¡Ojalá pudiéramos meter el espíritu de la navidad en jarros
y abrir uno cada mes del año!.
(
H.Miller)
La
frase: Cómo pasa el tiempo, solemos
repetirla muy a menudo, pero es muy recurrente y nos salva de situaciones a
veces embarazosas por no saber cómo encarar una conversación.
Quería comenzar esta pequeña reflexión
con la susodicha expresión porque al escribir sobre la Navidad, que eso es lo
que pretendo, enseguida aludimos a lo pronto que ha pasado el año, ya que con
estas fiestas se acaba el mismo.
La
Navidad y con ella toda la parafernalia y fastos que la rodea
posiblemente guste todavía
a una gran mayoría de españoles. Evidentemente a otros, aunque en menor
proporción, le gustará menos, incluso los hay que la detestan. Particularmente
creo que a éstos últimos el
escaso amor que le profesan tenga más que ver por asuntos familiares y de soledad
que de creencias.
Sabedores
somos de que, ciñéndonos estrictamente al tema religioso, la Navidad era una
fiesta pagana en sus orígenes que el cristianismo en sus primeros siglos la adaptó
a sus necesidades y de paso hizo proselitismo para ganar adeptos… Les salió muy
bien la cosa...
Soy
de los que piensan, y creo que somos muchos, que aunque hoy en día la religión
cristiana esté de capa caída y cada vez más gente se confiesen ateos o cuanto
menos gnóstico, ésta festividad habría que mantenerla al igual que la de los Reyes Magos aunque solo fuese por tradición cultural.
En
España, para bien o para mal y a lo largo de los siglos, ha preponderado el
cristianismo --éste entró en la península hacia el siglo IV d.c.-- así que ya
ha llovido y desde entonces ha estado vigente. Esta religión, como en otras
partes de Europa, creó una cultura basada en sus principios y todos, hasta hace
poco más de dos décadas, nos hemos educado con ellos.
Una gran parte de la cultura europea,
y por ende la española, ha mamado
de la religión de Cristo. Toda está basada en ella: el origen de las
universidades, el humanismo, el arte, la filosofía etc. incluso las ciencias,
cuando durante los siglos XVI y XVII y con las certezas de Copérnico y Galileo,
se comenzó a renegar de la
infalibilidad de los
postulados de la iglesia, hubo teorías --aun siguen-- que intentaron con denuedo compatibilizar
los nuevos descubrimientos astronómicos con los designios de Dios.
La civilización cristiana europea ha generado también, asociada a
ella, multitud de costumbres, tradiciones etc. que no podemos borrar de un
plumazo y por decreto, porque nos cargaríamos toda nuestra historia y nuestra
forma de ser. Si Europa es como es, incluso en economía, y ha dominado el mundo
de tal manera que el resto, para bien o para mal, nos imita, también se debe en
gran medida a nuestra religión, porque fue el origen de todo. Los cimientos de ése enorme entramado que llamamos cultura occidental fue la civilización grecolatina pagana, y los pilares, el cristianismo.
No he sido nunca partidario de conservar o potenciar todas las tradiciones
habidas y por haber de nuestra ya dilata historia, la mayoría de origen
religioso. Hay muchas en nuestro país que son sencillamente ridículas, otras
crueles y las más
incongruentes con la época que estamos. Últimamente, incluso se está rebuscando
viejas tradiciones en archivos y anales de pueblos y ciudades intentando
recuperar y volver a relanzar tradiciones perdidas por el paso del tiempo. En
España somos así... ¡Es lo que hay!...
Curiosamente y en camino opuesto a lo
anterior hay voces, cada vez más numerosas, que invitan a suprimir la Navidad,
la gran fiesta del catolicismo. Cada vez con más asiduidad aparecen en las
páginas de periódicos, como noticia relevante, que un director de colegio cualquiera
o algún concejal de pueblo lejano ha prohibido la exhibición del típico belén
navideño porque pudiera herir la sensibilidad de personas de otras religiones, o
escépticas. Estas voces, la mayoría
de personajes anticlericales, arguyen que al haber constituciones laicas ningún
estamento del estado debería inmiscuirse en asuntos religiosos, pero obvian,
claro está, la enorme trascendencia emocional,
cultural y últimamente hasta económica que conlleva esta celebración en todas
las capas sociales de la población.
La Navidad, a mi
parecer, debe mantenerse por muchos motivos. Al igual que el cristianismo
adoptó las celebraciones paganas que festejaban el solsticio de invierno --Sol
Invictus-- de los romanos para sus propios intereses, también la sociedad
actual debe aprovechar las bondades de estas inofensivas fiestas, antaño
piadosas, para deleite de nuestros niños y mayores actuales. Habrá gente así
mismo que opine que son días de consumismo atroz, uno de los grandes males --para
ellos-- que amenaza nuestra virginal humanidad, pero esto creo son naderías,
cada persona debe ser libre para hacer y consumir lo más le interese, lo único
que necesita es una buena cultura y efectiva educación para que sepa escoger lo
que mejor le convenga. Además gracias a ese posible exceso de consumo se crea,
se innova y se genera nuevos puestos de trabajo, y todo eso repercute después
en nuestro bienestar.
Para nosotros, los ya más que adultos
siempre nos quedará un entrañable recuerdo de navidades pasadas, quizás más
añoradas que las recientes, porque cualquier bagatela que nos regalaron
nuestros mayores, ante lo limitado de nuestras pertenencias, dejó marca
imborrable en nuestro corazón y memoria. Por eso y por la ilusión que todos
hemos vivido nuestras Nochebuenas, Nocheviejas y Reyes, estas fiestas las
considero totalmente aptas para
todos los públicos y muy recomendables para esta generación… y venideras.
Joaquín
Yerga
13/12/2014
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