoco mi madre está ya conmigo; sin duda la persona que más influyó en mi, sobre todo durante los felices primeros años de mi vida. Ella fue, posiblemente, la responsable de moldear mi carácter. Con sus defectos que eran muchos y sus virtudes de madre protectora nos educó a su manera. Nos quiso a todos sus hijos con locura, aunque menos que a su amado compañero y marido que lo era todo para ella. Cuando él se fue, su corazón y su alma, y hasta su juicio y razón se fueron también con él; no pudo soportar su ausencia..
Y los recuerdos se amontonan y se empeñan en salir todos de golpe para apesadumbrar mi ánimo.. Y se me aparecen, lejanos y ya casi olvidados, mis amigos de siempre y los planes absurdos de futuro que esbozábamos, casi todos irrealizables. Y el despertar al amor, y la primera novia; también el desgarro del servicio militar y la pérdida de la inocencia. Y después la penosa emigración a otro lugar, a un mundo extraño; un mundo en el que por vez primera me hallé desamparado y vacío frente a un inquietante futuro...
Pero sí, pasó el tiempo y con él las arrugas se imponen implacables en nuestros semblantes y en nuestra alma. Sin embargo, a expensas de fuerza mayor, ése entrañable pedazo de mi existencia esculpido a base de afectos y cariños en mi vida y en mis recuerdos, no dudo que permanecerán para siempre en mi corazón.
En un momento dado, casi al final del viaje, escuchando algún pasaje especialmente sensible de ésa vieja canción, otra lágrima osada irrumpe y humedece mis ojos. Intento disimularla para no exponer mi debilidad a mis acompañantes haciendo frotar mis párpados ante un fingido picor. Mientras tanto en la autovía, a lo lejos, se me va acercando ese gran cartel anunciador ya tan familiar, en el que distingo rotulado con grandes letras y fondo rojo, un eslogan que por fin alcanzo a leer nítidamente y que me avisa... “Bienvenidos a Madrid”...
Joaquín
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