sábado, 13 de diciembre de 2014

Navidad 2016..


¡Ojalá pudiéramos meter el espíritu de la navidad en jarros
 abrir uno cada mes del año!.   
( H.Miller)

    
  La frase: Cómo pasa el tiempo, solemos repetirla muy a menudo, pero es muy recurrente y nos salva de situaciones a veces embarazosas  por no saber cómo encarar una conversación.
  Quería comenzar esta pequeña reflexión con la susodicha expresión porque al escribir sobre la Navidad, que eso es lo que pretendo, enseguida aludimos a lo pronto que ha pasado el año,  ya que con estas fiestas se acaba el mismo.
  La Navidad y con ella toda la parafernalia y fastos que la rodea posiblemente  guste todavía a una gran mayoría de españoles. Evidentemente a otros, aunque en menor proporción, le gustará menos, incluso los hay que la detestan. Particularmente creo que  a éstos últimos el escaso amor que le profesan tenga más que ver  por asuntos familiares y de soledad que de creencias.
  Sabedores somos de que, ciñéndonos estrictamente al tema religioso, la Navidad era una fiesta pagana en sus orígenes que el cristianismo en sus primeros siglos la adaptó a sus necesidades y de paso hizo proselitismo para ganar adeptos… Les salió muy bien la cosa...
  Soy de los que piensan, y creo que somos muchos, que aunque hoy en día la religión cristiana esté de capa caída y cada vez más gente se confiesen ateos o cuanto menos gnóstico, ésta festividad habría que mantenerla al igual que la de los Reyes Magos aunque solo fuese por tradición cultural.
  En España, para bien o para mal y a lo largo de los siglos, ha preponderado el cristianismo --éste entró en la península hacia el siglo IV d.c.-- así que ya ha llovido y desde entonces ha estado vigente. Esta religión, como en otras partes de Europa, creó una cultura basada en sus principios y todos, hasta hace poco más de dos décadas, nos hemos educado con ellos.
  Una gran parte de la cultura europea, y por ende la española,  ha mamado de la religión de Cristo. Toda está basada en ella: el origen de las universidades, el humanismo, el arte, la filosofía etc. incluso las ciencias, cuando durante los siglos XVI y XVII y con las certezas de Copérnico y Galileo,  se comenzó a renegar de la infalibilidad  de los postulados de la iglesia, hubo teorías --aun siguen-- que  intentaron con denuedo compatibilizar los nuevos descubrimientos astronómicos con los designios de Dios.
  La  civilización cristiana europea  ha generado también, asociada a ella, multitud de costumbres, tradiciones etc. que no podemos borrar de un plumazo y por decreto, porque nos cargaríamos toda nuestra historia y nuestra forma de ser. Si Europa es como es, incluso en economía, y ha dominado el mundo de tal manera que el resto, para bien o para mal, nos imita, también se debe en gran medida a nuestra religión, porque fue el origen de todo. Los cimientos de ése enorme entramado que llamamos cultura occidental fue la civilización grecolatina pagana, y  los pilares, el cristianismo.
  No he sido nunca partidario de conservar o potenciar todas las tradiciones habidas y por haber de nuestra ya dilata historia, la mayoría de origen religioso. Hay muchas en nuestro país que son sencillamente ridículas, otras crueles  y las más incongruentes con la época que estamos. Últimamente, incluso se está rebuscando viejas tradiciones en archivos y anales de pueblos y ciudades intentando recuperar y volver a relanzar tradiciones perdidas por el paso del tiempo. En España somos así... ¡Es lo que hay!...
  Curiosamente y en camino opuesto a lo anterior hay voces, cada vez más numerosas, que invitan a suprimir la Navidad, la gran fiesta del catolicismo. Cada vez con más asiduidad aparecen en las páginas de periódicos, como noticia relevante,  que un director de colegio cualquiera o algún concejal de pueblo lejano ha prohibido la exhibición del típico belén navideño porque pudiera herir la sensibilidad de personas de otras religiones, o escépticas. Estas voces, la mayoría de personajes anticlericales, arguyen que al haber constituciones laicas ningún estamento del estado debería inmiscuirse en asuntos religiosos, pero obvian, claro está, la enorme trascendencia  emocional, cultural y últimamente hasta económica que conlleva esta celebración en todas las capas sociales de la población.
 La Navidad, a mi parecer, debe mantenerse por muchos motivos. Al igual que el cristianismo adoptó las celebraciones paganas que festejaban el solsticio de invierno --Sol Invictus-- de los romanos para sus propios intereses, también la sociedad actual debe aprovechar las bondades de estas inofensivas fiestas, antaño piadosas, para deleite de nuestros niños y mayores actuales. Habrá gente así mismo que opine que son días de consumismo atroz, uno de los grandes males --para ellos-- que amenaza nuestra virginal humanidad, pero esto creo son naderías, cada persona debe ser libre para hacer y consumir lo más le interese, lo único que necesita es una buena cultura y efectiva educación para que sepa escoger lo que mejor le convenga. Además gracias a ese posible exceso de consumo se crea, se innova y se genera nuevos puestos de trabajo, y todo eso repercute después en nuestro bienestar.
  Para nosotros, los ya más que adultos siempre nos quedará un entrañable recuerdo de navidades pasadas, quizás más añoradas que las recientes, porque cualquier bagatela que nos regalaron nuestros mayores, ante lo limitado de nuestras pertenencias, dejó marca imborrable en nuestro corazón y memoria. Por eso y por la ilusión que todos hemos vivido nuestras Nochebuenas, Nocheviejas y Reyes, estas fiestas las considero totalmente aptas  para todos los públicos y muy recomendables para esta generación… y venideras.
                                                                                         
                                                                                         Joaquín Yerga
                                                                                           13/12/2014
           

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