martes, 10 de septiembre de 2013

Buen viaje

                                                                                



Me atacaron los recuerdos y no supe cómo defenderme


En la carretera, retornando la ciudad después de unas exiguas vacaciones, no es mal momento para dejarse llevar por la nostalgia. Confieso, no obstante, mi emotividad rayana a veces lo cursi, pero uno es como es y he de aceptar que los genes, caprichosos, se empeñaran en confeccionarme así, más bien endeble en esto de los sentimientos.

Escuchando durante el trayecto una triste canción de un compositor ya casi olvidado, no puedo evitar recordar mi adolescencia. Toda ella floreció y marchitó en el lugar de donde vengo. Quizás por eso asalte ahora, melancólica e inmisericorde, a mi memoria. 

Ha pasado mucho tiempo y las cosas ya no son como eran. Tampoco las personas que me rodean son las mismas. Los recuerdos se amontonan y se empeñan en salir todos de golpe para apesadumbrar mi ánimo.. Y se me aparecen, borrosos, lejanos y ya casi olvidados, mis padres, y mis amigos, y mis planes de futuro, y el despertar al amor, y mi primera novia, y la pérdida de la inocencia, y...

Pero pasó el tiempo y con él las arrugas se impusieron implacables en mi semblante y en mi alma. Sin embargo, a expensas de fuerza mayor, ése entrañable pedazo de mi existencia, esculpido a base de afectos y cariños, sé que permanecerán para siempre en mi corazón.

En un momento dado, casi al final del viaje, escuchando algún pasaje especialmente sensible de ésa vieja canción, una lágrima osada irrumpe y humedece mis ojos. Intento disimularla para no exponer mi debilidad a mis acompañantes haciendo frotar mis párpados ante un fingido picor. 

Mientras tanto en la autovía, a lo lejos, se me va acercando ese gran cartel anunciador ya tan familiar en el que distingo rotulado con grandes letras y fondo rojo, un eslogan que por fin alcanzo a leer nítidamente y que me avisa: “Bienvenidos a Madrid”...

Joaquín 










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