Cuando haya
muerto, llórame tan sólo
mientras escuches
la campana triste,
anunciadora al
mundo de mi fuga
del mundo vil
hacia el gusano infame.
Y no evoques, si lees esta rima,
la mano que la
escribe, pues te quiero
tanto que hasta tu
olvido prefiera
a saber que te
amarga mi memoria.
Pero si acaso miras estos versos
cuando del barro
nada me separe,
ni siquiera mi
nombre digas
y que tu amor
conmigo se marchite.
para que el sabio en tu llorar no indague
y se burle de ti
por el ausente..
--Shakespeare--
Enseguida comprendí
la insinuación del enterrador cuando me mostró desde lejos las
manecillas de su reloj de pulsera, por lo avanzado de la tarde.
Atendiendo a su indirecta traspasé, aún emocionado, la puerta
del cementerio y salí al exterior. Casi anochecía
ya; el frío arreciaba. Me subí el cuello del abrigo, volví la
cabeza y eché hacia atrás una última mirada..
Vi que cerraban ya
las enormes verjas del camposanto y apenas unos yerbajos, acaso
desprendidos de las decenas de ramos de flores ofrendadas a los
difuntos, revoloteaban por los solitarios paseos del cementerio
empujados por el viento. Los pájaros se posaban inquietos en las
ramas de los cipreses dispuestos afrontar la inminente oscuridad de
la noche. ¿Y los muertos? ¡Ay, de los muertos se habían vuelto a
olvidar!..
Mientras mis ojos se
acostumbraban a las siniestras sombras que el anochecer diseminaba
sobre la tapia, pensé en mis seres queridos que atrás dejaba.. Y
recordé a mis padres. Ahí quedaban un día más en ésa fría
eternidad que es el “más allá”. Curiosa metáfora nos
hemos inventado los vivos; quizás para alejar a los muertos un poco
más allá de nuestra vanidosa realidad.
De pie, frente a la
verja y escudriñando a través de los barrotes el sombrío horizonte
de la necrópolis quedé un rato meditando sobre la vida y la
muerte... "La muerte", eterna presente en los
cementerios ya vacíos. En qué otra cosa se puede pensar en
semejante lugar...
Aún perduraban las
flores frescas en las repisas de los nichos y brillaban del lustre de
ayer (día de los difuntos) las frías losas de mármol
de las sepulturas. Relucían, también, los epitafios
esculpidos por diestro cincel en las lápidas, pero.., tendrán que
esperar.. Sí, tendrán que aguardar al próximo año para ser
releídos, porque la multitud, satisfecha y complacida de las
ofrendas de flores a sus muertos, ha vuelto ya al mundo de los vivos
y no regresará hasta el año que viene.
Yo, sin embargo, aún permanecía allí parado. Seguía con ganas de pensar en los muertos. Sí, pensaba en el gran número de gente allí sepultada. Y se me ocurrió una cifra que tal vez duplicaba a los que trajinaban, más o menos felices, más allá, en la ciudad de los vivos y del ajetreo..
Saqué mi pitillera y
encendí un cigarrillo. Entre bocanadas de humo seguía reflexionando
sobre vivos y muertos. Y me dio por pensar.. Si, pensé
que el cementerio que contemplaba en esos momentos era el más grande
de Europa; inmensa metrópolis, mastodóntica ciudad de los muertos; allí yacen olvidados cientos, tal vez miles de tipos y tipas que lo
fueron todo en la vida. Hoy, apenas unos resecos ramos de rosas
lucen en sus depauperadas tumbas..
Después de un buen
rato abstraído y ya más sosegado enjuagué una última lágrima
rezagada que se deslizaba por mi mejilla y caminé hacia mi coche
aparcado frente a la entrada. Mientras me alejaba del cementerio aún
tenía tiempo de mirar por el retrovisor los acompasados movimientos
de la copas de los cipreses empujados por alguna
racha de viento.. No obstante, un pensamiento inesperado me vino a la
mente; se trataba de aquellos versos de Bécquer que
decía: ¡Dios mio, qué solos se quedan los muertos!..
En nada de tiempo y desde el interior de mi coche vi de frente el parpadeo de las luces
de la ciudad. Y a mi derecha, al fondo, la del reloj de una torre de iglesia cercana;
creo que iban a dar las ocho. Es la ciudad de los vivos, se entiende.
A ésta otra de los muertos que dejaba atrás volveré al año que
viene; supongo que a pasear y pensar, no más..
Joaquín Yerga