Siempre nos quedará París…
París bien vale una misa… Con ésta famosa frase se retractó Enrique IV de
Francia para poder reinar en ése país. Este pájaro era hugonote, es decir,
protestante.
Era la época de la llamada Reforma en la
que Lutero diseño una nueva, digamos, versión del
cristianismo, el luteranismo. Pero en Francia para que le
dejaran sentarse en el trono en esos turbulentos años había que ser
católico, así que el “pavo” se desdijo de su fe y se
convirtió a la religión mayoritaria del país. Le pudo más la gloria y el poder
terrenal del momento que una incierta e improbable entrada triunfal en el
reino de los cielos, después, una vez convertido en fiambre.
¡París, París,!! ¡Oh la lá! ¡La ciudad soñada por todos!.
Qué decir de ésta inmensa urbe, modelo y envidia de tantas cosas. Sin duda
en ella se explayaron bien los mejores diseñadores urbanos. Y por sus calles
medraron los personajes más importantes que ha dado el género humano. Y de
ella, también, ha copiado medio mundo sus magníficos monumentos y su glamour.
París, y perdónenme la
reiteración, está entre las tres ciudades del mundo que uno tiene que
ver antes de morirse. Las otras dos serian, Londres y Nueva York. Es
la ciudad de los museos repletos con las más codiciadas piezas de
arte de todos los tiempos. Es también la capital de la gastronomía, e intuyo
que de sus entrañas salieron los mejores chefs del mundo, creadores, por
cierto, de los más selectos platos culinarios de los últimos doscientos
años.
París como
esencia de “La grandeur Francaise” ha sido envidiada por su
exquisitez y sofisticación. Su moda y sus excelentes vinos, quesos y
champagnes, han provocado los celos de la muy exigente alta sociedad del
resto del planeta. Toda la alta cocina y el mundo más sibarita ha tenido
como referente indiscutible ésta capital.
Si de arquitectura y diseño urbano hablamos, ésta gran
metrópoli se lleva la palma. El espectacular desarrollo que tuvo en el siglo
XIX ha sido modelo para otras ciudades del globo. No miento ni exagero un ápice
si afirmo que contemplar París y su entramado urbano desde lo más alto de la
torre “Eiffel” es una delicia inenarrable; y que pasear por los “Campos Elíseos”
hasta llegar al “Arco de Triunfo” (que erigió Napoleón para conmemorar sus
victorias) y extasiarse contemplando sus relieves alusivos a sus conquistas
bajo la inmensa mole de éste edificio, es indescriptible. Por cierto, muchas de
las batallas representadas en sus paredes son las que los franceses salieron
victoriosos aquí en España. Pero, ¡Claro! por más que se esfuercen
no verán la de Bailen, y es que en ésta les ganamos nosotros.
Y qué me dicen del placer de mirar la catedral de “Notre
Dame” (referente europea del estilo gótico) desde el puente de “Sant Michel”,
sobre el Sena; o al atravesar la Plaza de la Concordia (anteriormente llamada
de la Revolución) camino del quizás más elegante puente parisino, el de
Alejandro III, inaugurado por el mismísimo Zar Nicolás II (al que Lenin fusiló
junto al resto de la familia real rusa poco después).
Solo con repasar algunos lugares a vuela pluma, pues la
falta de espacio y tiempo impide pormenorizar, apuesto que les dejo con la miel
en los labios. Porque ¿Quién no ha visto alguna vez aunque sea en fotos, la “Plaza
Vendome” (aquí han vivido por ser la más hermosa plaza del mundo, Cocó Chanel o
Catherine Deneuve)?. ¿O el soberbio edificio de la Opera, la iglesia de la “Madeleine”
(que parece traída de Roma por su aspecto clásico), el museo del “Louvre” (el
edificio más grande que recuerdo haber visto nunca) el Campo de Marte, o
la tumba de Napoleón en “Los Inválidos”? En fin, son tantas maravillas…
Por las calles de París y por sus boulevares han transitado
o residido personajes de la talla de : Picasso, Monet, Víctor Hugo, Flaubert,
Dumas, Descartes, Moliere, Balzac, Pasteur, Voltaire, Debussy, Madame
Curie, Rousseau, Julio Verne, Van Gogh, Napoleón etc. etc. etc. Y
hasta, Mozar, Beethoven, Dostoieski, Hemingway, Oscar Wilde, etc. que sin ser
franceses la eligieron como su residencia.
Paris ha sido, y yo diría que sigue siendo, la capital no
solo de Francia, sino de Europa entera. No se concibe ésta sin París. Los
americanos cuando visitan Europa, la primera escala es ella. Ella
ha sido el modelo de la elegancia y de toda costumbre exquisita que el ser
humano puede llegar a idear, y disfrutar.
París es
también la ciudad mundial del amor y del romanticismo, en dura pugna quizás con
Venecia, aunque con muchas más opciones que ésta para coronarse como
líder.
En historia, no hay episodio importante en los últimos
quinientos años que no haya tenido como epicentro o lugar relacionado París.
Incluso el malvado y nacionalista alemán Hitler se rindió a los encantos de
esta hermosa ciudad. Y se vanaglorió, además, de haberse apoderado de ella como
un hito en sus perversos objetivos.
Pero qué duda cabe que París ya no es el punto de
decisión e influencia económica que fue hasta hace tan solo unas décadas, otras
potencias las han desbancado, pero sigue siendo y seguirá por mucho tiempo, la
primera ciudad a visitar por antonomasia en el planeta. Para corroborar
esta atrevida afirmación mía, ahí van unos datos…
A París llegan, a través de sus aeropuertos
y estaciones de tren, más de treinta millones de turistas al año. En sus calles
se ruedan cada año casi mil películas. Tiene 150 museos, 160 teatros y la
friolera de 250 monumentos iluminados. A nuestro querido Madrid llegaron
el pasado año cinco millones y medio de visitantes y aun así batimos
records. Y es que las comparaciones son, casi siempre, extremadamente
odiosas.
Yo visité París una vez y prometo volver a hacerlo, porque
si antes ya me seducía por lo oído y leído, después de pisar sus calles con más
razón ansío regresar. Cualquiera que haya leído un poco de historia, le guste
la pintura, el buen comer, la moda o simplemente tocar con sus manos la obra
sublime jamás hecha por el hombre, que no deje de ir a París. Seguro que
repite.
Dicho queda...
Joaquín Yerga
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